Esperanza y propósito
A la tierra vinimos a resolver problemas, más que a “ser felices”. Quien vino a ser feliz, siente que cada problema lo aleja de la felicidad

“Muchos jóvenes se sienten desesperanzados y sin un propósito”, me dijo un amigo que enseña en una universidad en Chile. Lo mismo sucede en muchos otros países. Escribir para los jóvenes parece inútil porque, dicen, “los jóvenes no leen”. Hago caso omiso de esa advertencia, y me arriesgo a contarles a los jóvenes dónde creo que está su esperanza y su propósito (y sus trabajos).
Empecemos por el propósito. Propongo frasearlo con base en cinco C: conocerse, crecer, conectarse, contribuir y competir.
La primera C viene de Grecia, y es conocerse a sí mismo, entender los propios valores, fortalezas, debilidades y qué hace único a cada uno. Las huellas dejadas por los eventos de estos años, una pandemia, una crisis económica, un aumento en la violencia, un fallido intento de paz, y ahora guerras en muchos sitios de Colombia, en Ucrania, en Gaza, y la posibilidad de una guerra tremenda entre China y Estados Unidos por Taiwán. Además, una interminable batalla política entre la derecha y la izquierda. Solo de enumerarlo queda uno cansado.
Ninguna generación, en 75 años, había estado expuesta a tantos y tan profundos vaivenes e incertidumbres. Llevábamos 100 años sin pandemia. Ha habido tres crisis económicas mayúsculas en poco más de una década (2008, 2015 y 2020). En Colombia dimos el salto de la guerra a la paz y de nuevo a la guerra. Los actuales jóvenes son experimentados, pues a temprana edad tienen en su ADN espiritual mucha carretera.
Conocerse es saber cómo ustedes y sus familias, ciudades y país han allegado la fuerza y la capacidad para recuperarse y echar pa’lante cada día. Qué vale, qué sirve, en qué creo, son preguntas más agudas hoy de lo que han sido en un siglo.
Vamos a la segunda C, crecer. Buena parte del esfuerzo diario es para eso: aprender de todo. Tirar un penalti, el uso del punto y coma, el álgebra y la trigonometría, combinar la ropa, hacer amigos, conseguir pareja, los misterios de la física, en fin, aprender hasta el agotamiento. Cómo animarse a aprender si parece la tarea de Sísifo, de empujar una piedra y que se ruede, y volver a hacer eso cada día... A pesar de que parece inútil, esas son sólo herramientas que servirán en algún momento. A veces se necesitarán los alicates, a veces el destornillador o el martillo, pero siempre serán útiles las herramientas que nos enseñan a usar.
Nadie puede garantizar que seremos felices. Pero sí podemos estar seguros de que habrá problemas por resolver. Esas herramientas del colegio y la universidad no son más que ayudas para resolver problemas más tarde. No paren de adquirir herramientas y saber cómo usarlas. Las van a necesitar y les harán la vida menos dura.
Conectarse es la siguiente C. Todos buscamos a otra gente. A veces una, a veces grupos de personas. Debemos estar conectados, bien conectados. Queremos aceptar a la gente y que nos acepten. Que no juzguen, y recibir sin juzgar. Es fácil decirlo y difícil hacerlo. Tener amigos, colegas, socios, amores, familia, demanda empeño. Se le va a uno la vida conectándose y desconectándose de gente. No hay una forma única o sencilla, pero es esencial.
Es más, nos conocemos en tanto nos damos a conocer. Aprendemos de nosotros, en la medida en que aprendemos de los otros. Hay decepciones y alegrías. El ser humano es un misterio, a veces abraza y a veces amenaza. A veces pasa del abrazo a la amenaza. Pero avanzamos no en contra de los demás, sino en tareas conjuntas. Todo lo que ven a su alrededor se hizo en equipo. Ser parte de un buen equipo es fascinante. Escojan sus equipos y participen con mística, generosidad y sentido de resultado.
La cuarta C es contribuir. Vinimos a este mundo a dar algo único. Si bien aún uno no sepa qué es. En ámbitos grandes o pequeños, el mundo está constituido de un sinnúmero de contribuciones que deshacen el caos. Hay mucha gente ejemplar que enseña cómo contribuir, como las enfermeras y doctores en la pandemia, los soldados en las zonas de conflicto, los pescadores, ganaderos y agricultores que empezaron hace días o meses a cultivar o conseguir lo que viene a nuestra mesa. Mucha gente se mata día a día trabajando para contribuir y hacer nuestra vida más grata. Cada uno de nosotros será llamado a hacerlo una y muchas veces. La vida es básicamente eso, contribuir.
La última C es para competir. Lionel Messi, LeBron James y Lucho Díaz, entre muchos otros, nos inspiran a ser mejores y, ojalá, los mejores. Competir, emular, ganar y aprender a perder, son grandes motivadores para el esfuerzo. Hay tremendos gozos, pero hay aún más dolorosas derrotas. Ambos resultan de una práctica humana meritoria: querer ser mejores y compararse con otros que son muy buenos, y mejores que nosotros en casi todo. Debemos aprender de ellos. En la economía eso resulta en muchos beneficios para la comunidad.
Planteo de nuevo una pregunta que se hacen los jóvenes: ¿vivimos a la tierra a ser felices? ¿Acaso esa fue la promesa para nuestros ancestros que, por cientos de milenios, bajaron de los árboles? ¿O para quiénes migraron por miles y miles de kilómetros sobre el hielo de las glaciaciones? ¿O los que tuvieron que matar mamuts y fueron devorados por fieras? ¿O las que crearon la agricultura y las ciudades? ¿Los que inventaron las matemáticas, los telares y las carabelas para descubrir América, y más tarde los aviones, los computadores y el internet? ¿Los que subieron por la cordillera de los Andes y penetraron el Amazonas?
Ninguna de esas generaciones puede decir que fue o no feliz. Lo que sí puede decir es que resolvieron los problemas que se les presentaron, con constancia y persistencia, hasta salir al otro lado. Tuvieron alegrías y tristezas, reveses y hallazgos, sufrieron crueldad y muerte, se sobrepusieron frente a la adversidad, y avanzaron para bien de ellos y sus hijos.
En suma, resolvieron bien o mal los problemas. Ese es el rasero. No es la felicidad. Esto suena distinto a lo que les cuentan hoy a los jóvenes. A la tierra vinimos a resolver problemas, más que a “ser felices”. Quien vino a ser feliz, siente que cada problema lo aleja de la felicidad. Esa me parece una gran equivocación de la pedagogía de familias, colegios y universidades en la actualidad. En contraste, quien sabe que vino a resolver problemas, se reconoce en cada esfuerzo, en conocer, crecer, conectar, contribuir y competir. Las cinco C.
Por último, quiero tratar de responder algo que preocupa a los jóvenes: ¿Dónde están los trabajos y las oportunidades? Están en dividir los trabajos actuales y crear nuevos. Están en crear actividades, crear economía, no sólo en repetir las actividades actuales. En las actividades actuales están los trabajos de la gente que ya está empleada. Los jóvenes necesitan nuevas actividades, nuevas divisiones, nuevas especialidades, de las que van a saber más que sus papás.
Nunca se queden en una economía estancada. Lo diferente, lo nuevo, lo inexplorado, surge de conocer oficios y saber dividirlos, separarlos en sus partes y adquirir nuevas destrezas. Ahí habrá nuevos problemas, respuestas, oficios y valor. Cada sociedad exitosa no para de crear problemas, y productos y servicios para solucionarlos. Con cada solución vendrán especialidades nuevas. Ese es el proceso de crear nueva economía. Ahí están los trabajos. Por eso es crítico moverse a sociedades vibrantes, donde permitan y promuevan esa actitud de conocer, trabajar, resolver, crear, imitar, crecer, contribuir y competir.
Las cinco C
El enfoque de las C viene de Martijn Cremers, decano del Mendoza College of Business de la Universidad de Notre Dame, en Indiana (Estados Unidos), que usa tres de las cinco que propongo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.