Un camión de Jarritos provoca el enojo de los vecinos de ‘la esquina del diablo’: “Parece que al Gobierno no le importamos”
La calle Paso Florentino tiene una pendiente tan inclinada que provoca el derrape de coches y camiones de transporte pesado. Algunos vecinos se sienten olvidados por las autoridades


A unos pasos de la estación del cablebus Vasco de Quiroga, en la alcaldía Álvaro Obregón, en Ciudad de México, la calle Paso Florentino inicia con una ligera elevación que se expande unos 50 metros. Después, continúa con 100 metros que de a poco comienzan a inclinarse hasta llegar a la esquina con la calle Paso Real; a partir de este punto, los siguientes 120 metros son de entre 40 y 55 grados de inclinación aproximadamente. A ese tramo le han apodado ‘la esquina del diablo’, por los recurrentes accidentes que tienen los coches al descender. El más reciente sucedió durante la noche de este miércoles: un camión que transportaba refrescos perdió el control cuesta abajo, uno de los costados impactó contra la casa 69 de dicha esquina y el golpe hizo que la cola del vehículo colisionara en la pared de otra casa más abajo, a la que le hizo un agujero enorme. “Yo no estaba, solo mis tíos que son de la tercera edad”, dice Rodrigo Ramos Rivas, habitante de la casa con el muro afectado. “El impacto de ver la casa abierta fue muy fuerte”. Algunos vecinos que han visto los incontables sucesos han pedido a las autoridades que busquen una solución, pero esta no ha llegado.
Por fortuna sin lesionados camión de Jarritos impactado en fachada de domicilio... Álvaro Obregón colonia la cebada. pic.twitter.com/y1TRCBtqeF
— Raúl Gutiérrez (@RaulGtzNR) November 27, 2025
Sobre la calle hay al menos 30 personas. Algunos son elementos de la alcaldía y trabajadores que retiran los escombros, otros son vecinos. A mitad de la pendiente se encuentra Paso Viejo, una pequeña calle que conecta Paso Florentino con Paso Mayor, que también presenta una inclinación preocupante. Allí, en ‘la esquina del diablo’, está la casa número 65. Es de color amarillo con dos franjas anchas horizontales de color rojo en la marquesina y a la altura del suelo. La señora Josefina Santana Rodríguez vive en este sitio.

“Le hemos dicho que se mude a un departamentito que tenemos más abajo, pero no quiere. Ya es una señora grande. Tiene más de 90 años”, dice María Angélica, una de sus hijas. “Una de las vecinas me marcó ayer en la noche y me dijo que viniera a ver a mi mamá porque hubo un accidente muy feo. Fue mi hija la que me enseñó el video”. Sin embargo, María Angélica acudió hasta la mañana siguiente porque, dice, ya era tarde.

Unas cintas impiden el paso de vehículos después de la casa 65. Algunos trabajadores intentan demoler una parte del asfalto en donde están empotradas unas barreras de fierro de color amarillo que la señora Santana Rodríguez había colocado como protección. El ruido sobresale. “Nosotros las encajamos allí con cemento, no como esas que están allí sobrepuestas”, dice Rubén, también hijo de la señora Santana.
Las bardas sobrepuestas son una suerte de barandales sobre las banquetas. La señora Santana se siente afortunada de que la casa no haya sufrido daños estructurales mayores. Aunque una parte de la marquesina y de la banqueta, con sus escalones para ayudar al peatón a subir y bajar sin riesgo a resbalar, estén cuarteados o destruidos.
A pesar de la treintena de personas, de las cintas que bloquean la calle y de los camiones en los que ponen el escombro retirado, los coches siguen bajando y dan vuelta en Paso Viejo. “No puede ser con esta gente”, dice una de las vecinas con un perro Chihuahua envuelto en una cobija y en brazos de la mujer. Se han aglomerado unos siete vecinos, entre ellos Rubén, que discuten el origen del problema. Uno dice que todo comenzó hace 15 años cuando les cambiaron el asfalto.





Los demás le rezongan y dicen que no, que fue hace 10; otros, que hace ocho. En lo que sí están de acuerdo es que el pavimento provoca que los coches se derrapen. “Y cuando empieza a llover es peor”, dice Fernando Ramírez López, vecino de Paso Mayor, la calle paralela a la del recién accidente. Cuenta que hace unos 40 años un coche circulaba hacia arriba, pero no pudo subir más y se fue de reversa hacia un lado de la acera. “El coche aplastó por la mitad a una niña. Le hicieron 13 operaciones en la cadera, pero falleció”, contó, aunque este periódico no encontró datos oficiales. Ramírez López, profesor de artes marciales mixtas, dice con resignación que el Gobierno los ha olvidado. “No sé por qué, pero no les importamos. Tal vez porque somos de la clase obrera, pero somos igual de importantes”.
Ramos Rivas está esperando a que venga una aseguradora que, según la alcaldía, será quien se encargue de reparar la casa. Mientras tanto ha sobrepuesto una lona negra grande encima del agujero. La alcaldía trajo una tablas de triplay, pero el sobrino de los ancianos afectados no las quiso. Rubén, hijo de la señora Santana, dice que si las acepta, nunca vendrán a arreglarle el agujero. “Mira, tómale unas fotos aquí para que se vea lo bonito que dejaron todo”, dice Rubén con ironía.
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