La casa en Menorca de Isis-Colombe Combreas, experta en decoración: un paraíso sin electricidad y con agua del pozo
La editora de la revista ‘MilK’ es una experta en decoración. Pero no quiere ir de gurú. Nos abre las puertas de su refugio en el campo menorquín y de Tabouret, su galería de diseño coleccionable en Mahón. Allí, dice, ha empezado una nueva etapa, más libre


“Poc a poc”, poco a poco, repite Isis-Colombe Combreas (Marsella, 55 años) con una sonrisa. Lo dice cuando conduce su añoso Jeep por un camino sin asfaltar, o cuando el albañil llega a dar unos retoques a la ducha de Tabouret, la galería especializada en diseño coleccionable que inauguró el año pasado en Menorca. Está en la plaça Bastió, un céntrico rincón de Mahón. La galería tiene ducha porque es la vivienda ocasional (para dos o tres días) de los diseñadores de las piezas que ella vende, descubrimientos realizados en bienales, ferias y exposiciones, de Finlandia a Italia. ¿Qué es eso del diseño coleccionable?, le preguntaban algunos curiosos cuando abrió y ella explicaba que no se trata de una galería especializada en antigüedades o grandes obras de arte, sino en “piezas contemporáneas de diseño que son únicas, de las que hay pocas unidades”. Es toda una experta en ese terreno: desde 2003 dirige MilK, una revista gala de estilo de vida inspirada en la infancia y las familias modernas a la que en 2012 sumó MilK Deco, centrada en interiorismo. Además, desde 2024 está al frente de Harper’s Bazaar Interieurs.

Ese mundo de viajes, casas de diseño y objetos especiales dista mucho del que ella conoció de niña. Nació en Marsella, pero se crio en Ibiza, en una comuna. “Viví allí mis primeros seis años, mis padres eran muy hippies. Mi padre pintaba cuadros de un estilo parecido al de Mati Klarwein, mi madre vendía ropa india en el mercado de Es Canar, esperaban que el dinero cayera del cielo”, rememora, “todo el mundo dice que es muy cool crecer así, pero vivía con mucha gente, sin medicinas ni profesores... Luego pasamos una temporada en Formentera y al final nos instalamos en París, en Saint-Germain-des-Prés, que en los setenta no era una zona de lujo, como ahora, era bohemia”.

La música que escuchaban sus padres (Bob Dylan, Lou Reed, Dolly Parton) y el ojo estético de su tío, que trabajaba en Yves Saint Laurent, educaron su gusto. “Mi tío, del mundo de la moda, me ayudó a descubrir a diseñadores como [Shiro] Kuramata y a empezar a comprar diseño”, recuerda. Aunque en sus inicios no se dedicaba a eso. Estudió Literatura en París, “en la universidad pública”, precisa, y arrancó su vida laboral trabajando en televisión. “Al no tener dinero necesitaba encontrar una forma de pagar mi apartamento en París, y el dinero entonces estaba en la televisión. Hice muchos programas, algunos para niños, el más famoso fue Récré Kids, otros culturales como Pink, en France 2”, explica, “trabajé en eso 10 años, pero no era mi camino. Yo no soy para todo el mundo”. Como su marido, el diseñador gráfico (y luego fotógrafo y artesano) Karel Balas, conocía bien el mundo de las revistas, decidieron crear una juntos. “Él trabajaba en una muy trendy, Jalouse, y me imaginé una revista así para los padres, algo que no existía. Había colaborado con Tyler Brûlé, editor de Wallpaper [y luego de Monocle], quería seguir ese nuevo espíritu de revista”, resume. A través del universo MilK comenzó a entrar en contacto con diseñadores y eso la ha llevado ahora a dar un paso más: “Quería proponer diseño en directo, no solo en las fotos de mi revista o de Instagram. Que los clientes puedan tener contacto con él, algo más personal”.






Nunca pensó en dedicarse ella misma a la creación: “Me gusta rodearme de artistas, pero no soy una artista. Yo quiero ayudar a los artistas y a los diseñadores a hacer su trabajo”. Se define como “muy organizada, muy formal, muy fiable”. ¿Una reacción ante su crianza, tan alternativa? “Sí, probablemente. Mi nombre, mi cara, mi pelo rizo, todo eso no es corriente, pero yo quiero ser formal. Soy una mezcla”. Isis-Colombe, el nombre compuesto que sus padres inventaron para ella, remite a una diosa egipcia y a la paloma de la paz. “Imagino que también les inspiró la popularidad de La Colombe d’Or, ese hotel icónico del sur de Francia en los sesenta. No me lo explicaron nunca”, analiza. Esos retazos hippies asoman en algunos rasgos de su personalidad. Por ejemplo, cuando hace 10 años visitó Menorca por primera vez con Balas y decidió buscar una vivienda eligió una pequeña, en Sant Climent, en medio del campo. “La compramos en 2019, es un proyecto especial, sin electricidad, tiene paneles solares y agua de un pozo. Una casa solo para mi marido y para mí. Porque tengo un problema, si tengo una casa muy grande se vuelve una locura, no paro de invitar a amigos, le digo a todo el mundo que venga... Tiendo a estar rodeada de gente, porque crecí en una comuna y eso me marcó. Y quería algo más tranquilo”, reflexiona.

Piedra, paredes blancas, baldosas y fibras naturales mandan en la decoración de ese cobijo campestre rodeado de un jardín asilvestrado y terrenos sin cultivar en los que en un primer momento pensó plantar frutales. La vivienda se abre a la naturaleza con unas grandes puertas de cristal enmarcado en madera que creó la Carpintería Gavila, una familia de carpinteros de la isla. En una habitación, Balas ha montado un taller donde trabaja la madera, crea muebles y diseña minimalistas apliques cerámicos como los que presiden su habitación. “Todo es simple, estilo californiano de los setenta, muy distinto a lo que se ve en la galería, que se parece más a mi casa del distrito 14 de París. Aquí todo es más sencillo”, señala, “fue una elección consciente, en mi revista hablo mucho sobre tener una vida más lenta, sobre cómo encontrar esa slow life. Es verdad que hacemos muchas fotos de casas preciosas enormes, llenas de arte, y eso me encanta, pero para mí, yo quiero una casa pequeña. Es muy rústico, relajado”. Está a 10 minutos del aeropuerto y a la misma distancia de Mahón, donde se decidió a iniciar su aventura como galerista.
“Ahora tengo una casa pequeña en la ciudad y otra casa pequeña en el campo”, bromea. Cuando sus hijos, Aliocha e Hiroko, de 27 y 21 años, visitan Menorca prefieren dormir en el edificio de la galería, 150 metros repartidos en tres plantas en el centro de Mahón. Aliocha, ingeniero nuclear, fue quien sugirió el nombre del negocio, Tabouret. “Suelo pedirle más consejos a mi hija, que ha estudiado arte, diseño y escenografía y es freelance y hace escaparates para Hermès, pero fue él quien me dijo que le pusiera un nombre sencillo, en francés, como Tabouret, y le dije que era perfecto. Y después de decidirlo, comencé a pensar sobre el taburete. Soy así, siempre pienso después de hacer, es mi forma de pensar. Me di cuenta de que el taburete era el objeto básico de la decoración, donde empezaba todo”.

En ese edificio de la plaça Bastió hay muchos taburetes, de creadores como el danés Hans Severin Jacobsen (de piedra y madera, el primero que incorporó a su catálogo), el francés Pierre Chapo o la firma lituana Frama. Se mezclan con muebles como un banco de los franceses Carlès & Demarquet, una mesa de la holandesa Linde Freya y piezas de marcas españolas como DB Barcelona, Nanimarquina o el artista venezolano afincado en Barcelona Jorge Suárez-Kilzi. Expone estos objetos en el salón de la primera planta, mientras en la baja, a pie de calle, tiene una tienda donde se pueden comprar desde sandalias menorquinas de Ria a objetos de Muuto o una lámpara de Ronan Bouroullec para Flos. Este año ha lanzado su primera colección textil bajo la firma Tabouret, una serie de prendas básicas de algodón (una blusa, un vestido, un quimono, una falda y un fular) en dos tonos inspirados en la isla balear, verde oscuro (como las ventanas y puertas de muchas viviendas allí) y ocre (por el color de la tierra). Combreas salta de un tema a otro, señala con orgullo los murales textiles en lino con la Luna como hilo conductor que la artista con estudio en Viena Santa Gaïa Pilens expone este verano en su galería, menciona que la arquitecta parisina Léa Javal se encargó de la reforma del edificio: “Estaba todo destruido, solo se pudo conservar el suelo original”.

Le apasiona contar las historias de las casas que ha visto y de los objetos que exhibe; admite que a veces le cuesta desprenderse de ellos. “Es que consigo reunir piezas que no son fáciles de juntar, que puedes ver en el Salone o en una bienal”, indica, “yo uso el diseño en la vida real, lo vivo a mi manera, hace años que colecciono diseño...”. Pero, insiste, nunca se ha planteado dedicarse a crear piezas o dar el salto al interiorismo, tiene claro que quiere seguir otro ritmo: “Yo no quiero ser una influencer ni una trendsetter. No me interesa. En mi Instagram ni siquiera muestro mi cara. Todo el mundo quiere empujarme a ese camino, pero me aburre. Yo solo quiero ser yo. Mi sueño, en realidad, es ser una gran galerista”.

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