Borja Sáinz de Aja, abogado: “El despacho me sacó del armario”
El también presidente de la Red Empresarial por la Diversidad y la Inclusión LGBTI dice que el silencio es un terrorismo de baja intensidad


Borja Sáinz de Aja (Pamplona, 48 años) duda si para las fotos es mejor salir con o sin corbata. Acaba convenciéndose de quedársela, como se dejará la chaqueta y los gemelos. Recién llegado de Bilbao, es pura energía en una de las salas de la undécima planta de la sede del bufete de abogados Uría & Menéndez, donde ejerce como socio y trabaja desde hace 26 años. Es una sala donde predomina el gris, pero donde destaca un espléndido cuadro de Eduardo Úrculo que ocupa más de una cuarta parte de la pared. “Tú me dirás, ¿qué quieres que te cuente?”, afirma Sáinz de Aja, que también es presidente de la Red Empresarial por la Diversidad y la Inclusión LGBTI.
Pregunta. Usted dirá. Empiece contándome quién es, y vamos viendo.
Respuesta. Lo mío no es por vocación, ni por tradición familiar. Yo quería ser diplomático y he acabado siéndolo, pero a través del ejercicio del Derecho. Empecé haciendo prácticas y me quedé. Eso fue hace 26 años.
P. Usted que conoce la cocina por dentro. ¿Qué son los abogados y qué no son?
R. Hay una idea de que somos un sector muy conservador. Es verdad que somos prudentes, porque defendemos intereses de terceros, pero es una profesión intelectual, abierta a las ideas, al debate y a la creatividad. Aquí por el dinero no estamos.
P. ¿Qué encontró al llegar y qué encuentra hoy?
R. Antes era un sitio donde los aspectos personales se dejaban en la puerta. Pero ahora nos hemos dado cuenta de que la sociedad pasa por nosotros y las vivencias y las exigencias son distintas. Antes la diversidad no se veía. Hoy nos ha desbordado y no solo sabemos que existe, sino que la promovemos como parte del desarrollo profesional. Durante los primeros años de mi carrera pensaba que era un impostor. Yo tenía cabida en la medida en que actuase. No me lo pedía nadie, lo hacía yo. A partir de ese año empecé a reflexionar y coincidió en que me presenté a la elección como socio. Me estampé contra la pared.
P. ¿Qué pasó?
R. Me dijeron que no. Fue un shock, el sentimiento de fracaso y de vergüenza más grande de mi vida profesional, y al mismo tiempo una catarsis. Desde entonces, para bien y para mal, decidí ser yo. Mucha gente dice: “Yo salí del armario”, y no es verdad, salimos a una hora y volvemos a otra. Hasta que un día una socia me dijo: “Me han pedido que desarrolle la política de diversidad LGBTI y sé que lo voy a hacer fatal. Al único que conozco eres tú, ¿me ayudas?”. Lo hice como cuando te encargan una demanda, sin darme cuenta de que emprendía un viaje, porque al ocuparme de esto, el despacho me sacó del armario. Y eso, lejos de separarme de la gente, me acercó.
P. ¿Qué coste ha tenido el silencio, el disfraz?
R. Mi entorno ha sido muy respetuoso, y han evolucionado conmigo y con los tiempos. El silencio es muy insidioso, no te das cuenta de lo peligroso que es hasta que estás en una situación complicada, tocas suelo y te dices que tienes que cambiar. El silencio es amable y no te expone, pero es un terrorismo de baja intensidad.
P. En una entrevista dijo que cada una de las siglas LGBTI representa a personas con realidades muy distintas.
R. Lo único que tenemos en común es que nos hemos sentido inseguros y no incluidos en algún momento de nuestras vidas. Dentro de ese abecedario, los gays somos a la sociedad LGBTI lo que los hombres heterosexuales blancos a la sociedad ordinaria. Luego hay un mundo de matices muy rico que va de lo más reconocido a lo más desconocido, las personas no binarias, las personas trans, intersexuales, etcétera. Hay gente que lo niega como si fuera ciencia ficción, cuando lo que se oculta es ignorancia y miedo. El 60% de la población tiene un amigo o un familiar directo LGBTI.
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