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Gustavo Petro
Columna
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Petro, entre la espada de la consulta y la pared del Senado

La consulta popular va a inscribirse en la habitual dinámica de confrontación y aniquilación entre ciudadanos partidarios y adversarios

Gustavo Petro

El 14 de mayo de 1989 un excelente maestro de la democracia, Estanislao Zuleta, fue invitado por los desmovilizados del M-19 a darles una conferencia en Santo Domingo (Cauca) y allí les dijo: “La democracia es la cátedra en vivo de la política para los pueblos”. Ignoro si el entonces joven Gustavo Petro estuviera presente, pero por sus excesos retóricos contra sus opositores y la forma como promueve la consulta popular, me quedan dudas.

La democracia, una asignatura pendiente

Una cátedra que, a decir verdad, los colombianos estamos todavía por aprobar, pues no hemos tenido suficientes buenos maestros y mucho menos hemos sido, como ciudadanos, estudiantes responsables. Tampoco hemos tenido instituciones representativas donde se pueda cursar y valorar, pues las ramas del poder público han sido carcomidas por la corrupción. Se han convertido en entramados de impunidad para beneficio de contratistas privados, financiadores de campañas electorales y hasta guarida de delincuentes que pasan de la curul a la cárcel, por su asociación con grupos paramilitares, como aconteció en la parapolítica y lo demuestra claramente el portal de Verdad Abierta. En fin, entre nosotros la democracia no ha sido una cátedra para la vida sino para la muerte, una sangrante mentira.

“Democracia tanática”

En su falaz nombre se siguen librando combates y guerras cuya primera baja ha sido y es nuestra civilidad. Es decir, la negación de nuestra capacidad para deliberar y concertar acuerdos que resuelvan sin violencia los principales conflictos sociales y económicos que nos dividen y desgarran. Se presume que los líderes políticos en el Congreso, en representación de los diversos intereses de la ciudadanía, son los maestros encargados de tramitar y resolver dichos conflictos sin violencia. Pero sucede todo lo contrario. Hasta el punto que todavía sus líderes protagónicos no comprenden que la democracia presupone para su existencia el ejercicio de la política como paz, sin convertirla en un campo de batalla, así sea simbólico, precedido de palabras, discursos y narrativas que llaman a la derrota y el aplastamiento del contrario en las urnas.

De alguna forma, para esos líderes la democracia no es otra cosa que la continuación de la guerra en las urnas. Así lo demostraron Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe cuando convirtieron, mediante un plebiscito, un Acuerdo de Paz en la continuación indefinida y degradada de esta guerra. Una guerra donde ya es imposible discernir la política del crimen y la rebelión de la codicia, por eso la “Paz Total” ha derivado en un fracaso letal.

Hoy lamentamos que entonces ni siquiera Santos y Uribe, como tampoco sus asesores y el alto comisionado de Paz, Humberto de la Calle, hubiesen estado la altura del artículo 22 de la Constitución Política, que les mandaba: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Por lo tanto, el Acuerdo no requería refrendación popular alguna. Bastaba con cumplir la Constitución. Menos lo comprendieron aquellos ciudadanos que salieron a “votar verracos” contra un Acuerdo de Paz por asuntos que no contemplaba, pero que sibilina y mezquinamente ciertos líderes, supuestamente democráticos y de centro, utilizaron para azuzar sus miedos, odios, intereses, prejuicios y hasta piadosas creencias religiosas, exacerbadas desde los pulpitos por fanáticos pastores.

De urnas y tumbas

Por eso, en medio de nuestras periódicas elecciones, las urnas no dejan de ser tumbas para muchos candidatos y para miles de líderes sociales y defensores de los derechos humanos, sin los cuales no existe la democracia. Y, para prolongar ese clima de belicosidad electoral propia de una “democracia tanática, violenta y homicida” (oxímoron brutal), ahora parece que la consulta popular, núcleo de la paz social en las siempre conflictivas relaciones entre el trabajo y el capital, va a inscribirse en esa misma dinámica de confrontación y aniquilación entre ciudadanos partidarios y adversarios.

Ya lo denunciaba el presidente Petro en su discurso en la Plaza de Bolívar, al solicitar un minuto de silencio en memoria de Alberto Peña Miranda, militante de Colombia Humana, que “haciendo perifoneo, megáfono, invitando a la marcha en una moto, fue asesinado por los ejércitos del narcotráfico”. Pero el presidente, dejándose llevar por la emoción y su retórica encendida, llegó al extremo del silogismo maniqueísta y lanzó una grave acusación contra el Congreso y el senador liberal Miguel Ángel Pinto: “Alberto es el primer muerto, gracias a las decisiones de ese Congreso. A Alberto lo matan por Pinto, por haber negado el tránsito de la Ley de la reforma laboral. Y aunque no lo ordenó, la sangre de Alberto hoy la ensucia a usted y a su familia”. Cargo por el cual el senador Pinto anunció acciones legales contra el presidente Petro por “irracionales aseveraciones”.

Una macabra puesta en escena

De alguna forma, el discurso presidencial terminó sumándose a la macabra puesta en escena del Congreso, que fustigó con justicia: “No entiendo por qué donde trabajé 20 años, el Congreso de Colombia, hoy está rodeado de negro. ¿Qué es eso? ¿Qué significa? ¿A quién se le ocurrió la idea? Colocar toda la fachada del Congreso como si esa institución no fuese constituida por el voto popular, como diciendo ‘les damos la espalda, no los oímos, no queremos quedarnos allá, guardados, escondidos, quizás con miedo”.

Pero cayó en la misma lógica macabra que criticaba al anteponer “la bandera roja y negra de Bolívar frente al negro del Congreso, porque me parece simbólico. Aquí la bandera roja y negra está con el pueblo. Allá, rodeada por la mortaja negra. Están dizque ‘los representantes del pueblo’. ¿Qué significa la bandera? Esa bandera la hizo Simón Bolívar… ¿Por qué roja? ¿Y por qué negra? Porque el negro es la muerte y el rojo es la libertad. Significa esta bandera libertad o muerte. El pueblo de Colombia vuelve a levantar esta bandera para que no nos tomen por pendejos… ¡Ha llegado la hora del pueblo! Llegó la hora de la democracia. Llegó la hora de la República y está en manos del pueblo. Por eso se esconden allá, entre la mortaja negra, y nos obligan a levantar la bandera de la libertad o muerte, la bandera del pueblo de Colombia hoy”.

Afortunadamente, a renglón seguido, moderó esa retórica belicosa y precisa: “Y no porque nos vamos a una guerra. Ya venimos de ella, ya estamos cansados de ella. Es porque queremos que se sepa que estamos decididos, que hay un presidente de Colombia, comandante en jefe de la Fuerza Pública de Colombia y elegido por el voto popular, que está decidido a que haya democracia en Colombia, o aquí cambiamos entonces las instituciones”.

Vuelve así el presidente Petro a retomar la senda del poder constituyente popular que desafía el poder constituido del Congreso, para culminar con un llamado a la reconciliación entre ambos, previa aprobación del Senado de la consulta popular y sus 12 preguntas, puesto que “No arreamos las banderas. Que el Senado de la República ordene quitar la mortaja negra. El Congreso de Colombia no tiene que encerrarse temeroso a nada, porque el Congreso de Colombia lo que tiene es simplemente que dialogar con su propio pueblo. No son enemigos. Simplemente hay que aceptar que el Congreso de Colombia le obedece al pueblo de Colombia”.

“Democracia” de suma cero

Pero advierte a los senadores que, si no la aprueban, en las próximas elecciones del 2026 para Congreso no debe haber: “Ningún voto, ningún voto por quien se atreva a tratar de cerrarle la boca al pueblo en la consulta. Ni un solo voto”. El mismo presidente, se ha puesto entre la espada de la consulta y la pared del Senado. Con lo cual, traslada la consulta popular al campo de una democracia de suma cero, en donde una parte pretende ganar a costa de la pérdida total de la contraria, como desafortunadamente sucedió con el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz, donde todos terminamos perdiendo.

Lo grave es que, si el presidente Petro pierde la carta plebiscitaria de la consulta popular, también sepulta los sueños de millones de colombianos en esa democracia de justicia y libertad, que nunca hemos podido forjar entre todos, como es lo propio de un juego de suma positiva, en donde nadie pierde su vida, dignidad, libertad y bienes por razones políticas. Ojalá ello no acontezca y algún día nos comportemos como ciudadanos y dejemos de ser esa “federación de odios y archipiélago de egoísmos” de la que hablaba Belisario Betancur en su discurso de posesión presidencial.

Con mayor razón, cuando lo que está en juego son las relaciones entre trabajadores y empleadores, entre el trabajo y el capital, que jamás pueden estar mediadas por la violencia en una democracia y menos en ese Estado Social de derecho proclamado en el artículo 1 de nuestra Constitución, todavía por cumplir, fundado en “el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.

En fin, nos bastaría con cumplir los artículos 1 y 22 de la Constitución para que la democracia viva entre todos y deje de ser esta coartada perfecta e impune para la guerra y los negociados en beneficio de unos pocos. Entonces el presidente Petro no tendría que desenvainar la espada de Bolívar con la Consulta Popular y el Senado dejaría de ser esa pared impenetrable contra la voluntad ciudadana.

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