Por qué sí tiene sentido que Chanel viaje en metro
Matthieu Blazy quiere restar gravedad a la firma, en el fondo y en la forma. Y ese es el respeto más real al verdadero legado de la casa


No es, ni de lejos, la primera vez que el lujo baja al metro. Las marcas han hecho desfiles, intervenciones o rodado infinitas campañas en los pasillos del metro de las grandes ciudades. Aunque no es lo mismo, la propia Chanel, sin ir más lejos, inauguró estos desfiles Métiers d’art en 2006 con un show en la estación central de Nueva York. El lugar de paso suele funcionar en los desfiles porque, además aportar realismo a la pasarela, permite mostrar bolsos y demás accesorios que acarrear encima de una forma aparentemente más orgánica. Muchos dirán que qué tiene de realista que un desfile de Chanel suceda en la estación de Bowery. Pero lo cierto es que tiene más sentido del que parece. Como explicaba su director creativo, Matthieu Blazy, en las notas explicativas del desfile, “el metro de Nueva York pertenece a todos”, sin importar su estrato social. Es casi el único lugar en el que te puedes topar con una celebridad al lado de un simple mortal agotado de la jornada laboral. Pero además, la elección del metro ha permitido a Blazy dos cosas fundamentales para esta nueva era de la firma francesa.
La primera tiene que ver con lo que el diseñador define como “choque de arquetipos pop”. En el metro se despliegan una serie de personajes eclécticos con estilos de vida y atuendos dispares, lo que se traduce en una amplia gama de tipologías de prendas y estéticas dispares sin que dicha amplitud parezca disonante. De la camiseta a la boa de plumas, de la falda de tubo al jersey alpino y de la chaqueta de cuero ochentera al vestido de fiesta. En Nueva York ocurre todo el rato. El juego con los arquetipos (un recurso del que también ha tirado Demna en Gucci en su colección del pasado septiembre) permite que el espectador, o incluso el cliente potencial, se identifique con algún estilo concreto o aspire a parecerse a uno de esos personajes que circulan por el andén. Lejos del uniforme que Chanel ha reiterado en los últimos cuarenta años, aquí hay de todo para todos y, lo que es aún más difícil, sin perder de vista el legado de la casa, uno de los más simbólicos, si no el que más de la historia de la moda. Hay tweed, hay prendas bicolor, hay bisutería, hay zapatos planos... pero ante todo hay un respeto al intangible de Chanel, a su legado de verdad.

La segunda razón tiene que ver con la rutina, que en principio es lo contrario a un desfile de moda, pero es algo que, por suerte, obsesiona a Blazy. Sus modelos corren y sonríen, juegan con lo que llevan puesto y se acicalan mientras caminan. Ya ocurría de algún modo en su desfile debut el pasado septiembre en París, que terminaba con una modelo sonriente aplaudiendo sobre la pasarela. El diseñador belga quiere restar gravedad a Chanel en el fondo y en la forma. Y ese es el respeto real al legado. Hablamos de la firma más personalista del mundo, dado que Coco no solo cambió la moda de su tiempo, también la forma en que las mujeres se relacionaban con las prendas y, en definitiva, se veían a sí mismas. El Chanel de sus inicios, como su fundadora, era audacia, ligereza, rebeldía, una especie de estilo auténtico y libre que se lograba sin esfuerzo. Y eso, salvando las distancias, es el Chanel que quiere traer Blazy a 2025, el de la camiseta y el pantalón de pinzas que convive con la falda de plumas, el del vaquero con el vestido lencero encima al lado de la falda de tubo y el collar de perlas, el de los estampados que no combinan entre sí y por eso parecen más auténticos que los que combinan. Todo, o casi todo, parece cómodo y fácil, hasta los vestidos de fiesta. Todo parece tener cabida: hay un Chanel grunge, un Chanel ochentero, un Chanel minimalista y un Chanel para la clienta de toda la vida. Es como si Blazy hubiera restaurado y quitado el polvo a una gran obra de arte de vanguardia pintada hace un siglo y medio. Y la hubiera colgado en un pasillo del metro.

“Creo que lo que estamos viendo ahora con Chanel es la idea de que vestirse de Chanel es casi una armadura, un disfraz. Me interesa mucho convertirlo de nuevo en un guardarropa… incluso aunque, a 200 metros de distancia, sigas viendo que es Chanel”, explicaba el belga a Business of Fashion el día de su debut, el pasado septiembre.
Puede que para muchos la enseña francesa represente la quintaesencia del lujo en su sentido más clásico. Un uniforme para la élite y un lugar en el que dar rienda suelta a fantasías visuales. Pero Chanel nació como un guardarropa real y, aunque ahora ese guardarropa solo se lo pueda permitir una minoría muy minoritaria, su impacto e influencia son otros. Por eso es importante que la marca tenga la vocación de reflejar, aunque sea tangencialmente, vidas reales y de dialogar con la calle, no solo con la pasarela.






















































































También lo es que la artesanía se ponga al servicio de chaquetas de punto, pantalones de diario o cazadoras de cuero, no solo de vestidos de novia o trajes para ocasiones especiales. Métiers d’Arts se creó hace casi veinte años para poner en valor las casas centenarias de artesanía (hoy un total de 19) que pertenecen a Chanel y Blazy es el primero que ha demostrado que el encaje, los botones o incluso las plumas hechas a mano pueden servir para crear prendas que se podrían llevar un lunes. Si en su etapa en Bottega Veneta convirtió el hecho a mano en fuente de innovación con prendas que jugaban al trampantojo (piel que parecía punto, sobre todo) aquí lo novedoso no es la técnica, sino cómo dicha técnica se pone al servicio de diseños rutinarios, no solo de piezas especiales.
Cuenta la firma en su nota de prensa que la elección de Nueva York tiene que ver con la vocación democrática de la propia Coco, que viajó a la ciudad en los años treinta y contempló atónita como los peatones había adaptado su estilo (fuera de Chanel o inspirado en ella) a su día a día. No se trata solo de ampliar la clientela o crear una serie de nuevos iconos superventas que convivan con los que ya existen, aunque esa sea la razón principal; se trata también de que más allá del uniforme o el disfraz de Chanel, que seguirá estando ahí, la firma francesa vuelva a crear una visión que pueda trasladarse a la calle y al metro, aunque allí apenas se vista de Chanel.

Por supuesto, hay otra razón mucho menos poética por la que la marca ha elegido Nueva York para el primer desfile de Blazy fuera de París. Y es la misma por la que Gucci y Louis Vuitton también celebrarán shows allí el próximo año. Con China mostrando signos de debilidad en el consumo, Norteamérica vuelve a ser un mercado de referencia para el sector del lujo. A pesar de las políticas arancelarias, todas las grandes empresas del sector, sin excepción, han aumentado sus ventas en la zona en el último trimestre del año. Pero quizá por eso haya que bajar al metro, porque en esta época incierta y convulsa para la moda, al lujo solo le quedan dos opciones: o separarse más de la calle o reflejar lo que sucede en ella. Claramente, siempre es mejor la segunda.
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