La escucha humana
La escucha generativa, en la propuesta de Scharmer, implica una apertura total: de la mente, del corazón y de la voluntad. Se trata de estar en verdadera presencia

¿Qué significa realmente escuchar? ¿Es simplemente callar mientras el otro habla? ¿Por qué hablamos de escucha activa? ¿Existe acaso una escucha pasiva? Somos seres dotados de lenguaje, de capacidad interpretativa: no solo hablamos, también escuchamos como acto comprensivo. Meditemos sobre el acto de escuchar como capacidad profundamente humana.
Si bien estas preguntas siempre me han acompañado, la inquietud por la escucha —entre tanto ruido interior y exterior que ensordece— recobró fuerza para mí en estos días, mientras participaba en una misión académica sobre liderazgo consciente, organizada por Bancolombia, cuyo propósito es cultivar una masa crítica, una generación de pensadores y actores conscientes en el mundo de las organizaciones. Allí, en medio de conversaciones profundas y escenarios diseñados para promover la pausa y la reflexión, volví a encontrarme con la Teoría U del profesor Otto Scharmer, quien con claridad y contundencia nos invitó a pensar la escucha como una fuerza generativa: escuchar puede ser el inicio de una revolución íntima y colectiva.
En un mundo saturado de ruido —informativo, emocional, tecnológico—, escuchar se vuelve un arte escaso y, a la vez, urgente. Pero no hablo de escuchar como sinónimo de oír, ni como simple protocolo de conversación. La escucha generativa, en la propuesta de Scharmer, implica una apertura total: de la mente, del corazón y de la voluntad. Se trata de estar en verdadera presencia. De abrirse al otro y al mundo sin querer imponer, sin anticipar la respuesta, sin temer al silencio.
Escuchar con la mente abierta es dejarse interpelar por ideas que incomodan, que contradicen los patrones aprendidos o lo que creemos saber; es abrir espacio a la sorpresa, suspender el juicio para dejar que algo nuevo se insinúe. Luego está la apertura del corazón: sentir desde el lugar del otro, no como ejercicio de simpatía, sino como un acto de compasión; escuchar con el corazón es resonar emocionalmente con la experiencia ajena, incluso cuando no la compartimos. Finalmente, la voluntad abierta: ese escenario en el que nos atrevemos a soltar lo que ya no sirve para dejar venir lo que apenas se empieza a dibujar, en un punto de máxima creatividad; escuchar desde aquí no es solo comprender: es dejarse transformar.
Durante esta misión, y acompañada por más de cien líderes de organizaciones colombianas que estuvieron atentos a aprender y a reflexionar sobre los futuros regenerativos, estas ideas no fueron teoría, sino más bien atmósfera. Desde el diseño de los espacios hasta la disposición de los encuentros, todo parecía invitarnos a ralentizar, a prestar atención, a cultivar un tipo de presencia más profunda. Allí recordamos que escuchar es una forma de liderazgo. No la que impone o controla, sino la que habilita, la que confía, la que permite que emerjan nuevas posibilidades. En tiempos de disrupción —como sugiere Scharmer—, la calidad de nuestras decisiones depende de la calidad de nuestra escucha.
En este contexto, recordé a Hans-Georg Gadamer, filósofo alemán de la hermenéutica, quien decía que “escuchar significa estar dispuesto a dejarse decir algo”. No basta con oír las palabras: hay que abrirse al horizonte del otro, permitir que su mundo entre en el nuestro sin necesidad de anularlo. Escuchar, en este sentido, es una forma de comprender para convivir y no para intentar conquistar. Una ética del reconocimiento que comienza por el silencio interior.
La escucha es indispensable para el aprendizaje real. Solo cuando pasamos de la escucha como hábito —como simple reconocimiento de los hechos— a una escucha profunda, capaz de tocarnos y transformarnos, se produce el verdadero aprendizaje; esa escucha es generativa en la medida en que permite que surja algo nuevo. Porque aprender no es acumular información, sino dejarse interpelar por la voz del otro, permitir que lo escuchado nos desestabilice, nos mueva, nos haga ver. Escuchar, en su forma más plena, no se queda en la curiosidad o la empatía: abre el camino hacia el sentido, hacia la posibilidad de ver lo emergente y de actuar con propósito.
Un liderazgo desde la escucha tiene la potencia de alinear atención, intención y agencia. Es en esa conexión donde se gesta la coherencia: cuando lo que observamos (y desde qué nivel de consciencia) se encuentra con lo que nos importa (lo que nos mueve) y se traduce en acción con propósito (la capacidad de crear futuro). Escuchar, entonces, no es solo una práctica relacional, es una condición para liderar en tiempos complejos. Escuchar para ver lo que aún no existe, para acompañar lo que emerge, para sostener lo colectivo sin imponerlo. Cultivar este tipo de escucha en nuestras organizaciones, en nuestras aulas, en nuestras comunidades, es quizás el mayor acto de responsabilidad y de esperanza que podemos ofrecer.
Qué tal si nos disponemos a escuchar como si no fuera algo corriente, sino profundamente consciente. A tener conversaciones en las que no tengamos una respuesta preparada antes de que el otro termine de hablar. A preguntar cuando no entendamos, en lugar de asumir. A mirar a los ojos cuando nos hablan. A practicar el arte difícil y necesario de hacer una sola cosa: escuchar. Quizás en ese gesto radical de presencia podamos volver a encontrarnos —con los otros y con nosotros mismos— desde un lugar más humano y verdadero.
Nos haría bien, como sociedad, aprender a escuchar con cuerpo entero. Cultivar el silencio fértil, el diálogo profundo, la presencia plena. Escuchar no para responder, sino para comprender. No para convencer, sino para conectar. Escuchar para alcanzar niveles más hondos de encuentro, donde el otro no es un obstáculo, sino una posibilidad. Escuchar, en suma, como camino hacia lo humano.
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