Alergia al frío: sobrevivir al verano cuando no puedes refrescarte
La urticaria por frío es una patología limitante según la cual algunas de las personas afectadas no pueden entrar en contacto con alimentos o entornos fríos, ya que pueden comprometer incluso su vida


Acciones sencillas para paliar el calor como un baño en la playa, comer un helado o beber el agua recién sacada de la nevera se convierten en un peligro mortal desde hace dos décadas para quien escribe estas líneas. La causa tiene nombre propio: urticaria por frío, aunque popularmente se la conoce como alergia al frío. Se trata de un tipo de urticaria crónica, que pertenece al grupo de las urticarias desencadenadas por estímulos físicos, y que se manifiesta con la aparición de un picor intenso, enrojecimiento, ronchas o habones tras la exposición a ambientes o contacto con objetos fríos, pero también por cambios bruscos de temperatura. En algunos casos, tras una intensa exposición al frío o la ingesta de alimentos o líquidos fríos, se pueden producir reacciones sistémicas graves y cuadros de anafilaxia.
No hay datos específicos de prevalencia de urticaria por frío en España, pero, según explica Beatriz Veleiro Pérez, alergóloga del Complexo Hospitalario Universitario A Coruña y co-coordinadora del grupo de Urticaria del Comité de Alergia Cutánea de la SEAIC (Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica), se estima que la padece un 0,05% de la población general; lo que implica que en nuestro país podrían padecerla alrededor de 24.000 personas. “En el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña, donde trabajo es raro que no veamos al menos dos o tres pacientes con urticaria por frío todas las semanas”, cuenta Veleiro. Aunque afortunadamente muchos pacientes padecen la enfermedad de forma muy llevadera, para otros supone un verdadero calvario, con una afectación muy importante de la calidad de vida. “Es imposible intervenir en su desencadenante fundamental: el frío. Con la naturaleza no podemos actuar. Por lo tanto, a veces la enfermedad se vuelve impredecible. Hace sol, hace calor, pero entran en una tienda con aire acondicionado o viene una ráfaga de viento y se activa la enfermedad. Muchos de los pacientes, al contrario de lo que pueda parecer, están más tranquilos en invierno que en verano en que, por necesidad, sales a la calle más descubierto”, explica.
Beatriz Moreno tenía 10 años cuando el pediatra le diagnosticó urticaria por frío. “Recuerdo que estaba en la playa de Alicante con mis padres, jugando en la orilla y construyendo castillos de arena, como cualquier niña de esa edad. Estuve bastante tiempo allí, y al levantarme, mi cuerpo estaba cubierto de habones por todas partes, parecía un monstruo. Nos asustamos muchísimo porque era la primera vez que me pasaba algo así”, cuenta. No fue algo gradual, no empezó con uno o dos habones, sino que fue de golpe, todo a la vez. Y lo curioso es que tampoco recuerda que el agua del mar estuviera especialmente fría. “Fue como si, de un día para otro, algo se activara y desde entonces lo tengo. Recuerdo perfectamente que el médico le dijo a mi madre: “Cuando le baje la regla, probablemente se le quitará”. Pero mira, va a ser que no… Porque la regla ya casi que se me está yendo y, sin embargo, la urticaria sigue ahí, no se me ha quitado”. Hoy Moreno tiene 43 y no es excepcional que la alergia no haya remitido porque, según los datos actuales, es una de las urticarias con la tasa de remisión más baja a los 10 años.
Según la alergóloga Beatriz Veleiro, en los últimos años se ha avanzado notablemente en el conocimiento de la urticaria por frío. Se sabe que el mastocito es la célula que se activa al exponerse a bajas temperaturas, liberando sustancias que provocan una reacción de hipersensibilidad. Esta puede ir desde una urticaria localizada hasta una anafilaxia si afecta a varios órganos. La manifestación más frecuente de anafilaxia en estos casos, además de los síntomas en la piel, es la afectación cardiovascular. No es raro que quienes padecen esta patología sufran mareos, bajadas de tensión o incluso síncopes al salir del mar o de una piscina fría. Por ello, es clave identificar a los pacientes con mayor riesgo, que suelen ser quienes reaccionan más rápido al estímulo frío o a temperaturas más altas. Estos deben llevar siempre consigo medicación y autoinyector de adrenalina. Aunque se conoce el mecanismo de acción del mastocito, en la mayoría de los casos no se sabe por qué se activa: es lo que se conoce como urticaria por frío primaria. En otros casos más raros, la reacción puede desencadenarse tras infecciones, picaduras o ciertos medicamentos (urticaria secundaria). Existe además un subgrupo de pacientes en los que las pruebas convencionales son negativas, pero presentan lesiones cutáneas similares. Se trata de las criopirinopatías, enfermedades muy infrecuentes causadas por una mutación genética y que requieren un enfoque terapéutico distinto. Son difíciles de diagnosticar, pero los especialistas deben tenerlas siempre presentes.
Una patología limitante
Ana Menéndez es auxiliar de enfermería y sufre de urticaria por frío desde octubre de 2024. Cuenta que pocas horas después de recibir la quinta dosis de la vacuna contra la covid se encontró con una urticaria por todo su cuerpo. Le dieron un tratamiento basado en un antihistamínico y corticoides, pero mejoró muy poco. “La urticaria era inmediata al mojarme, al cambio de temperatura… Los síntomas empeoraban a medida que pasaba el tiempo”. Empezó a notar que la comida y la bebida le hacía la misma reacción: le empezaba a picar la garganta y se le inflamaba. Fue entonces cuando empezó a tener especial cuidado, tomando todo caliente, incluso el agua. “En una ocasión tomé fiambre recién salido de la nevera y me asusté mucho porque se me empezó a descontrolar y en ese momento fue cuando empezó a ser un problema más grave. Aunque estuviésemos a 23 grados, si venía aire más frío me volvía a dar”, explica.
El calor del verano no molesta a Menéndez tanto como le afecta el cambio de temperatura cuando entra, por ejemplo, en un establecimiento con aire acondicionado fuerte. “En supermercados, tiendas y hospitales el aire acondicionado suele estar demasiado fuerte, lo que me impide acudir con normalidad. Tengo que vestirme con varias capas. Pero no es tan simple: si me abrigo demasiado y empiezo a sudar, me brota la urticaria. Después, noto una sensación extraña, como si mi cuerpo no pudiera regular bien la temperatura. Entonces necesito meterme en agua caliente o usar una manta eléctrica para entrar en calor, lo cual, a su vez, puede volver a desencadenar un brote”, señala. En el invierno le resulta más fácil sobrellevar esta patología porque puede abrigarse y evitar salir. “Lo más duro para mí es no poder trabajar. Siempre he sido una persona muy activa y, ahora, ni siquiera puedo hacer deporte. Siento como si mi vida se hubiera paralizado hace diez meses”, lamenta.
Para Beatriz Moreno, el cambio brusco de temperatura, sobre todo al meterse en agua fría, es lo que desencadena en ella los brotes. Por eso, en verano intenta evitar la playa o la piscina. “A no ser que el agua esté realmente caliente, como en el Caribe o el Mediterráneo en pleno agosto, mi cuerpo reacciona mal. Me empiezan a salir habones, me pica todo el cuerpo y luego tardo unos 20 minutos en volver a estar bien. Así que, para evitarlo, prefiero no meterme al agua, o hacerlo lo justo. Incluso en verano, me ducho con agua caliente para evitar reacciones”, dice. La urticaria por frío no le produce inseguridad, pero sí limita su vida en verano: “Justo cuando todos disfrutan del agua, y eso hace que me sienta un poco fuera de lugar. Para otros el agua está estupenda, pero para mí no”.
Según la alergóloga Beatriz Veleiro, las medidas de evitación pueden ser muy efectivas en pacientes con una forma leve de la enfermedad, pero insiste en que el tratamiento debe ser siempre personalizado. Para ello, lo primero es conocer el umbral de reacción de cada paciente, algo que se determina con un dispositivo que aplica un gradiente de temperatura entre los 4 y los 44 °C. Pero no todos los casos son iguales. De hecho, la urticaria por frío es un ejemplo claro de una enfermedad que exige aplicar medicina personalizada. “A algunos pacientes hay que prohibirles por completo la ingesta de alimentos o bebidas frías, mientras que otros pueden beber algo recién sacado de la nevera sin problemas”, explica.
En cuanto al tratamiento farmacológico, el primer paso suelen ser los antihistamínicos de segunda generación, eficaces en muchos casos. Y cuando estos no son suficientes, existe un fármaco de dispensación hospitalaria que ha supuesto un cambio importante: el omalizumab. Aunque originalmente este medicamento se usaba para el asma alérgica grave, con el tiempo se ha ampliado su uso a otras patologías como es el caso de la urticaria por frío. “Tenemos una amplia experiencia en el uso de omalizumab para la urticaria por frío y es muy raro que un paciente no responda o lo haga de forma incompleta”, apunta la especialista. Es el caso de Ana Menéndez: como el tratamiento inicial con antihistamínicos y corticoides no fue efectivo, comenzó tratamiento con omalizumab y lleva siempre adrenalina. Aunque los brotes cutáneos han disminuido con esta medicación, tanto en intensidad como en duración, en el caso de Menéndez persisten otros síntomas como migrañas diarias y malestar general, además de haber tenido que instaurar todo un sistema de protección a su alrededor para evitar los brotes: limita al máximo el contacto con el frío y regula cuidadosamente la temperatura de su entorno y de los alimentos.
Durante años, uno de los problemas fundamentales de quienes padecen la urticaria por frío ha sido la dificultad de llegar al diagnóstico. Yo tardé 10 años en saber lo que me estaba pasando, porque pese a visitar una y otra vez una consulta médica, nadie sabía por qué con el frío las piernas se me ponían rojas y me salían habones. La solución la arrojó un grupo en Facebook con personas que padecían esta enfermedad, lo que me ayudó a llegar a la consulta de alergología que puso, por fin, nombre a lo que me ocurría. “La mejor prevención es un buen diagnóstico”, dice Veleiro. Confirma que antes se desconocía o tachaban este problema de “alteración psicológica”, pero cree que poco a poco se va conociendo más esta patología. “En nuestra área sanitaria hemos hecho dos estudios similares en años distintos: en el año 2016 teníamos un retraso diagnóstico de seis años desde el inicio de los síntomas de la urticaria por frío y, cinco años más tarde pasó a cuatro años, lo que consideramos un pequeño éxito de divulgación de la enfermedad. Pero aun así, este retraso es injustificable y es urgente una mejor atención al paciente que la sufre”, concluye.
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