El sur de Florida, el laboratorio contra la crisis climática en Estados Unidos
Mientras Miami Beach invierte millones de dólares para protegerse de las inundaciones, miles de residentes se ven desplazados por el alza de los seguros y la presión del mercado inmobiliario
En Miami Beach ya no se debate si la crisis climática llegará, sino cómo convivir con ella. En esta ciudad costera de Florida, donde las inundaciones repentinas dejaron de ser un fenómeno estacional para convertirse en una molestia cada vez más habitual, el cambio climático se vive como una emergencia diaria. Un estudio del Instituto CLEO pronostica que para el año 2100 grandes zonas de Miami podrían quedar permanentemente bajo el agua si el nivel del mar aumenta seis pies (1,8 metros), justo la elevación promedio de la ciudad.
“Si nuestra elevación está por encima del nivel de los seis pies y se está pronosticando un alza de esa misma cantidad, pues no tienes que ser un científico para saber que grandes partes de Miami van a estar inundadas”, explica Yoca Arditi-Rocha, directora general del Instituto CLEO.
Añade un problema menos visible, pero igual de grave: la porosidad del suelo. “El nivel del mar está permeando en el nivel freático y está impactando nuestra seguridad hídrica porque el agua potable de la ciudad de Miami viene del acuífero que está debajo de nosotros, lo que hace que se mezcle con el agua salada en el acuífero de Miami”.
Ante este diagnóstico se hace evidente que el “cambio climático ya no es una amenaza futura, sino que está en curso”. Y Miami Beach ha decidido colocarse al frente de la batalla.
La zona cero de la resiliencia a la crisis climática
En 2006, mucho antes de que la crisis climática dominara titulares, Miami Beach creó el Comité de Sostenibilidad del Medio Ambiente. Al frente estaba Michael Góngora, entonces comisionado municipal, quien recuerda que el clima político y científico era distinto. “Aún no había tantos estudios sobre la problemática, pero ya era evidente que había que hacer algo”, cuenta.
Una de las primeras conclusiones del comité fue que la ciudad necesitaba un plan contra las inundaciones. Así surgió el Stormwater Master Plan, un ambicioso programa que contemplaba tres pilares: elevar calles, instalar potentes bombas de drenaje y levantar nuevas defensas naturales y artificiales.
“Lo que buscamos era mantener las calles secas y saludables”, dice Góngora, mientras describe el mecanismo: al elevar el nivel de las vías, las casas quedan más bajas que la calle, lo que permite insertar sistemas de bombeo subterráneos que redirigen el agua con mayor velocidad.
Aunque el proyecto buscaba proteger a la ciudad de las inundaciones, no todas las comunidades lo recibieron con el mismo entusiasmo. En los primeros años, algunas de las zonas más acomodadas de Miami Beach se opusieron frontalmente al plan. Góngora recuerda que “los residentes tuvieron pánico porque no entendían que la ciudad subiera la calle y que su propiedad quedara abajo”, ya que muchos temían que esa nueva elevación provocara más problemas que soluciones.
“Tenían miedo de que el agua bajara y les causara a ellos inundaciones”, explica, al tiempo que admite que la desconfianza inicial obstaculizó el avance del proyecto y obligó a la ciudad a intensificar la comunicación para convencer a los vecinos de que las bombas de agua y la nueva infraestructura evitarían precisamente ese escenario.
A pesar de la resistencia vecinal, la lentitud para obtener los permisos por parte del Estado de Florida y la complejidad legal, las obras comenzaron en 2013 y se han expandido desde entonces.
El proyecto incluía también la construcción de muros de contención y la restauración de dunas que actúan como primera línea de defensa natural frente al aumento del nivel del mar.
Con los años, el plan ha dejado de ser un experimento local para transformarse en un ejemplo que otras ciudades del país observan con atención. Las soluciones aplicadas en Miami Beach se estudian ahora en distintos puntos de Estados Unidos como una hoja de ruta para adaptarse al aumento del nivel del mar y a las inundaciones cada vez más frecuentes.
“Miami Beach ha estado a la vanguardia de la planificación de la acción para la resiliencia”, dice Álex Fernández, que acaba de ser reelegido Comisionado de la ciudad. Y presume de que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) ha reconocido oficialmente los avances de la ciudad, situándola como modelo nacional.
Aunque no existen cifras exactas, las autoridades municipales reconocen que las inversiones en resiliencia ascienden ya a “cientos de millones de dólares”, un esfuerzo sin precedentes cuyo impacto político, admite Góngora, es limitado: “Es difícil impulsar proyectos cuyos resultados no se ven en un corto plazo y que no dan votos”.
Pero la urgencia climática, avisa, “no espera ciclos electorales”.
La gentrificación climática
Mientras Miami Beach invierte para combatir la subida del mar, otra ola avanza silenciosamente: la del desplazamiento climático.
En el sur de Florida, las zonas históricamente más pobres —como Allapattah, Little Haiti o Brownsville— se encuentran, paradójicamente, en terrenos más altos y menos susceptibles a inundaciones. Esa ventaja geográfica se ha convertido en un imán para desarrolladores y para nuevos residentes con mayor capacidad adquisitiva.
Los costosos seguros son parte central del problema. Entre 2019 y 2024, las tarifas de seguros de vivienda en Florida aumentaron un 55%, una de las subidas más drásticas del país. Y, según datos de la Federación de Consumidores de Estados Unidos, el 14% de los propietarios latinos y el 11% de los afroamericanos no pueden permitirse un seguro de vivienda, frente al 6% de los propietarios blancos.
Para muchos propietarios, la decisión está marcada por los seguros que, “en algunos casos, se ha doblado de valor en los últimos años”. “Muchos clientes han venido y me han dicho: ¿Sabes qué, Esteban? Vendamos y que lo pague otro”, relata Esteban Reyes, especialista en bienes raíces.
En esa línea, también advierte que el encarecimiento del seguro impacta directamente la compra de vivienda: “Dependiendo qué tan costoso sea ese seguro que va a requerir el banco para esa zona de inundación, afecta enormemente la compra”.
Sobre eso, Antonieta Cádiz, directora ejecutiva de Climate Power en Acción, denuncia que esta es una situación “muy injusta” porque “millones de personas van a enfrentar lo que se llama gentrificación climática: personas que se ven forzadas a ser desplazadas producto del impacto del cambio climático”.
Cádiz estima que “más o menos la mitad de los 2,6 millones de residentes en el área de Miami van a enfrentar gentrificación climática en el futuro cercano”.
El círculo se cierra cuando los seguros obligatorios se vuelven prohibitivos para la población. “Las aseguradoras están viendo que los desastres son continuos y no tienen los recursos suficientes para cubrir a las personas aseguradas. Entonces pasan ese costo a los consumidores”, explica Cádiz. ¿El resultado? “Tienes menos personas aseguradas, y en Florida, el 14% de los propietarios latinos no tienen seguro de vivienda. Si tienen que enfrentar un desastre climático, lo pierden todo”.
El caso de Brownsville
Entre 2010 y 2020, la población hispana y blanca en Brownsville aumentó un 91,4%, mientras que la población afroamericana cayó un 23,8%, según datos del Censo. En este barrio históricamente negro, los desarrolladores han visto una oportunidad: terrenos elevados, ubicación céntrica, proximidad a zonas de moda y precios todavía relativamente accesibles
“Las zonas que están más al interior de Miami están subiendo mucho de precio y eso provoca que la gente de toda la vida prácticamente ya no pueda residir ahí”, explica Cádiz.
Así, las comunidades que durante décadas ocuparon estos barrios están siendo desplazadas por residentes de mayores ingresos, atraídos por la seguridad relativa frente a las inundaciones y por primas de seguro más bajas. Cádiz lo resume con crudeza: “Los están literalmente expulsando porque están viendo gente con más dinero a comprar esas zonas”.
Los expertos coinciden en que Florida se encuentra ante un dilema histórico. Por un lado, ciudades como Miami Beach invierten miles de millones en obras de adaptación, pero, por otro, organizaciones climáticas advierten que la adaptación por sí sola no basta si no se aplican medidas profundas de mitigación que reduzcan emisiones y frenen el ritmo del calentamiento global.
Arditi-Rocha insiste en que las ciudades deben equilibrar ambas estrategias. “La vulnerabilidad está ahí y se está agravando”, recuerda. Y las proyecciones científicas —incluyendo las de Scientific American, que estima que más de la mitad de los residentes del área podrían sufrir presión para reubicarse si el mar sube 40 pulgadas— sugieren que el desafío apenas comienza.
Si el sur de Florida logra o no convertirse en un modelo de resiliencia dependerá, en gran medida, de su capacidad no solo para defenderse del agua, sino para evitar que sus residentes más vulnerables queden fuera de la ecuación.
Porque, como advierten organizaciones y expertos, el desafío climático no se mide solo en los millones en inversión, sino también en la capacidad de una ciudad para proteger a su gente.
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