Un contagio de malaria en un hospital de Sevilla destapa una grieta de seguridad en algunas pruebas diagnósticas
El centro sanitario Virgen del Rocío actualiza sus protocolos y la Junta de Andalucía estudia cómo extender los cambios a otros centros de la comunidad


Un desconcertante diagnóstico de malaria —infección transmitida por mosquitos y endémica de zonas tropicales— en una paciente que no se había movido de la provincia de Sevilla ha permitido identificar una grieta de seguridad en algunas pruebas diagnósticas. Las fundas protectoras de plomo que cubren las jeringuillas usadas en análisis como la gammagrafía tiroidea —cuya misión es proteger al personal sanitario del yodo radioactivo— han sido identificadas como la vía que posibilitó el contagio, según la investigación publicada ahora por profesionales del Hospital Virgen del Rocío en la revista de referencia Emerging Infectious Diseases.
Aunque las jeringuillas son siempre desechadas después de un solo uso y gestionadas como residuo radioactivo, los protectores eran reutilizados hasta ahora el mismo día tras ser sometidos a una desinfección entre paciente y paciente. El caso, sin embargo, ha revelado que este sistema no fue suficiente para eliminar el parásito de las minúsculas manchas de sangre contaminadas que pudieron quedar en la superficie de plomo.
Esto ha llevado al hospital a “actualizar el protocolo” de seguridad. “Además, ha sido organizada una formación intensiva de los profesionales implicados en el proceso para mejorar los niveles de seguridad que siguen los especialistas en Medicina Nuclear, que ya son muy elevados y mantienen protocolos específicos muy rigurosos que permiten realizar casi 30.000 procedimientos al año sin registrar, hasta el momento, incidencias”, explica un portavoz de la Junta de Andalucía.
A partir de ahora, este instrumental será usado una sola vez al día y esterilizado en autoclave (aplicando vapor a alta presión y temperatura en un proceso que destruye toda forma de vida). La Consejería de Sanidad estudia ahora cómo extender estos cambios a los demás centros sanitarios de la comunidad.
Rafael Cantón, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) destaca la relevancia de la investigación realizada en el centro: “Los contagios nosocomiales [en los hospitales] de malaria son excepcionales, pero suponen un reto importante por el impacto que tienen para los pacientes y la gran dificultad que supone identificar los mecanismos de transmisión, algo que en la gran mayoría de los casos no se consigue. En este caso sí se ha logrado y esto permitirá adoptar cambios para mejorar la seguridad de los pacientes”.
Virginia Pubul, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Nuclear e Imagen Molecular (SEMNIM) coincide con la Junta de Andalucía en destacar la “gran seguridad y estrictos protocolos” que cumple la especialidad y añade que “cualquier mejora que pueda aportar esta u otras investigaciones será estudiada ya que puede resultar beneficiosa“.
El artículo sobre el caso describe bien la complejidad de las investigaciones realizadas. Estas empezaron cuando una paciente de 60 años, residente en la localidad de Gilena —a 100 kilómetros al este de Sevilla— acudió a “urgencias con fiebre de 38°C, malestar general, sudores nocturnos y artralgia [dolor agudo en las articulaciones] de 5 días de duración”, recoge el texto.
Los análisis realizados mostraron unos niveles de plaquetas bajos y la presencia de “abundantes eritrocitos [glóbulos rojos] infectados con Plasmodium spp”, el parásito causante de la malaria. Posteriores pruebas determinaron que se trataba de Plasmodium falciparum, una de las seis especies del patógeno que pueden infectar al ser humano. La mujer fue tratada con artesunato por vía intravenosa, y con una combinación oral de dihidroartemisinina y piperaquina durante tres días, tras lo que tuvo una buena evolución y recibió el alta.
El origen de la infección, sin embargo, seguía siendo un misterio. La mujer no había viajado a ninguna zona tropical, que es la principal fuente de infección en los casos diagnosticados en España (600 en 2024). Tampoco había estado en ningún aeropuerto —donde muy excepcionalmente se produce algún contagio por mosquitos llegados en avión— ni cumplía ningún otro criterio investigado habitualmente (trasplantes, transfusiones...).
El hospital llegó a ponerse en contacto con Jordi Figuerola, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que trabaja en la Estación Biológica de Doñana, para descartar la presencia de mosquitos transmisores de la malaria en la zona donde vive la paciente. Esta enfermedad había estado históricamente presente en España, pero logró ser erradicada en 1964.

“Cuando recibimos la llamada del hospital acabábamos de terminar un trabajo sobre la distribución de los mosquitos potenciales transmisores de la malaria en España. Son los Anopheles maculipennis, pero estos no están presentes en la localidad en la que vive la paciente. Pese a ello, mandamos un equipo a la zona e instalamos trampas para estudiar mejor las poblaciones locales, que descartaron también su presencia”, explica Figuerola.
Había otra razón que, según este experto, llevó a excluir la picadura de un mosquito como fuente de infección: “El Anopheles maculipennis es un vector competente para el Plasmodium vivax, que es otra especie del parásito que causa malaria. Pero no lo es para las cepas de Plasmodium falciparum, circulantes en África, como la identificada en la paciente”.
De vuelta en el Virgen del Rocío, la investigación puso el foco en la prueba diagnóstica a la que se había sometido la mujer dos semanas antes del diagnóstico, la gammagrafía tiroidea. Aparentemente, no había ningún indicio que apuntara a que esta pudiera tener algo que ver con el contagio, ya que no constaba que ningún otro paciente sometido a la prueba hubiera sido diagnosticado de malaria.
El paciente sometido a la gammagrafía tiroidea justo antes que la mujer diagnosticada era un hombre mayor nacido en Guinea Ecuatorial, país donde la malaria es endémica, aunque se encontraba bien, no presentaba ningún síntoma de la infección y no había viajado a su país de origen desde hacía más de dos años. Sin embargo, al ser entrevistado durante la investigación epidemiológica, sí refirió haber tenido la malaria cuando era niño.
Los análisis posteriores revelaron un hecho que Manuel Linares Rufo, presidente de la Fundación iO —especializada en medicina tropical y del viajero— destaca como un reto para la medicina, el de los portadores asintomáticos: “Algunas personas, como este hombre, desarrollan una inmunidad parcial. Es una especie de equilibrio entre el sistema inmunitario y el parásito: no se elimina, pero tampoco provoca enfermedad. Es lo que se conoce como infección asintomática, y puede ser clave en la transmisión silenciosa de la malaria”.
Las pruebas realizadas confirmaron que el parásito de los dos pacientes presentaban una “sustancial similitud genética”, por lo que toda la información recabada permitió concluir que la protección de plomo había sido la vía de transmisión. Esta es en realidad como un tubo en el que encaja la jeringuilla de forma ajustada, por lo que al retirarla de un paciente tras inyectarle el yodo radioactivo puede quedar en su interior alguna pequeña salpicadura de sangre contaminada. Posteriormente, al introducir la jeringuilla de la segunda persona, esta puede introducir el parásito en su riego sanguíneo.
Aunque no son frecuentes, los contagios de malaria en centros sanitarios son un problema que se ha repetido en España en los últimos años, con casos en Vic, Vigo, Algeciras, Móstoles, entre otros. De todos ellos, el más trágico fue el de Samuel Gómez, un hombre de 74 años que falleció por la enfermedad tras ser operado de la espalda en la ciudad catalana.
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