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Los nuevos fármacos adelgazantes convencen a tu cerebro de que comer no es un placer

Un estudio muestra como estos compuestos eliminan la actividad neuronal en una región cerebral asociada con la recompensa y la adicción

Enrique Alpañés

Los antojos y atracones se gestan en el cerebro, y ahí es donde actúa la nueva generación de fármacos adelgazantes. Es lo que explica una investigación publicada este lunes en la revista científica Nature Medicine. Neurólogos de la Universidad de Pensilvania han tenido la rara oportunidad de asomarse al cerebro de cuatro personas obesas afectadas por el llamado trastorno del atracón. Una de ellas estaba en tratamiento con tirzepatida. Este fármaco adelgazante demostró suprimir la actividad neuronal del núcleo accumbens, una región asociada con el placer, la motivación y la recompensa. El medicamento demostró un efecto a corto plazo o incompleto, lo que justifica la realización de más investigaciones.

Los hallazgos representan la primera investigación en humanos sobre el impacto de este compuesto en la actividad cerebral. “Ahora podemos comenzar a entender qué están haciendo los medicamentos en esta región del cerebro”, explica en conversación con este periódico Casey Halpern, neurólogo de la Universidad de Pensilvania y autor principal del estudio. El deseo de comer, ya sea por placer o para obtener energía, implica la compleja interacción entre diferentes áreas del cerebro. Investigar cómo estos fármacos modifican la actividad cerebral podría contribuir al desarrollo de nuevos tratamientos para los trastornos de la conducta alimentaria.

Los fármacos adelgazantes, como la tirzepatida, favorecen la pérdida de peso de una forma sorprendente que no terminamos de comprender. El mecanismo básico sería algo así: cuando la comida llega a nuestro intestino, se segregan de forma natural las incretinas, unas hormonas cuya función principal es estimular la secreción de insulina y avisar al cerebro de que ya ha llegado comida, dando sensación de saciedad. Las dos incretinas más importantes son el GLP-1 y el GIP. En las personas con diabetes tipo 2 y aquellas con obesidad, estas hormonas no funcionan del todo bien. Por eso siguen comiendo, aunque físicamente estén llenos.

“Los análogos de incretinas imitan los efectos de estas moléculas”, explica en un intercambio de mensajes Andreea Ciudin, coordinadora de la unidad de tratamiento integral de la obesidad del Hospital Universitario Vall Hebron. Engañan a tu páncreas y a tu cerebro diciéndoles que ya has comido, dando una sensación de saciedad eterna. La primera generación de fármacos, la semaglutida (que se vende en marcas como Ozempic o Wegovy) imitaba solo una molécula, el GLP1. “Pero las nuevas composiciones suman el efecto del GIP, creando un compuesto dual mucho más potente”, señala la endocrina. Es el caso de la tirzeptada, incluida en marcas comerciales como Mounjaro. “Es el fármaco más efectivo que ha habido hasta ahora en perdida de peso”, explica. Las primeras versiones de semaglutida, suponían una pérdida promedio del 15% del peso corporal. La tirzeptaida dispara ese porcentaje hasta el 22%. “Una de las hipótesis es que el GIP actúa a otros niveles en el cerebro, potenciando el efecto del GLP1”, señala la experta.

Hasta ahora se había especulado con la idea de que estas moléculas toquetearan los mecanismos neuronales del placer y la adicción. Se había demostrado en ratones. Se había visto en estudios observacionales, como el que publicó el año pasado Nature, destacando que había un 50% menos de riesgo de incidencia o recurrencia de trastorno por consumo de alcohol entre los usuarios de semaglutida. Esto sugería una fuerte asociación, pero no demostraba causalidad.

Es lo que sí hace el presente estudio, al analizar la actividad cerebral, registrada directamente con electrodos, de cuatro participantes con obesidad severa y dificultades para controlar sus hábitos alimenticios.“La cirugía cerebral para implantar los electrodos es invasiva, por lo que es extremadamente raro estudiar la actividad cerebral humana de esta manera”, explica Halpern.

En un principio, el estudio pretendía implantar electrodos a personas con trastornos de alimentación por atracón, para interactuar con el cerebro con el objetivo de detener los antojos antes de que se produjeran. Pero una de las cuatro participantes, una mujer de 60 años identificada como “paciente tres” estaba en tratamiento con tirzepatida, así que los neurólogos decidieron también observar cómo actuaba el fármaco en su cerebro y comparar su actividad con la del resto de pacientes.“Esta rara oportunidad de estudiar la fisiología subyacente de los agonistas en el cerebro podría no repetirse”, comenta Halpern, así que decidió aprovecharla.

Al hacerlo, descubrieron que los episodios de intensa preocupación por la comida y los antojos estaban relacionados con señales cerebrales de baja frecuencia más intensas (denominadas actividad delta-theta) en el núcleo accumbens. Y que el consumo de tirzepatida suprimió esa señal, lo que se tradujo en una reducción de los antojos y una pérdida de peso. “Este descubrimiento podría ser útil para tratar una amplia gama de afecciones relacionadas con el control de los impulsos, como el trastorno por atracón”, señala el autor.

El trastorno por atracón se reconoció como enfermedad mental en 2013, se estima que afecta a un 3% de la población española, siendo el trastorno de conducta alimenticia más común en la población adulta. La comprensión de los mecanismos cerebrales que lo causan podría cambiar la forma de abordarlo. “Esto también puede suponer una revolución en el campo de la salud mental, trastorno de conducta alimentaria y adicciones”, valora Ciudin. “A lo mejor muchos de estos diagnósticos se basan en una alteración biológica, y le das el tratamiento sustitutivo y se acabó la patología”.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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