La familia no recibe
No había pasado ni una hora desde que se había conocido la noticia del fallecimiento de la actriz Verónica Echegui y ya había reporteros ávidos de dolor ajeno apostados ante el tanatorio


Sabemos poco de la muerte. No me refiero al proceso biológico, sino al burocrático. Una querría sollozar, dormir o echarse unos copazos al gaznate, hay un duelo para cada persona, pero antes de procesar que acabas de besar por última vez la frente aún tibia de un ser inmensamente querido te encuentras parloteando con agentes de seguros y deletreando el nombre de tus tíos a un hombre trajeado que te enseña modelos de esquelas en Word. Después eliges entre media docena de urnas idénticas mientras te preguntas si la prima Lucía habría preferido figurar como Luchi y el ateísmo rampante te hace cuestionarte eso de “rogar una oración por su alma”. La frase “la familia no recibe” tarda poco en revelarse vacía de contenido, minutos, porque ahora las esquelas no se clavan en la puerta del bar del pueblo, se publican en Internet. Afortunadamente, sin likes, pero llegarán y me sorprenderá menos que ser consciente de que en las salas de los tanatorios hay teléfonos. La gente llama porque no has sido precisa y no has incluido: “la familia no recibe, tampoco llamadas”. Te arrancan de la reflexión los ósculos de conocidos que van justos de comprensión lectora y vienen a acompañarte en el sentimiento, aunque habrías preferido sentirte sola, algo tan socialmente cuestionado. No te entretienen mucho, vienen ávidos de conversaciones intrascendentes porque hemos normalizado que los tanatorios sean centros de reunión social.
Pensaba en lo perturbador que resulta la pérdida de intimidad en un momento que debería ser de recogimiento mientras leía sobre el fallecimiento de Verónica Echegui. Hacía una hora que se había conocido la noticia y ya había reporteros ávidos de dolor ajeno apostados ante el tanatorio. Las cámaras buscaban al famoso más demacrado, y en el plató, contertulios con voz grave y gesto contrariado alababan la grandeza de una actriz de la que, sospecho, no sabrían citar ni tres títulos sin mirar sus apuntes.
Al día siguiente, en Vamos a ver verano advierten que esa mañana no habrá celebridades porque la familia quiere una despedida en la estricta intimidad, pero puntualizan que ellos permanecerán allí, como si realmente cumpliesen una función social más allá de ser la UME de la carroña. Me retuerzo en el sofá preguntándome si se puede caer más bajo y por la tarde YAS verano me saca de mi duda. Un señor trajeado entra a plató sobre el rótulo: “Mi mujer tiene alzhéimer y yo busco novia”. Si esto es la tele de verano, estoy deseando que llegue el otoño.
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