Buen viaje, maestro
El escritor colombiano Antonio García Ángel recuerda los meses en los que, gracias a una beca, Mario Vargas Llosa se convirtió en su tutor

En 2004 yo tenía 32 años, una novela publicada y un bloqueo creativo que iba por su tercer año. Una tarde me llegó un sobre con la invitación a una beca llamada Rolex Mentor and Protégé Arts Initiative, cuyo propósito es seleccionar artistas emergentes en diferentes áreas del arte y brindarles un año de tutoría con maestros consagrados y mundialmente reconocidos. El maestro en la categoría de literatura era Mario Vargas Llosa, a quien admiraba desde que leí en el colegio ¿Quién mató a Palomino Molero?. Gracias a su inmensa generosidad, pues me escogió por encima de candidatos más prometedores, gané la posibilidad de escribir mi segunda novela con su tutoría. Tendría además que viajar a diferentes lugares del mundo para tener sesiones presenciales con él. La beca soñada.
Los encuentros cara a cara duraban más o menos una semana en la que nos encontrábamos a diario salvo los domingos. La primera fue en Londres, a comienzos de mayo de 2004, cuando llevaba cero páginas. Acordamos que le mandaría lo trabajado cada viernes y él me llamaría a la casa los sábados para darme retroalimentación. Fue así, con ese compromiso, como pude destrabar mi escritura. Nos reunimos de nuevo en octubre, en París, cuando mi novela iba en la cuartilla 106. Nos volvimos a ver en Lima, en enero de 2005, en la página 197. En marzo, cuando nos encontramos en Madrid, ya el archivo de Word estaba bordeando la página 300.
Durante la primera semana de julio de ese año, la misma en la que se celebró el concierto Live Aid 8 y unos terroristas islámicos perpetraron los atentados del metro, tuvimos las últimas sesiones de trabajo, de nuevo en Londres. En ellas repasamos las 364 páginas del primer manuscrito terminado de Recursos humanos. Conservo ese manuscrito, subrayado y anotado con su letra en tinta azul, y atesoro las enseñanzas de ese año maravilloso. No compartía ni compartí muchas de las opiniones y posturas políticas de mi maestro, pero no hablábamos mucho de eso. Nos encontrábamos en el gusto compartido por la escritura y la literatura. Me quedo con todo lo aprendido y también con un recuerdo suyo que lo retrata: En una de esas jornadas finales trabajamos hasta temprano en la tarde y, como nos sobró tiempo, me dijo que fuéramos a ver La guerra de los mundos a un cine que estaba alejado del apartamento en que vivía con su esposa Patricia. De ida y vuelta tomamos un bus y, en ambas ocasiones, como no había sillas libres, tuvimos que viajar de pie. Era casi imposible para mí creer que estuviera al lado de Vargas Llosa en un bus repleto y yendo a ver cómo Tom Cruise mataba extraterrestres y salvaba el planeta Tierra.
Mientras regresábamos de la película, con una inmensa sonrisa en el rostro y asido del pasamanos, me dijo «de todas las ciudades en las que vivo, esta es la única en la que puedo hacer esto y nadie se queda mirándome». Paz en su tumba, maestro, y gracias de nuevo.
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