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Natación
Tribuna
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Saber nadar no basta: solo una educación acuática reducirá los ahogamientos en verano

El desarrollo de habilidades de autosalvamento y gestión del riesgo en el agua debe comenzar en la infancia, adaptarse a cada etapa de la vida y consolidarse como parte de la cultura general de la salud

Un niño se lanza a una piscina en Mairena del Aljarafe, en Sevilla.

Con la llegada del verano, los chapuzones en la piscina y en la playa se convierten en parte de la rutina, pero encierran un riesgo latente. El ahogamiento es una de las principales causas de muerte accidental en todo el mundo, especialmente entre niños y adolescentes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por ello, al empezar la temporada estival, los expertos insisten en la importancia de concienciarnos sobre la seguridad acuática para que un día de baño no acabe en tragedia.

Inscribimos a nuestros hijos en cursos de natación convencidos de que así estarán a salvo, pero la realidad es más compleja, ya que saber nadar no siempre es suficiente. Cada vez más especialistas subrayan la necesidad de ir más allá de aprender a nadar unos metros: hay que desarrollar una verdadera competencia acuática integral. Este concepto engloba un conjunto de habilidades, conocimientos, actitudes y comportamientos que permiten interactuar con el medio acuático de forma segura. No se trata solo de flotar o avanzar, sino de evaluar riesgos, tomar decisiones acertadas y adaptarse a situaciones imprevistas en el agua. Aprender a nadar es como aprender a conducir: no basta con saber encender el coche y girar el volante, hay que conocer las normas de seguridad y cómo reaccionar ante un imprevisto, siendo capaz de leer e interpretar correctamente el entorno.

La infancia es una etapa clave debido a que los niños pequeños son especialmente vulnerables: bastan solo unos minutos de descuido para que un menor se ahogue en silencio. De hecho, los menores de entre 1 y 4 años presentan las tasas más altas de ahogamiento en muchos países. En España, la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo advierte que el 57% de los ahogamientos anuales ocurren en verano, y que una parte importante de las víctimas son menores. La prevención comienza enseñando a los más pequeños a familiarizarse con el agua de forma segura, diseñando escenarios de aprendizaje que no provoquen miedo.

Diversos estudios indican que, incluso desde los 2 o 3 años, los niños pueden aprender habilidades básicas de autosalvamento, como flotar boca arriba, sumergir la cabeza sin tragar agua o salir de la piscina por sí mismos. Estos aprendizajes deben adaptarse a su desarrollo neurológico y realizarse siempre bajo la supervisión de un adulto.

Desde la etapa de bebé, el juego y la exploración acuática junto a los padres, permiten crear una relación positiva con el agua. A medida que los pequeños crecen, es fundamental que dominen primero el “abecedario” acuático: respirar, flotar, moverse y orientarse, antes de perfeccionar estilos técnicos. Estas experiencias tempranas son la base de una educación acuática sólida y preventiva. Al igual que se aprende a leer, escribir, sumar o restar, alfabetizarse motrizmente dentro y fuera del agua es clave en esta etapa.

En la adolescencia aparece el exceso de confianza, es una etapa donde entran en juego la necesidad de aceptación social, el deseo de mostrar valentía y una preocupante subestimación del peligro. Saber nadar no garantiza seguridad si no va acompañado de juicio y conciencia del riesgo. Cada verano, jóvenes sufren accidentes por zambullirse en lugares de poca profundidad o por ignorar señales de advertencia. La formación debe incluir también aspectos como el reconocimiento de zonas seguras, la gestión del miedo o la presión del grupo. Además de comenzar a diferenciar el contexto donde se realiza el baño —piscina, playa, río o pantano—, implica aspectos a considerar para evitar riesgos durante el baño.

Entender el riesgo, desde niños a adultos

Los adultos no están exentos de peligro, la temeridad no tiene edad y los adultos también están en riesgo. En entornos recreativos, factores como el consumo de alcohol, el exceso de confianza o la falta de chalecos salvavidas explican muchos accidentes. Los expertos señalan que la prevención en adultos sigue siendo un área poco trabajada, a pesar de que las cifras son igualmente preocupantes. La prudencia y el ejemplo también son formas de educación: si los adultos respetan las normas y actúan con responsabilidad, los menores tienden a imitarlos.

La estrategia más efectiva contra el ahogamiento combina la educación, la regulación y la mejora de los entornos. Por lo tanto, debemos educar para prevenir, desde la escuela a la comunidad. En el ámbito escolar, propuestas como el Método Acuático Comprensivo (MAC) permiten enseñar habilidades acuáticas a todo tipo de alumnado, incluidas personas con diversidad funcional. La competencia acuática puede, y debe, incorporarse al currículo de educación física como una herramienta de salud y seguridad. En otros países como Reino Unido, son un aspecto imprescindible en el currículo de la escuela a los 11-12 años con el contenido específico de natación y seguridad en el agua, requiriendo que se aprenda a nadar 25 metros sin interrupciones, a manejar varios estilos de manera funcional y a mostrar comprensión y ejecución de autorrescate en diferentes situaciones acuáticas. Estas enseñanzas son fundamentales y básicas para el disfrute en el agua, y de una manera segura.

Además, es necesario atender las desigualdades sociales. Las comunidades migrantes, los pueblos originarios y las familias con bajos ingresos suelen tener menos acceso a programas de natación y más exposición al riesgo. Incluir activamente a estos colectivos en las políticas públicas de prevención no es solo una cuestión de justicia social, sino de eficacia.

El verano es la estación del año con cifras que alarman, las estadísticas hablan por sí solas: más de la mitad de los ahogamientos anuales en España ocurren durante el verano, y no solo afectan a niños, sino también a personas mayores. Estas cifras subrayan la urgencia de una formación preventiva y continua. La competencia acuática debe comenzar en la infancia, adaptarse a cada etapa de la vida y consolidarse como parte de nuestra cultura de salud.

Porque saber nadar salva vidas, pero no basta. La mejor protección es la prevención, y eso empieza por aprender a respetar el agua y moverse en ella desde pequeños.

ENFÓRMATE es el espacio de EL PAÍS SALUD donde hablaremos de aquellos aspectos relacionados con la actividad física, el deporte y la salud física y mental. La actividad física y el deporte forman parte de la cultura de todas las civilizaciones y juegan un papel fundamental en la salud de la sociedad a todos los niveles, tanto física como mental, en todas las edades, desde la infancia a la vejez, tanto en hombres como en mujeres. Desde las Ciencias de la Actividad Física y del Deporte se ha tratado de avanzar en el conocimiento científico sobre la importancia del movimiento y el ejercicio físico sobre el cuerpo, así como los procesos que explican por qué se producen ciertas adaptaciones, modificaciones o cambios a diferentes niveles (fisiológicos, anatómicos, motrices, emocionales o cognitivos). Por todo ello, este espacio persigue buscar las explicaciones científicas que fundamenten y justifiquen los motivos tan beneficiosos de la actividad física y del deporte. Asimismo, se tratará de discutir y rebatir ciertos mitos o falsas creencias existentes en la sociedad sobre temas específicos del ejercicio físico y la salud.

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