Teresa Arsuaga: “Sentirse reconocido es una necesidad atávica, básica, más que sentirse querido”
La abogada experta en mediación de conflictos ofrece buenas recetas para tiempos de tensión en su ensayo ‘Te veo, te escucho, te reconozco’


Teresa Arsuaga es una abogada que prefiere evitar los tribunales. Se decanta por la mediación en la resolución de conflictos. En romper la lógica del ganar y perder para alcanzar otra que beneficie a todos en un ganar y ganar. Para eso, tras otros títulos como El abogado humanista o No dramatices, ha escrito ahora Te veo, te escucho, te reconozco. Una guía para la gestión inteligente de los conflictos (Arpa), donde la autora subraya los impulsos y causas que degeneran en nosotros por sobreactuaciones y versiones partidistas de la realidad que la nublan hasta el encono. Arsuaga nos guía sutilmente y con armas contundentes para evitarlo.
Pregunta. Usted como abogada, que viven de los conflictos, ¿cómo se le ocurre escribir un libro para que no los haya?
Respuesta. Lo he hecho para que se gestionen mejor a través de la mediación, el abogado es una parte esencial de eso, no desaparece de la misma. En un juzgado hay una parte ganadora y otra perdedora y un abogado es más que un litigador solamente.
P. El origen de las disputas tiene que ver con la sobreactuación, exceso de orgullo, el enfado, el odio, el resentimiento… ¿La frialdad es una vía de solución?
R. No. Lo es conocer qué te está sucediendo. Todas esas sobreactuaciones se producen por una ignorancia de lo que ocurre. Cuando esta se produce viene de una insatisfacción no verbalizada que explota. En cada conflicto existe una necesidad de atención o reconocimiento insatisfecha que impide la correcta gestión del conflicto.
P. Define gradualmente los conflictos. Del microconflicto, entre una o más personas, hasta el megaconflicto entre religiones y civilizaciones. ¿No se ha olvidado de uno muy importante: el autoconflicto, entre uno y sí mismo?
R. Ahí también puedo ayudar. En las percepciones que uno tiene respecto a cómo se cuenta una historia a sí mismo, cómo se fabrica su propia versión de los hechos para salir beneficiado. Si nos cuestionáramos nuestras acciones o gestionáramos nuestras emociones para no sobreactuar, con esas dos cosas, avanzaríamos. Luego están los aspectos propios del campo psicológico en los que yo no tengo nada que ver.
P. La variedad y cantidad cada vez más amplia de derechos aumentan las tensiones en la sociedad occidental, dice usted. ¿Somos eternos insatisfechos hasta en eso?
R. Nuestro espectro de derechos y la conciencia de los mismos ha sido un gran avance, pero este aspecto positivo también tiene sus contrapartidas en actitudes susceptibles y a la defensiva. No siempre se gestionan bien. Esa conciencia debe llevar más que a enfrentamientos permanentes a esfuerzos de colaboración por armonizarlos y no atascar los tribunales.
P. Habla de la energía del conflicto… ¿Cómo se encauza?
R. En el desacuerdo que se genera puede darse un momento creativo para generar soluciones distintas. Cuando hablamos de derechos siempre prima una dualidad. Cuando hablamos de intereses, el foco se amplía. Surge el diálogo y la exploración de soluciones.
P. ¿El autoengaño provoca fantasías demoledoras que llevan inevitablemente a la guerra?
R. Sí. Creamos, a menudo, sin querer, todas las versiones a nuestro favor, tomamos lo que nos conviene y generalmente culpabilizamos a la otra parte. Estamos atentos a todo aquello que corrobora la carga hacia el contrario y olvidamos lo que podría desmentirlo. El mediador intenta romper esas narrativas partidistas.
P. Vamos al verbo merecer. Ya nos lo advierte Michael Sandel en La tiranía del mérito. ¿Convendría enfriar lo que creemos que nos merecemos?
R. Ha tenido un efecto muy bueno en cuanto al reconocimiento de nuestra dignidad como seres humanos, pero el énfasis exagerado ha producido que nos pasemos de frenada con ese término. En la publicidad es constante: porque tú te lo mereces, eso crea distorsiones de una realidad que puede no llegar nunca a la altura de lo que pensamos que merecemos.
P. Y del desprecio incluso de la gente a quien queremos, ¿qué me dice?
R. Esas sobractuaciones de las que hemos hablado muchas veces tienen su origen en esa sensación de invisibilidad.
P. En el ninguneo…
R. Exactamente. Sentirse reconocido es una necesidad atávica, más que sentirse querido. Básica. Tenemos miedo y rechazo al desprecio. Mejor sentirse odiado que despreciado. Es importantísimo que nuestras experiencias no pasen desapercibidas. Nos produce terror que lo que consideramos importante no sea reconocido.
P. También incide en la importancia de cómo decir las cosas. En la comunicación, mejor la diplomacia que el reproche.
R. En el fondo es una cuestión práctica. Lograr una comunicación que te ayude a conseguir lo que quieres, que invite a la otra parte a colaborar. Sin embargo, tenemos la necesidad o el impulso de reprochar. Así, la otra parte se pone a la defensiva y nos aleja de nuestros objetivos.
P. ¿Tenemos poca conciencia de incertidumbre cuando vivimos en el imperio de la misma?
R. Sí, y de lo que se trata de es de adquirirla para poder movernos en ella. Para eso, más que los conceptos y el lenguaje técnico, lo que nos ayuda a deambular por ahí son las humanidades, la literatura, sobre todo. En un libro anterior, El abogado humanista, hablo de eso y en mi tesis doctoral lo traté. Saber que no sabemos es básico.
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