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UN BOOMER ENGANCHADO AL REEL
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Juan Carlos: ¿Por qué no te callas?

Pese a mentidos y desmentidos, las declaraciones y revelaciones del rey emérito siguen asombrándonos

Jesús Ruiz Mantilla

Ocurre a menudo con muchas personas que hablan y hablan hasta marear, pero no saben lo que dicen. No se trata de que no lo piensen, cuidado, es distinto: sencillamente, no lo saben. Hay una diferencia y un matiz importante. De ignorancia, para empezar o algo peor, de conciencia del lenguaje. Esa tara afecta sin ninguna duda al rey Juan Carlos. La discreción jamás fue su virtud más destacada. Lo vimos capaz de alentar de una manera inconsciente, por pura verborrea y a fuerza de ser muy pesado cuando conspiraba, el golpe de Estado del 23-F. Entonces, machacó a todo aquel se le pusiera por delante con que le quitaran del medio a Adolfo Suárez, como demuestra Javier Cercas —y ahora en la gran serie que se ha hecho sobre la novela en Anatomía de un instante. ¿Qué no dirá entonces el monarca a lo largo de las 512 páginas de sus memorias?

Cuando bajo el título de Reconciliación —ven como carece totalmente de conciencia del lenguaje— aparezca el libro en español ya no nos va a merecer la pena comprarlo por todo lo que se ha ido desvelando. A la mera curiosidad satisfecha del contenido por entregas —y sobresaltos de alucinación— se une nuestro límite de paciencia: ¿Quién va a soportar en letra impresa toda esa catarata de disparates? Hasta el punto de que, como me dijo el otro día una eminente amiga corresponsal italiana, entran ganas de parafrasearlo a él mismo en aquel episodio con Hugo Chávez y soltarle: “Juan Carlos, ¿por qué no te callas?”.

Sobre todo, porque, aparte de la capacidad de aguante mental y moral de los españoles, testigos de primera mano lo van a empezar a desmentir sin parar, como ya ha ocurrido con Javier Cercas. En aquella cena que organizó en el Eliseo el presidente Emmanuel Macron para Vargas Llosa, el emérito y el escritor español es falso, como contó el rey a Le Figaro, que le abroncara de ninguna manera o le echara en cara nada acerca del 23-F.

Lo mismo que puede ser falso ante el sentido común o, al menos, un error de percepción digno de su ausencia total de sensibilidad, que nos restriegue el hecho de haber sido un preso a costa del servicio a su pueblo… Que no se sintiera libre, que los regalos millonarios de los saudíes y demás no los pudiera devolver, pese a que admita el error de aceptarlos… Y ya, en la antología de la memez y la falta de tacto, que se queje de que su esposa no haya acudido a visitarle a su exilio voluntario y dorado en Abu Dabi. No extraña si, aparte de todo lo que sabemos, nos enteramos también en estas memorias de que su hija mayor se llama Elena, no por cualquier gesto hacia una esposa griega en recuerdo de la guerra de Troya, sino como homenaje al amor imposible de una princesa francesa de la rama Orleans.

Pobre hombre… Tanta entrega, tantas deudas contraídas por nuestra parte con él mientras al tiempo que alardea de habernos regalado la democracia sugiere que fue Franco quien también lo creía inevitable. ¿Arrepentirse? “¿Explicaciones?“, llegó a preguntar él entre vacilón y esquivo. ¿De qué?, respondía a los periodistas en una de sus visitas marineras con los amigotes a Sansenxo. ¿Para qué? Pues quizás para que los españoles no se pregunten hasta qué punto merece la pena no poner en duda la conveniencia de una monarquía.

Como evidentemente no sabe lo que dice —es más, desea recalcarlo todo en letra impresa—, en este caso, él mismo se quita el mérito principal con que ha ejercido la jefatura del Estado mediante la excusa de habernos llevado a un nuevo amanecer. ¿Ni siquiera eso fue idea o deseo suyo, sino de Franco?

Quería ser el rey de todos los españoles, pero aquel propósito ya lo proclamaba su padre, don Juan desde la década de los cuarenta. Por eso Franco le puso la proa y se esmeró en que jamás llegara al trono, además de someterle a un continuo ejercicio de sadismo psicológico quitándole ilusiones sin cesar o asombrándole con frases del tipo: “Los españoles son fáciles de gobernar”. Después, además, a la hora de la verdad, su hijo lo traicionó.

Lo cierto también es que Juan Carlos, harto de la manipulación a la que le sometieron padre y mentor —Franco, en este caso entendió pronto que debía buscar un camino propio para aprovechar su situación. Su programa vital se basó en gran parte sobre dos ejes: enriquecerse sin límites y mantener la tradición del derecho de pernada. En esto último, desde muy joven ya se mostró la mar de fogoso. Cuenta Paul Preston en su brillante biografía sobre el monarca —bastante a favor del personaje, por otra parte— que la inteligencia militar reportó al Pardo el siguiente dato: entre abril de 1956 y septiembre de 1957, el príncipe había mantenido trescientos treinta y dos encuentros sexuales.

Esas pulsiones podrían desarrollarse mejor y a lo largo de más tiempo en un régimen democrático que bajo el aparato de un franquismo heredado por él y en descomposición. No fue el suyo un regalo generoso a los españoles, sino una decisión movida por la conveniencia personal. La monarquía no duraría lo que ha durado de persistir en esa dinámica medieval que asoló España durante cuatro décadas. De eso sí fue consciente o estuvo bien asesorado.

En todo momento no dejó de mostrarse indiscreto, caprichoso, voluble, malcriado. Hoy, de sus palabras, se deriva con toda transparencia ese carácter. Pudo disfrutar sin ninguna cortapisa de esa libertad, de un reinado en que no cejó a la hora de dar rienda suelta a su avaricia ni a sus instintos. Y le benefició un lamentable pacto de silencio que nos obliga a preguntarnos también y ahora no solo por qué no se calla él de una vez. Sino por qué nosotros también nos callamos aquello durante tanto tiempo.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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