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El tango inolvidable de Astor Piazzolla sale a gira mundial con su pasado en tres fotos

El Quinteto Astor Piazzolla, formación oficial que resguarda y reinterpreta el legado del compositor argentino, inicia una nueva gira por Europa y América

Astor Piazzola

Durante tres noches de mayo de 2025, en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella de Bogotá, cinco músicos retomaron el escenario para convocar una historia. Con más de 25 años de trayectoria, el Quinteto Astor Piazzolla no es una agrupación cualquiera: es la formación oficial que honra el legado del compositor argentino que cambió el tango para siempre. En Bogotá, esas noches, arrancaron su gira mundial, por 22 ciudades de Europa y América, y titulada el Oblivion Tour.

La propuesta es una travesía sonora que recorre vértices clave de la obra de Piazzolla —de Fugata a Escualo, de Triunfal a Adiós Nonino—. Bajo la dirección musical de Julián Vat, y con Pablo Mainetti (bandoneón), Matías Feigin (piano), Serdar Geldymuradov (violín), Armando de la Vega (guitarra) y Martín Wainer (contrabajo), el quinteto mantiene viva una idea fundacional: que el tango no es un legado inmóvil, sino una forma viva que se reinventa en cada interpretación.

La agrupación fue ideada por el propio Piazzolla como el formato ideal para conjugar lirismo, tensión rítmica y riesgo armónico. El compositor falleció en 1992, pero su obra puede ser representada por esta agrupación en tres fotos, o destellos, que permiten entender el vértigo creativo de Piazzolla.

Nueva York

Astor Piazzolla cuando era niño, junto a Carlos Gardel y Tito Lusiardo, en una escena de la película El día que me quieras.

En la foto, cinco figuras posan frente a una fachada urbana con rejas de hierro forjado en las ventanas. A la izquierda, un niño canillita —vendedor de periódicos—, señala hacia un punto fuera del encuadre. El fotograma pertenece a la película El día que me quieras (1935), un largometraje musical dirigido por el austríaco John Reinhardt. El niño es Piazzolla. El tercer hombre, de derecha a izquierda, de vestido oscuro, sombrero claro y pañuelo en el bolsillo del saco, es el protagonista: Carlos Gardel, el más célebre representante del tango tradicional.

La escena, de apenas diez segundos, fue el producto de una mezcla de voluntad y azar. Unos días antes Gardel conoció, en un apartamento del edificio Beaux Arts, en Nueva York, a un adolescente de 14 años que, además de ser argentino, tocaba el bandoneón. Piazzolla se coló por la ventana de ese apartamento por pedido de Alberto Castellanos, director de la orquesta que acompañaba a Gardel y que había dejado las llaves adentro.

Piazzolla y Castellanos se encontraron en el ascensor del edificio. El segundo venía de comprar leche, el primero traía una figura tallada en madera en la mano y preguntaba por Gardel. Piazzolla había llegado a ese ascensor porque su padre, Vicente, al enterarse de que Gardel estaba en Nueva York, talló con destreza en madera la figura de un cantor con su guitarra y se la entregó a su hijo con una misión: llevársela a Gardel e invitarlo a cenar.

En la década de 1930, la Gran Depresión golpeó a países como Argentina y, ante el aumento del desempleo, la familia Piazzolla-Manetti decidió regresar a Nueva York, donde habían vivido varios años. Se instalaron en un apartamento en lo que hoy se conoce como East Village, un barrio obrero con fuerte presencia de movimientos socialistas y anarquistas, habitado por inmigrantes italianos, alemanes, ucranianos y polacos—. Vicente retomó su oficio de peluquero, el que ejercía en Mar del Plata.

Nueva York era una ciudad atravesada por la agitación artística y política. En Harlem sonaba el jazz con Duke Ellington y Billie Holiday, faros de una música que celebraba a contracorriente y desafiaba la marginalidad. Piazzolla se escapaba allí para escuchar desde la calle a Cab Calloway, showman del swing, y a Ellington, uno de los grandes arquitectos del jazz orquestal. También fue en Nueva York donde, una tarde, mientras hacía tareas, escuchó desde el apartamento contiguo una pieza de Johann Sebastian Bach interpretada al piano por el húngaro Bela Wilda. Fascinado, Piazzolla comenzó a tomar clases con él, trasladando al bandoneón composiciones de Bach, Mozart o Gershwin.

Por eso, cuando Gardel aceptó la invitación a cenar de la familia Piazzolla-Manetti, se encontró con un adolescente que sin mucho conocimiento del repertorio argentino, le tocó en bandoneón un fragmento de Rhapsody in Blue, la célebre composición de George Gershwin que fusiona elementos de música clásica con jazz.

Mirá, pibe, el fueye lo tocás fenómeno, pero el tango lo tocás como un gallego —le dijo el ídolo argentino, según lo narra el periodista musical Jaime Andrés Monsalve. Y luego le advirtió, con clarividencia: —Cuando entendás el tango, no lo vas a dejar.

Gardel le pidió a Vicente que lo dejara llevárselo como asistente en la gira que pronto tendría por América Latina. Aunque halagado, este rechazó la propuesta: Astor era un chico. Unos días después, el 24 de junio de 1935, el avión en el que viajaba Gardel se estrelló cuando intentaba despegar del aeropuerto de Techo —hoy Olaya Herrera— en la ciudad de Medellín. El Morocho del Abasto había muerto.

París

Astor Piazzolla y Nadia Boulanger, en 1954.

La fotografía de 1954 capta un momento entre la legendaria compositora francesa Nadia Boulanger y Piazzolla, en París, sentados junto a un piano vertical: ella mira directamente a la cámara con gesto sereno. A su lado, Piazzolla, vestido con una chaqueta oscura, aparece inclinado hacia ella en actitud de escucha atenta. Con 33 años, acababa de ganar una beca para estudiar en el Conservatorio de Fontainebleau. Aunque ya era un bandoneonista reconocido en su país, buscaba otra cosa: quería dejar atrás el tango, sus códigos, su sentimentalismo, sus aromas. Soñaba con convertirse en un compositor de “música seria”.

Piazzolla argumentaba que amaba el tango, pero sentía que lo encasillaba, que no le daba libertad. París, pensó, sería el lugar para dar ese salto. Allí estaba Boulanger, quien había formado a figuras como Aaron Copland (considerado el padre de la música clásica estadounidense moderna), Philip Glass (uno de los grandes referentes del minimalismo contemporáneo), o Quincy Jones (productor de Michael Jackson y fundamental en la historia del pop y el jazz del siglo XX). La noche anterior a su primer encuentro con ella, Piazzolla no durmió.

A la cita, llevó varias de sus composiciones. Como lo narra Natalio Gorin en su biografía sobre Piazzolla, Boulanger hojeó las partituras con atención. Las tocó suavemente al piano. Hizo algunas preguntas. Y entonces lo miró:

—¿Esto sos vos?

Piazzolla dudó. Vaciló. Con cierta vergüenza, confesó que también había tocado el bandoneón y compuesto algunos tangos.

—Mostrame uno —dijo ella.

Astor se sentó al piano y tocó su tango “Triunfal”. No llegó a la mitad. Boulanger se detuvo, se acercó, le tomó las manos y dijo:

—¡Esto es Piazzolla! No abandones jamás esto. Esta es tu música.

Buenos Aires

El Octeto Buenos Aires, en una fotografía de archivo.

Al regresar de París, Piazzolla fundó en 1955 el Octeto Buenos Aires: su primer gesto audaz, el punto exacto en el que trazó su propio camino. En la imagen posan los integrantes del conjunto. En el centro, un poco hacia la izquierda, sentado junto a su bandoneón, aparece Piazzolla con las cejas ligeramente levantadas. A su alrededor están Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en los violines, Atilio Stampone al piano, Horacio Malvicino con su guitarra eléctrica, José Bragato en el violonchelo, y los bandoneonistas Roberto Pansera (reemplazado luego por Leopoldo Federico) y Aldo Nicolini (más tarde sustituido por Juan Vasallo) en el contrabajo. No fueron recibidos con aplausos.

Tocaban sin cantante, sin bandoneón en el rol de “acompañante”, sin pasos de baile, con una guitarra eléctrica. La reacción fue inmediata y hostil. “Te tiraban tomates, te puteaban por la calle. ¡¿Qué hacía una guitarra eléctrica en el tango?! Hasta me llegaron a amenazar por teléfono”, recordaría Malvicino en Página/12. La prensa más conservadora fue tajante: eso no era tango. El público tampoco los acompañó. “Solo un grupo de ocho o diez seguidores venía a todos los conciertos. Del resto, nada. No tuvimos suerte, pero insistíamos. Además, nos divertíamos mucho”, contaría al Clarín. El octeto tocaba en el filo, desafiando una memoria sentimental. Buenos Aires aún no estaba lista para ver cómo el tango se transformaba frente a sus ojos.

Las presentaciones fueron escasas y el grupo solo alcanzó a grabar dos discos: Octeto Buenos Aires y Tango progresivo. Aunque la iniciativa no tuvo éxito comercial ni respaldo institucional, su repercusión estética fue profunda. El crítico Carlos Kuri, uno de los estudiosos más lúcidos de la obra de Piazzolla, lo resumió con contundencia: “Aquí comienza de una manera inexorable el antes y el después de Piazzolla. El nacimiento del tango contemporáneo”.

Luego vendrían Tokio, Milán, de nuevo París. “Estoy harto del sonido del contrabajo y del violín en el tango. Quiero algo nuevo”, declaró en la época en la que decidió crear el Conjunto Electrónico, su formación más radical, con piezas atravesadas por influencias del jazz fusión y el rock progresivo. En 1977, Piazzolla estremeció el Teatro Olympia de París con su Octeto Electrónico: sobre el escenario había guitarras eléctricas, órgano Hammond, batería, sintetizadores y bandoneón. El sonido era denso, eléctrico, vertiginoso. Piazzolla covulsionó al tango durante décadas, hasta su muerte 1992, y logró que fuera comprendido en su forma más abstracta y contemporánea. Entendido, en pocas palabras, como música universal. Piazolla, como bien lo dice el título de la nueva gira mundial con su tango, compuso para no olvidar.

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