La visión que tuvo Achille Maramotti al fundar Max Mara sigue vigente. Quedó patente en el desfile ‘resort’ con el que la firma arrancaba festejos por su 75 aniversario
Costura funcional con técnica y artesanía italianas, la receta de la marca vuelve a demostrar su valía en su colección crucero, presentada en Nápoles el pasado verano. Una línea que acaba de llegar a las tiendas


“Señor Rossellini, he visto sus películas y me han gustado mucho”, escribió en una célebre carta Ingrid Bergman al director italiano Roberto Rossellini en 1948, “si necesita una actriz sueca que hable muy bien inglés (…) estoy preparada para ir a trabajar para usted”, proseguía la estrella de Casablanca. De aquella correspondencia nació un par de años después Stromboli, una de las películas claves del neorrealismo italiano, en la que Bergman pasea por la isla eolia con vestidos de seda y gabardinas o tocada con pañuelos estampados. Una estética que, junto con todo el imaginario del neorrealismo de mediados del pasado siglo, era reimaginada en el último desfile crucero de Max Mara.
La colección, bautizada como Venere Vesuviana y presentada en julio en Reggia di Caserta (a una hora de Nápoles), integró la majestuosidad del escenario con el enfoque cercano de los diseños de Ian Griffiths, director creativo de la firma. “La inspiración son los orígenes de la italianidad”, explicaba Griffiths tras el desfile en los Scalone d’Onore, la escalinata principal del palacio. “Ya que celebramos nuestro 75 aniversario, busqué recuerdos de 1951 y de ese periodo de posguerra, cuando Italia se recuperó y se convirtió en un actor importante de la economía. Sin embargo, en términos de moda y de cómo la moda italiana evolucionó como fenómeno cultural, no hubo grandes diseñadores estrella como los que existían en París. La moda italiana estuvo dominada por las mujeres que la vestían y el mejor lugar para encontrarla es el cine de esa época. Me fijé en Silvana Mangano o en Sophia Loren, dos ejemplos de mujeres con valentía, determinación, estilo, sensualidad y voluptuosidad”.

En 2026 Max Mara celebra sus primeros tres cuartos de siglo habiéndose posicionado como epítome del saber hacer italiano. Cuando en los años cincuenta un joven Achille Maramotti observó que existía un nicho entre la fantasía de la alta costura parisina y el día a día de las mujeres, pocos podían aventurar que su proyecto tendría tanto recorrido. Desde entonces la empresa que fundó ha sabido trasladar ideas a prendas que las mujeres han hecho suyas, combinando moda y técnica, y a su vez conformando lo que hoy se entiende por estilo italiano.
“Me gusta pensar que lo que define a la moda italiana radica precisamente en ese saber hacer; es decir, en la elaboración del producto con amor. También en la facilidad a la hora de vestir las prendas, el tener objetos que duren mucho tiempo y se conviertan en parte del armario y, por lo tanto, un poco de ti”, así lo definía poco antes del desfile Maria Giulia Prezioso Maramotti, miembro de la junta directiva del grupo y una de las nietas del fundador.

La compañía es una de las pocas grandes enseñas que permanecen en manos de la familia fundadora, lo que se traduce en libertad de movimiento, con una hoja de ruta que no tiene que contentar a mercados y accionistas. El carácter familiar de la casa se siente hasta en citas mayúsculas como la de Caserta, precedida la víspera por una cena en el puerto de Nápoles en la que Gwyneth Paltrow y Alexa Chung terminaron bailando tarantelas y agitando servilletas.

“La ciudad me inspira porque es más italiana que cualquier otra ciudad”, señalaba Griffiths, “al igual que puedes comprar zumo de naranja concentrado al 110%, Nápoles es Italia concentrada al 110%. Con toda su excentricidad y sus locuras es una ciudad preciosa, un lugar maravilloso”. Escenario de cintas como Napoli milionaria (Eduardo De Filippo, 1950), L’Orto di Napoli (Vittorio De Sica, 1954) o Riso amaro (Giuseppe De Santis, 1949) en las que el brío de sus protagonistas es un personaje más, fuente de inspiración para Griffiths: “Un desfile crucero es especial porque como marca nos permite contar mejor nuestra historia desde una ciudad concreta”. En este caso, combinando el estilo italiano y la energía napolitana desde el palacio de Caserta, mandado construir en el siglo XVIII por el que luego sería Carlos III de España.

La alianza de dos sagas italianas
Max Mara comenzó a viajar por el mundo para presentar sus colecciones crucero en 2018. Desde entonces ha celebrado desfiles en su sede en Reggio Emilia, en el museo Neues de Berlín, en el ayuntamiento de Estocolmo o en el Palacio Ducal de Venecia. Para esta temporada, el desplazamiento a la ciudad de Parténope les ha permitido explorar una colaboración con la casa centenaria de corbatas E. Marinella. “Afortunadamente la etiqueta made in Italy sigue teniendo un gran poder”, explicaba la mañana de la cita Alessandro Marinella, cuarta generación de la enseña, “sugiere la historia única de artesanía que tiene el país, el saber hacer que las personas han ido transmitiendo de generación en generación. Eso nos otorga una singularidad”.

En este caso Marinella abrió su ingente archivo en el que se conservan diseños prácticamente desde el año de su fundación, en 1914. “En Max Mara les interesaban los de 1951, el año de su creación, y de ellos escogieron cuatro que se han utilizado como patrones para varios estampados que forman parte de la colección”, agregaba Maurizio Marinella, padre de Alessandro y tercera generación de la compañía. El desafío de liderar una empresa familiar de moda es mayúsculo, según el menor de los Marinella: “Hay que evolucionar constantemente sin dejar de ser consecuente con tu propia historia”. Un rompecabezas del que ambas sagas familiares conocen la solución, tal y como ratificaron en la velada en Caserta.

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