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Una desconexión entre regiones del cerebro explica por qué el 5% de la gente no disfruta de la música

El estudio podría abrir la puerta a entender por qué hay personas que obtienen más placer de la comida y el sexo o tienen más predisposición a caer en adicciones

Decenas de personas durante el concierto del cantante argentino Trueno, en el Movistar Arena, a 13 de marzo de 2025, en Madrid
Enrique Alpañés

Están entre nosotros. Son esas personas que no bailan en la discoteca, los que no van a conciertos. Te piden poner la música más baja en el coche, no se obsesionan con una canción cada verano y si les preguntas, no te sabrían decir un cantante favorito. Son los anhedónicos musicales, personas que no conectan en absoluto con la música. Hace diez años, un grupo de investigadores descubrió que aproximadamente un 5% de la población podría incluirse en este grupo. Personas que, a pesar de tener una audición normal y la capacidad de disfrutar de otras experiencias o estímulos, no disfrutan con la música.

Es una simple cuestión de gustos, pero estos se reflejan en nuestro cerebro. Los investigadores vieron que en los anhedónicos musicales existía una desconexión entre las redes auditivas y las de recompensa del cerebro. En un artículo publicado hace unos días en la revista Trends in Cognitive Science, este mismo equipo ha repasado toda su investigación científica. Describe de esta forma los mecanismos cerebrales detrás de la condición y asegura que comprenderla podría ayudarnos a entender cómo funcionan el placer y la adicción.

“Hay diferencias individuales en las respuestas a los estímulos gratificantes”, afirma Josep Marco-Pallarés, catedrático de Psicología en la Universidad de Barcelona y uno de los autores del estudio. “Y estas vienen dadas, no por deficiencias en el circuito de recompensa, sino por la forma en la que las áreas perceptivas se conectan con este”. Para demostrar esta idea, su equipo hizo un test a los participantes (que se puede realizar aquí) y después los clasificó según su puntuación como anhedónicos, hedonistas e hiperhedonistas musicales. Luego se sometió a los participantes a un escáner cerebral y se vio cómo reaccionaba el núcleo accumbens, que es el que responde al placer, ante una recompensa monetaria y ante un estímulo musical.

El circuito se iluminaba en ambos casos en casi todos los participantes. Pero quienes habían puntuado muy bajo en el test, apenas mostraron actividad en el núcleo accumbens con la música, pero sí con el dinero. “Esto demuestra que hay sensibilidades específicas a diferentes tipos de estímulos determinadas por cómo las áreas perceptivas interactúan con el circuito de recompensa”, explica Marco-Pallarés.

Sexo, drogas y rock and roll. Los componentes de esta famosa tríada impactan en distintas regiones del cerebro, pero todas ellas conectan después con el circuito de recompensa para transformar el estímulo en placer. Los estudios de Marco-Pallarés y sus compañeros pueden ayudarnos a entender no solo cómo entendemos y disfrutamos la música, sino la forma en la que nos relacionamos con el placer y las adicciones. Por qué hay gente más hedónica o disfrutona, si nacemos con una predisposición determinada a caer en adicciones o nos resulta más difícil disfrutar de lo que otros encuentran placentero.

Cuando se empezó a popularizar el uso de Ozempic y otros fármacos para adelgazar, muchos pacientes empezaron a referir que tenían menos ganas de fumar o de beber. Se registraron mejoras en pacientes adictos a las compras o el juego. Con el paso del tiempo, distintos estudios han explicado que esto se debe a que el medicamento trastoca no tanto la forma en la que percibimos la comida (que mantiene su sabor) sino cómo se traducen esos sabores en placer. La medicina había trastocado el circuito de recompensa y esto habría hecho que se reduzcan todo tipo de comportamientos adictivos. Los estímulos placenteros tienen distintas vías de entrada en el cerebro, pero al final todos acaban en el mismo sitio. Por eso la investigación de la anhedonia musical específica trasciende la música.

“Proponemos el uso de nuestra metodología para estudiar otros tipos de recompensas. Esto podría dar lugar al descubrimiento de otras anhedonias específicas”, afirma Marco-Pallarés. Puede que la gente incapaz de disfrutar de la comida, o aquellos a quienes el sexo no les reporta ningún placer tengan también dos áreas del cerebro sin apenas conexión.

Aún no se sabe con certeza por qué se desarrolla la anhedonia musical específica, pero tanto la genética como el entorno podrían influir. Un estudio de este año, realizado con hermanos gemelos y publicado en Nature, explicaba que la variabilidad genética puede explicar hasta un 54% de la diferencia en la apreciación o respuesta placentera a la música.

“Me parece un estudio muy bonito”, señala Noelia Martínez, neurocientífica de la Pompeu Fabra y participante en algunos de los estudios citados en la revisión de Trends in Cognitive Science. “Además de proporcionar una primera pincelada de la base genética subyacente, plantea otras preguntas como si esta variabilidad genética es algo que puede cambiar a lo largo del tiempo”. Si de alguna forma la anhedonia musical específica puede revertirse.

Otro de los estudios señalados se hizo con niños de menos de tres años, y ya desde entonces se veía que había una gran variedad en la forma de responder ante los estímulos musicales. En cómo los niños bailaban con la música animada, incluso antes de andar. Cómo se calmaban con una nana, antes de entender sus palabras. Varios compañeros de Marco-Pallarés colaboran actualmente con genetistas para identificar genes específicos que podrían estar involucrados en la anhedonia musical.

La música puede ser la puerta de entrada para comprender cómo procesamos los placeres en nuestro cerebro. Y no deja de ser curioso, apunta Martínez, pues no estamos hablando de un instinto, sino de un constructo social, una creación humana. “La música es un estímulo artístico, cultural, estético... Por eso me fascina que sea capaz de producir esa liberación de hormonas que se suele dar con reforzadores primarios como la comida o el sexo”, reflexiona la experta. Esto es, quizá, lo que ha hecho que sea común a todas las culturas del mundo. Que otros animales, como los pájaros, los cetáceos o los canes, también tengan cierto sentido musical. Y que, al 95% de los humanos, escuchar música nos produzca una tremenda descarga de dopamina.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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