Sin recursos para la salud mental de los menores: “Vienen por un golpe y al final te cuentan que el niño sufre acoso”
Ni los trastornos más graves ni los malestares diarios encuentran una red de apoyo efectiva y los proyectos para atender a los adolescentes solo alcanzan a unos pocos

La angustia de niños y adolescentes no para de crecer: los índices de ansiedad, depresión y conductas autolesivas alcanzan cotas inéditas en cualquier estudio que los analice, y el sistema no da abasto. Ni los trastornos más graves ni los malestares diarios encuentran una red de apoyo efectiva: faltan profesionales, faltan plazas y faltan vías de atención temprana. La mayoría de jóvenes no llega siquiera a buscar ayuda, y los proyectos para alcanzarlos —unidades móviles, intervenciones en institutos— siguen siendo experimentos aislados que llegan a muy pocos.
¿Qué dicen los datos? Según un estudio de Unicef de 2024, el 41% de los adolescentes en España manifiesta haber tenido un problema de salud mental en los anteriores 12 meses, menos de dos tercios ha hablado con alguien del tema y menos de la mitad ha pedido ayuda. Otro de la Fundación Manantial de 2023 —que incluye adolescentes y jóvenes hasta 24 años— refería que el 43% no puede dormir con frecuencia o nunca, un 38% se sienten solos siempre o muchas veces, un 31,5% sufre episodios de ansiedad y un 11,7% afirma autolesionarse. Uno de la Universidad de La Rioja desveló que las hospitalizaciones entre los 11 y 18 años por trastornos psiquiátricos pasaron del 3,9% en el año 2000 al 9,5 % en 2021. Y la edad es cada vez menor: la media bajó de los 17 a los 15 años.
¿Cómo responde el sistema? Los datos que existen están poco actualizados y mal estructurados. En 2021, el Ministerio de Sanidad creó oficialmente la especialidad de psiquiatría infantojuvenil, que ya está incorporada en el MIR, lo que la reforzará en próximos años, pero todavía quedan dos para que finalice la primera promoción de residentes. Según el Libro blanco de la salud mental, de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM), la ratio es de 10 profesionales por cada 100.000 menores de 14 años, un número que está “significativamente por debajo de las tasas observadas en otros países”. La media en Europa es de 22, si bien son estadísticas que no siempre están homogeneizadas.
El panorama con respecto a los psicólogos clínicos es aún peor. A pesar de más de dos décadas de reclamaciones, no existe la especialidad oficial que se dedique a la atención de los menores. Un estudio publicado en 2022 estimaba que el Sistema Nacional de Salud cuenta con 543 en el ámbito infantojuvenil. Se basa en cifras muy antiguas, de 2009, pero la situación no ha cambiado sustancialmente y no se han sumado desde entonces los 1.829 profesionales adicionales que harían falta para cumplir con lo que se consideraría un estándar de calidad.
Otro recurso fundamental, la Atención Primaria, ha empeorado su atención desde la pandemia. Según el último barómetro sanitario del CIS, casi la mitad de los pacientes tardan cinco días o más en ser atendidos por un servicio que está pensado para responder en 24 horas, algo que solo consiguen menos de un tercio de quienes piden cita.
Y, en estas consultas, “no hay tiempo” para tratar los problemas mentales, dice Cristóbal Coronel, presidente de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP). “Nos defendemos como podemos. Los problemas de conductas a veces se plantean al final de consulta. Vienen por un golpe y al final te cuentan que el niño está sufriendo bullying, que es algo que necesitaría tiempo, continuidad. Muchos padres confunden lo urgente con lo importante”, argumenta.
No existen tampoco protocolos unificados sobre cómo actuar en el acoso escolar, denuncia Celso Arango, quien fuera presidente de la SEPSM, en un seminario sobre salud mental en niños y adolescentes organizado por Lundbeck, al que EL PAÍS acudió invitado por la farmacéutica. “Antes sufrían acoso escolar en el colegio, en ese momento. Ahora, con las redes sociales, se alarga las 24 horas del día, incluidas vacaciones”, relata.
Las redes sociales son uno de los factores que varios expertos reunidos en este foro apuntaron como responsable del aumento de problemas mentales. Aunque no hay consenso en la literatura científica, algunos estudios lo avalan. Uno de los más recientes, publicado en Nature Human Behaviour, examinó a más de 3.000 adolescentes de entre 11 y 19 años de Reino Unido. Los que tenían problemas de salud mental pasaban una media de 50 minutos más al día en redes que los que no (lo que no quiere decir necesariamente que haya una causalidad).
Más allá de la hiperexposición a las redes, los expertos señalan falta de espacios donde expresar el malestar, familias más desestructuradas, una presión constante por destacar. Todo esto afecta más a estratos socioeconómicos más bajos y a migrantes que pueden enfrentarse a problemas de integración.
Laia Rico, de 23 años, lleva diagnosticada de depresión desde los 15. “Se dice que somos la generación de cristal porque nos afecta todo, pero lo que pasa es que lo expresamos más. Vivimos en sociedad que nos exige tantísimo que es muy difícil parar y tenemos unos estándares que son imposibles de alcanzar. He intentado quitarme las redes, porque yo misma lo he detectado: estas cuentas no me están haciendo bien. Pero los algoritmos son tan bestias que te lo acaban devolviendo una y otra vez y te lo acabas comiendo aunque no quieras. Es muy difícil ser joven ahora mismo”, decía en el seminario de Lundbeck.
Al hablar de los problemas de salud mental de la infancia —también en los de los adultos— los profesionales siempre hacen una distinción entre verdaderas patologías que requieren atención psiquiátrica y malestares emocionales que los niños no saben gestionar. Los primeros son minoría, pero los segundos se pueden agravar si no se controlan a tiempo.
La atención a unos y otros puede variar mucho entre comunidades autónomas. Pero la tónica general es la que describe Pedro Gorrotxategi, presidente de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria: “Los servicios de psiquiatría infantojuvenil, que se dedican fundamentalmente a enfermedades mentales, están desbordados. Si un niño con trastorno de comportamiento se encuentra mal en el colegio o está sufriendo es difícil que lo atiendan. En casos como estos es muy importante el apoyo de los servicios sociales, porque muchos de esos problemas, incluso los intentos de suicidio, están relacionados con la dinámica familiar”.
A pesar de todo, estos malestares llegan a menudo a los especialistas, contribuyendo a la saturación. La psiquiatra infantil Elisa Seijo también cree que habría que “hacer muchísimo trabajo con escuelas, con los padres, a nivel más social”. Así sería más fácil atender los problemas más graves. “Deberíamos ser capaces de captarlos muy pronto, prevenir y dar respuesta muy rápida, y no lo estamos consiguiendo. No puede ser que haya un suicidio y no reciba cita en menos de 10 días para ver a un profesional”, reflexiona.
Propuestas de urgencia
Para paliar estas carencias, Sandra Astete, responsable de Salud Mental de Unicef España, propone lo que denomina unidades móviles de equipos interdisciplinares en salud mental de niños, niñas y adolescentes. “Se usa en otros países del norte de Europa y en Cataluña se está implementando desde hace unos años y reduce la atención psiquiátrica especializada”, asegura.
Consiste en un equipo que fortalece al pediatra de Atención Primaria. Cuando identifica que una familia necesita apoyo, llama a una unidad móvil con un psicólogo clínico, psiquiatra, especialista en psicomotricidad ―“fundamental para los menores de seis años”, dice Astete―, y un trabajador social. “Necesitamos saber lo que pasa en la familia: si hay violencia de género, patologías, adicciones, cómo es el acceso a la vivienda”, explica la especialista de Unicef, que está en conversaciones con varias comunidades autónomas para que dediquen a estos programas parte de los 172 millones de euros que el Ministerio de Sanidad les transfiere para inversiones en Salud Mental, dentro del Plan Nacional, que parte de este enfoque comunitario.
La Fundación Manantial también apuesta por intervenciones en la comunidad. En concreto en los colegios e institutos. “La prevención en los jóvenes debe hacerse allá donde están porque ellos no van a ir a los servicios de salud mental”, dice Helena de Carlos, su directora de comunicación. Su proyecto #Rayadas trabaja con alumnos de tercero de la ESO en grupos para que mejoren sus herramientas de afrontamiento de los problemas de la vida cotidiana sin patologizar, pero escuchando e interviniendo en un malestar emocional que si no se atiende puede empeorar y llevar a los jóvenes a desarrollar problemas más graves.
Con una pata en las escuelas y otra en la sanidad, un programa en la Comunidad de Madrid lleva a un equipo multidisciplinar de salud mental a los institutos a atender a los jóvenes con problemas. María Mayoral, coordinadora del programa en el Hospital La Paz, explica en qué consiste: “Somos dos equipos, cada uno con un psicólogo, psiquiatra, enfermera y trabajador social compartido para nosotros y el [Hospital Gregorio] Marañón [pionero en este programa]. Tenemos asignados 32 colegios en dos equipos. Cada dos semanas vamos a todos. Allí los equipos de orientación y directivos nos proponen los casos que hayan detectado y nosotros hacemos evaluación y determinamos el tratamiento”.
Son programas con buenos resultados, pero que están muy limitados. Este lo financia la Fundación Alicia Koplowitz y solo llega a unos cuantos distritos madrileños. No hay una sistematización ni estos están alcanzando a todos los niños que lo necesitan.
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