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El ocaso del veraneo en Italia: las familias ya solo van a la playa el fin de semana

Los tradicionales establecimientos privados de la costa alertan de la crisis de la clase media

Playas Italia
Íñigo Domínguez

El mes de julio, y luego agosto, han hecho saltar las alarmas en las playas de Italia, porque se consolida una tendencia: cada vez menos familias pasan una o dos semanas en una localidad costera porque ya no se lo pueden permitir, y los arenales solo se llenan el fin de semana. En cambio, crecen los turistas extranjeros en esas estancias largas, y son ellos a quienes más se ve de lunes a viernes. La prensa ha ido calentando el tema, planteado como un síntoma de las dificultades de la clase media, y tras semanas de imágenes de playas sorprendentemente poco llenas entre semana, la oposición ha acabado tomándolo en serio. Ha acusado a Giorgia Meloni de vender “una Italia de postal” en la que todo va bien cuando en realidad “millones de italianos no pueden irse de vacaciones”. La semana pasada la primera ministra replicó que la oposición difunde noticias falsas y “daña la imagen del país”.

La llamada de atención partió en julio de los gestores privados del litoral, pues Italia tiene una peculiar tradición, fuente de polémicas periódicas y a menudo sorprendente para los visitantes españoles: la mitad de las playas están gestionadas, con concesión pública, por establecimientos privados, una tradición que viene de los años veinte del pasado siglo y las casetas de madera. Despliegan sombrillas y tumbonas de pago perfectamente alineadas, que tienen un precio al día, a la semana o al mes.

En muchas zonas de costa son las dominantes, junto a otras zonas de playa libre. Son cerca de 7.000 empresas en todo el país y un radar capilar de usos sociales. Aunque también, precisamente, parte del debate está siendo si es este modelo de ocio el que está en crisis, porque la gente cada vez está menos dispuesta a pagar por ir a la playa.

“Estamos viendo un empobrecimiento de la clase media, porque estamos dentro de ella, son nuestros clientes. Ya habían desaparecido las vacaciones de los abuelos con los nietos, mientras los padres trabajaban, y ahora cada vez vienen menos familias”, lamenta al teléfono Simone Battistoni, propietario del histórico Bagno Milano, en Cesenatico. Es una localidad de veraneo de la costa del Adriático, la llamada Riviera romagnola, que tiene su centro en Rimini y Riccione, destinos de toda la vida de la clase media italiana y con precios más accesibles. Alquilar un apartamento una semana puede ir de 600 a 800 euros, importe que sube a 1.000 y 1.200 en otras zonas más caras del país.

El establecimiento de Battistoni tiene cien años, su familia lo ha gestionado durante tres generaciones, conoce bien el negocio y ofrece todo tipo de servicios, hasta tiene biblioteca. “Es una tendencia desde hace unos años, pero este verano se ha acelerado, hay una crisis del consumo clara”, comenta. Este empresario, con 23 empleados, preside el Sindicato Italiano Balneario (SIB) en la región de Emilia Romaña, representa a 400 establecimientos playeros y asegura que el sentir es general.

Según su experiencia, cada vez es más frecuente que en julio las familias se queden donde viven, con escapadas a la playa de fin de semana, que en Italia, por su geografía, es posible desde cualquier lugar. Luego, en agosto, hacen las vacaciones en el extranjero, en destinos más baratos como Albania, Túnez y Marruecos. En cambio, quienes les están reemplazando en las playas italianas, según los datos del SIB, son los extranjeros. Tradicionalmente eran alemanes y franceses, pero están aumentando los visitantes de países nórdicos, polacos y del Este europeo. Y hay un auge del turismo estadounidense en Cerdeña.

Establecimiento privado en una playa de Monterosso, en la comarca de Cinque Terre, en Liguria.

Esta desaparición de las vacaciones familiares de toda la vida es una tendencia general en toda Italia, corrobora el presidente del SIB a nivel nacional, Antonio Capacchione. También han surgido estos días avisos parecidos en la costa del otro lado de la península, en la zona de Viareggio y la Versilia, en el litoral toscano del Tirreno, que suele acoger un turismo medio-alto. Al margen de Forte dei Marmi, destino exclusivo y conocida como la playa rusa más al sur de Europa, por la cantidad de visitantes adinerados de este país que recibe. Solo las zonas de turismo de lujo parecen ajenas al progresivo abandono de las familias. Y eso que en el famoso Twiga Beach Club de Forte dei Marmi la denominada tienda imperial cuesta 1.500 euros al día en agosto.

“Hay una polarización de presencias en el fin de semana, una debilidad de la demanda interna de italianos”, corrobora Capacchione, y subraya un dato: el año pasado fue la primera vez en la historia que Italia registró más turistas extranjeros que nacionales. “El verano pasado lo salvó el turismo extranjero”, advierte. Confirma que los alquileres de un mes o dos, el largo veraneo “son ya un lejano recuerdo”, pero al menos hasta ahora se alquilaba una semana o 10 días. Pero ya ni eso. “Ahora es viernes, sábado y domingo”, concluye.

Battistoni cree que no se debe tanto a que los precios de alquiler o de los hoteles hayan subido mucho, sino a que se ha reducido la capacidad de ahorro de los italianos durante el resto del año y la vida es más cara. Los datos del último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) son elocuentes sobre la situación de Italia: los salarios siguen anclados en los años noventa, es el último país de las economías avanzadas del G20. La pérdida de salario respecto a 2008, cuando empezó la última crisis, es de un 8,7% (en España, un 4,5%). Según un reciente estudio de Eurostat, publicado en julio de 2025, el 27% de los europeos no puede pagarse una semana de vacaciones. Pero en Italia ese porcentaje sube al 31,4%, y es la primera en la clasificación en número absolutos: 18,5 millones de personas. En España es un 33,4%, 16,2 millones de personas.

Lo cierto es que en los costes del veraneo en Italia debe añadirse a menudo el de la playa, es decir, el de estos establecimientos privados, tanto por costumbre como porque muchas veces no hay más opción. Es un debate de cada verano, candente desde hace años porque la UE pide desde 2006 que se liberalice el mercado y se den las licencias por concurso público, pues se renuevan desde tiempo inmemorial. Es un sector que da empleo a 60.000 personas y cada gobierno italiano va aplazando una decisión. Meloni lo ha hecho hasta 2027.

Según la asociación ecologista Legambiente, en algunas regiones la ocupación privada de playas llega al 70%, como en Liguria, Emilia Romaña y Campania. En Nápoles, caso extremo, en 27 kilómetros de costa solo hay 200 metros de acceso libre al mar. Camaiore (Toscana) es la localidad que acumula más densidad de empresas: 92 en tres kilómetros de costa.

Los establecimientos playeros son una galaxia donde hay de todo, del lujo a lo espartano, de auténticos clubs con piscina, toboganes de agua, restaurante y campos deportivos a sencillos chiringuitos. Un estudio de Altroconsumo, la mayor asociación italiana de consumidores, señala que el coste medio este verano de una sombrilla y dos tumbonas es de 212 euros para una semana. En un estudio en 10 localidades de veraneo, Alassio, en Liguria, es la más cara, con 340 euros, y Rimini, la más barata, con 150. Al día puede costar entre 20 y 40 euros.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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