Benito se queda: Bad Bunny declara su amor a Puerto Rico en el arranque de sus 30 conciertos en la isla
El artista reivindica su identidad con una residencia en el Coliseo de San Juan que compartirá con más de medio millón de fans

Jadeando, Bad Bunny, vestido con un traje rosa claro y una pava, un sombrero tradicional puertorriqueño hecho de paja, observa en silencio desde el escenario mientras 18.000 fanáticos le aplauden. La ovación parece durar una eternidad hasta que la megaestrella boricua, que a estas alturas trasciende la etiqueta de reguetonero, reencuentra su voz y susurra al micrófono: “Gracias, gracias, gracias”. Acaba de concluir el primer fin de semana de su residencia artística en su isla natal de Puerto Rico, una serie de 30 conciertos en los que no solo celebra la rica cultura de la pequeña isla caribeña, sino que también denuncia la realidad sociopolítica que atraviesan sus residentes, asediados por la gentrificación y la corrupción, entre otros muchos males.
No me quiero ir de aquí es el nombre que Benito Antonio Martínez Ocasio le ha querido dar a la residencia en el Coliseo de Puerto Rico, ubicado en la capital de la isla, San Juan, adonde en los próximos tres meses llegarán más de medio millón de fans. Es también una declaración de intenciones. Continuando la temática de su último disco, DeBÍ TiRAR MáS FOToS, lanzado en enero pasado, los 30 espectáculos —cuyas entradas se vendieron en tan solo cuatro horas hace seis meses— son una reivindicación de la identidad puertorriqueña, del alma quebrada de un pueblo que se niega a ceder lo suyo en medio de una crisis de masificación turística y gentrificación que está causando el desplazamiento forzado de su gente.

Puerto Rico es un territorio controlado por Estados Unidos, cuyos habitantes son ciudadanos estadounidenses, pero no pueden votar al presidente ni tienen representación significativa en el Congreso. Tiene un Gobierno insular, que junto al federal ha fomentado la gentrificación de las comunidades locales, entregando beneficios fiscales a inversores y turistas a cambio de que se muden aquí. ¿La consecuencia? La isla es cada vez menos habitable para los locales. Esa realidad, junto a varios desastres naturales, como el huracán María, que en 2017 mató a más de 4.000 personas, la mala gestión del Gobierno local, donde varios funcionarios han sido acusados formalmente de corrupción, y la indiferencia de Washington, ha hecho que miles de puertorriqueños emigren en busca de mejores oportunidades. En la actualidad, la diáspora boricua en Estados Unidos duplica la cantidad de puertorriqueños que residen en la isla: más de seis millones viven afuera, frente a los 3,2 millones que aún permanecen. Por ello, al territorio se le conocen como “la isla que se vacía”.
El propio Bad Bunny —el artista latino más escuchado en Spotify en todo el mundo en 2024— se ha negado a marcharse de la patria que lo vio nacer pese a ser, indiscutiblemente, la mayor superestrella global del momento. Con estos conciertos, el cantante de 31 años presta su plataforma para trasmitir un sentir colectivo de sus compatriotas: el querer permanecer en su tierra y celebrar sus costumbres. De hecho, el primer mes de conciertos, el de julio, es solo para residentes de Puerto Rico. Esos boletos únicamente se podían comprar en persona, en diferentes puntos de venta que su equipo habilitó a lo largo de la isla. Son nueve shows en este mes, un total de unas 160.000 entradas, por lo que apenas el 5% de la población insular podía conseguir estas entradas, pero aun así, Martínez Ocasio quiso priorizar a los suyos.
Los otros dos meses —agosto y septiembre— están abiertos al resto del público dentro y fuera de la isla. En total, se estima que No me quiero ir de aquí contribuirá con más de 200 millones de dólares (173 millones de euros) a la economía local y creará sobre 3.600 puestos de trabajo, de acuerdo a datos del Gobierno local. Además, atraerá a 600.000 turistas: encima de las entradas a los conciertos, se vendieron más de 80.000 paquetes de estadía y experiencias VIP y 30.000 habitaciones de hotel.

Bad Bunny no ofrecerá otros conciertos en Estados Unidos como parte de su gira mundial, que entre este año y el próximo lo llevará a Latinoamérica, Europa, Asia y hasta Australia. El cantante indicó el mes pasado en una entrevista con la revista Variety que consideraba “innecesario” dar más conciertos en EE UU continental, puesto que sus fans han tenido muchas oportunidades de verle actuar en el país durante tours anteriores. En cambio, el Conejo Malo invitaba a quienes quisieran verlo en su isla natal a asistir a la residencia, con la cual busca promover un turismo más sostenible, que proteja el patrimonio cultural local.
Las marcas y organizaciones con las que su equipo se ha aliado durante estos meses han lanzado guías para orientar a los visitantes sobre los diferentes puntos de la isla que deben visitar, como restaurantes o negocios de propiedad local, para apoyar la economía local. Descubre Puerto Rico, el sitio oficial de promoción turística, recomienda que los visitantes opten por alojamientos ecológicos y opciones alimentarias que centren productos y productores locales. Diferentes municipios también han puesto en marcha experiencias inmersivas, desde recorridos guiados a clases de baile, para celebrar las tradiciones boricuas.
Anfitrión de la cultura boricua
Cada noche de la residencia se siente tanto como un regalo para aquellos puertorriqueños que se han aferrado a su hogar como un homenaje a los que, con el corazón en la garganta, tuvieron que partir. Para Shakira, boricua de 29 años que en 2024 emigró a Virginia, “volver a casa para este espectáculo no es solo ir a un concierto”, es revivir toda su vida en una sola noche. Ella irá a una función de agosto. “Este álbum, y por lo que he visto del show, te lleva de la mano por mil recuerdos. Y de verdad, yo pienso que solo otro boricua puede entender lo que eso significa”, cuenta por teléfono. “Yo sé que cuando me toque vivirlo, lo que voy a sentir es un revolú de emociones: unas lindas, otras que duelen, porque por más que uno diga que se acostumbra, estar lejos de casa siempre pesa”.

Antes de entrar al recinto, los fanáticos son recibidos con un festival al que pueden asistir tanto aquellos dichosos que hayan conseguido taquillas como los que no lo hayan logrado. En el lugar hay quioscos de comida y bebida, música tradicional en vivo, bailarines, un DJ pinchando reguetón (la isla es, después de todo, la cuna de este género), personas jugando dominó y hasta picas, juegos de apuestas típicos que se ven sobre todo en las fiestas patronales de cada pueblo.
La mayoría de los asistentes, y hay desde niños a personas mayores, van vestidos de blanco, rojo y azul, los colores de la bandera puertorriqueña, a la vez que cargan con cientos de ellas de diversos tamaños. Muchos llevan pavas iguales a la que Martínez Ocasio viste durante el concierto y de la que siempre se enorgullece —llevó el sombrero hasta en la elegante gala del Met en mayo—, como homenaje a los jíbaros, los campesinos que históricamente han cuidado las tierras de la isla y a los que se les considera guardianes de las costumbres boricuas. Las mujeres también van vestidas de jíbaras, con las típicas faldas largas y una flor en el cabello, sea una maga, la flor nacional, o una amapola.
El interior del coliseo en sí ha sido transformado. Desde los baños, cuyas puertas han sido pintadas para asemejarse a las icónicas y coloridas casas del Viejo San Juan, hasta el escenario. Ese es el verdadero espectáculo: la tarima principal es ahora un campo rodeado de una montaña. En el lado izquierdo está el platanal junto a las dos sillas de plástico blancas que recorrieron el mundo en la portada del álbum DeBÍ TiRAR MáS FOToS. En el centro, hay una bandada de gallinas a las que les dan de comer maíz antes de que empiece la función y luego son retiradas. Y en el extremo derecho, hay un flamboyán rojo, un árbol que, aunque no es originario de Puerto Rico, es considerado como un símbolo cultural en la isla.

Frente a la montaña que se levanta en la parte posterior hay una gran pantalla, en la que en la hora previa al concierto se proyectan una serie de mensajes a cerca de Puerto Rico, su historia, su cultura y su resiliencia. “Puerto Rico es un territorio no incorporado de Estados Unidos, pero tiene bandera, cultura e identidad propia”, reza uno de ellos; “Puerto Rico tiene dos géneros musicales autóctonos: bomba y plena”, añade otro. Estos dos ritmos tradicionales son elementos principales de los conciertos, como lo fueron del disco. Aunque Bad Bunny ha advertido que cada noche será diferente a la anterior, las tres primeras funciones arrancaron al son de la bomba, un estilo musical creado en la isla por los africanos esclavizados durante la colonización española.
Las noches empiezan con el músico afroboricua Julito Gastón buscando su tambor. Desesperado, rebusca entre la vegetación del escenario hasta que por fin lo halla. “Mala mía, es que a mí me lo han quitado todo, y lo único que tengo es este tambor, es mi ser, es mi todo”, admite al público. “Cuando mi tambor suena, Borinquen se pone contenta”, añade, invocando el nombre que los indígenas originarios de esta tierra le dieron a Puerto Rico antes de la llegada de los españoles.
Gastón toma asiento y azota su tambor, dando inicio al concierto. La tarima se llena de bailarines vestidos de jíbaros y jíbaras, y Bad Bunny se lanza a cantar ALAMBRE PúA, una canción inédita con ritmos de bomba que tras presentarla de forma exclusiva en las tres primeras funciones, publicó en todas las plataformas de streaming musical este lunes. El vídeo de la nueva canción, de hecho, muestra la tarima de la residencia.

A partir de ese momento, el público se sumerge en un viaje de tres horas a través de varios géneros musicales puertorriqueños, así como por distintas etapas de la carrera musical de Bad Bunny. Desde las citadas bomba y plena hasta otros sonidos típicos, Martínez Ocasio interpreta canciones como Amorfoda, publicada en 2018, o Si Estuviésemos Juntos, de su primer disco del mismo año, hasta temas más recientes como KETU TeCRÉ o EL CLúB, del nuevo álbum.
El reguetón puro y duro se reserva para el segundo escenario: una casa de color rosa y amarillo, típica de los suburbios locales, levantada al otro extremo del coliseo. Viene completa con una marquesina —un cochero o un garaje—, donde en Puerto Rico siempre se han celebrado los llamados parties de marquesinas: fiestas con familiares o amistades en las que se baila, come y bebe. Pero esta no es la casa de cualquiera; es la de Bad Bunny, y a su party de marquesina van estrellas del calibre de LeBron James, que asistió al primer concierto del viernes pasado.
A lo largo del primer fin de semana, a la casa llegan reguetoneros puertorriqueños como Jhayco o el dúo Jowell y Randy para poner a perrear al recinto con canciones como Safaera (2020), Tití Me Preguntó (2022) o EoO (2025). “El reguetón es de ustedes”, recuerda Bad Bunny a los asistentes. La primera noche, Martínez Ocasio rindió homenaje a todos los artistas, productores y DJs del reguetón originarios de Puerto Rico. Leyó una lista de sus nombres y tardó casi tres minutos en repasarlos todos, mientras el recinto rompía en aplausos.

Jorge, puertorriqueño de 34 años que estuvo en el concierto de aquella noche, lo describe como “una experiencia bien única en el sentido que uno muy pocas veces tiene tantas diferentes partes de la cultura puertorriqueña consolidadas en un mismo espacio en un periodo de tres horas”. “A nivel emocional”, añade, “es muy conmovedor ver las diferentes generaciones compartiendo, y también saber que quienes hicieron todo esto son de aquí, donde no hay tantos espacios para expresarse creativamente sobre nuestras raíces y nuestra propia experiencia”.
Las primeras funciones culminan de vuelta en la tarima principal con otro tributo, esta vez a los grandes salseros boricuas. Junto a una banda de músicos jóvenes llamada LoS SOBRiNOS y los Pleneros de la Cresta, Bad Bunny interpreta temas desde BAILE INoLVIDABLE hasta LA MuDANZA, ambas canciones de su último disco, pasando por una versión salsera de Callaíta (2019). La noche culmina en una catarsis colectiva cuando el techo del recinto entero se ilumina con una gigantesca bandera de Puerto Rico. Aquí, la monoestrellada flota sola, sin que se le sea impuesta la pecosa gringa. Y el azul de su triángulo es celeste, no marino.

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