Cuerpos de verano: cómo pasar de la vergüenza y la culpa a la aceptación y la paz
Nos han hecho creer que modificar el cuerpo nos hará estar tranquilas, pero eso no es cierto: el único camino es la aceptación corporal


Con la llegada del verano y el buen tiempo, se instala un runrún previo que invita a la corrección y disciplina de los cuerpos. ¿Cómo vas a llegar al verano de cualquier manera? Antes debes haber hecho la operación biquini para llegar en tu “mejor versión”. Esa frase capitalista que abarca desde la delgadez, la productividad o tu versión más reflexiva; todo vale. En nuestro caso, es más delgada, más fuerte, más tonificada, más cerca de esa trampa que llamamos “cuerpo ideal”.
Con esa premisa de que hay cuerpos válidos para el verano y otros que no tanto, se activa la vergüenza corporal, la culpa y ese deseo contradictorio de que el verano llegue y, a la vez, pase volando.
Para mucha gente, pero especialmente para las mujeres —presas de la presión estética y los mandatos sobre nuestro cuerpo desde niñas—, esta época se convierte en un reto tremendamente difícil.
Nos han enseñado a disimular, ocultar y esconder nuestro cuerpo para que parezca más delgado. Nos dicen qué prendas nos favorecen y cuáles jamás deberíamos ponernos. Nos venden opciones correctoras, cremas, todo tipo de artilugios para moldear y disciplinar el cuerpo. Y si no consigues estar al menos cerca de ese modelo ideal e irreal, es porque no te esfuerzas lo suficiente, no te cuidas, o directamente te has abandonado. Así se niega la diversidad corporal.
Al final, llegas al verano con una sensación de frustración porque, otro año más, no has logrado adelgazar, ponerte más fuerte, tener cintura de avispa o brazos inmunes al paso del tiempo. Y eso, lejos de ser una exigencia estructural sobre el cuerpo de las mujeres —que solo lleva a culpa, vergüenza e insatisfacción continua—, se interpreta como un fracaso personal.
No son pocas las mujeres que, ante tanta vergüenza corporal, dejan de ir a la playa o a la piscina. O van, pero casi sin salir del agua, tapándose con la toalla para no mostrar ni un milímetro de su tripa. Sufren un calor horrible porque no se sienten seguras usando manga corta, camisetas de tirantes, bermudas o vestidos cortos.
Tampoco se hacen fotos. Se ofrecen para ser las fotógrafas, y cuando salen en ellas, lo hacen siempre al fondo o como cabezas flotantes. Se van de vacaciones, pero no se permiten aparecer en sus propios recuerdos. Asumen como normal lo que en realidad es consecuencia de una violencia estructural.
Ante tanta vergüenza, lo más sencillo es dejar de verse, porque no es fácil lidiar con los comentarios, las exigencias y la eterna sensación de no estar en paz, independientemente del peso o la edad.
Objetivación de nuestros cuerpos
Las mujeres aprendemos a objetivar nuestros cuerpos, es decir, a mirarlos desde fuera, como si fueran objetos ajenos a nosotras. Esta mirada externa e implacable alimenta la vergüenza corporal y la desconexión con lo que debería ser nuestro hogar: nuestro propio cuerpo. Es la teoría de la objetivación, explicada por las psicólogas Fredrickson y Roberts (1997).
Diversos estudios muestran que la vergüenza corporal no es solo una incomodidad estética, sino un factor de riesgo para la salud mental. Se asocia con mayor probabilidad de ansiedad, depresión, baja autoestima, trastornos de la conducta alimentaria y peor calidad de vida. La hipervigilancia constante sobre el cuerpo y el sentimiento de no estar “a la altura” generan una carga psicológica que afecta el bienestar diario y la relación con una misma (Tylka & Wood-Barcalow, 2015; Diedrichs et al., 2021).
Nos han hecho creer que modificar el cuerpo nos hará estar tranquilas, pero eso no es cierto: la lucha es eterna, porque cualquier efecto del paso del tiempo sobre el cuerpo de la mujer es un “fallo” a corregir. El único camino es la aceptación corporal: respetar el cuerpo que nos ha tocado y valorarlo por su funcionalidad. Por todo lo que hace por nosotras, aunque no nos guste, aunque nos hayan enseñado a odiarlo.
La aceptación corporal no es gustarse siempre, sino lograr estar tranquila en tu piel. Respetar el cuerpo que te permite vivir, y eso incluye hablarle con respeto, sin esconderlo, sin castigarlo, sin dejar de atenderlo. A veces es volver a mirarlo por completo. Aguantar la mirada sin juicio a esa mujer que te devuelve el espejo.
Claves para recuperar paz
Si te cuesta enseñar las piernas, la tripa o los brazos, empieza a usar ropa que deje ver esas partes, aunque sea en casa y en espacios seguros. Acostúmbrate a ver tu cuerpo así. Valora la comodidad frente a la vergüenza, úsalo a diario para que sea algo rutinario. Decide un día para usarlo fuera de casa y póntelo como si fuera un uniforme. Hazlo para ir a un lugar que no te suponga mayor dificultad —al supermercado o similar— y repítelo al menos una vez por semana. Esos gestos te llevarán a estar más en paz contigo misma.
Redirige tu diálogo interior. Es muy distinto decir “no me gustan mis piernas” a “me dan asco mis piernas”. Háblate como le hablarías a una amiga: un diálogo más compasivo te ayudará a vivir mejor en tu cuerpo.
Reconecta con tu cuerpo. Cuando estés en situaciones difíciles, céntrate en él. Disfruta del placer de meterte en el mar, andar descalza por la arena, tumbarte en el césped. Vuelve siempre a tu cuerpo.
No te compares con nadie. Desde la comparación solo vas a sentirte peor con tu cuerpo. Siempre nos comparamos para situarnos en una posición de inferioridad. No sabes qué batalla está librando esa otra mujer con su cuerpo. Aunque solo sea por sororidad, deja de hacerlo.
Cada una de estas prácticas genera incomodidad, pero cuanto más las repitas, menos incómoda te sentirás. Lo cómodo es dejar de ir a la playa o a la piscina, usar ropa que te dé calor, pero que oculte o disimule. Sin embargo, esas prácticas son castigos.
Trabajar en la aceptación corporal y reducir esa vergüenza implica que cada verano estés mejor que el anterior. Cada día que no escondes tu cuerpo, cada vez que vas a un plan al que preferirías no asistir, cada vez que no pides perdón por tu apariencia, es un paso hacia la paz. Cada gesto de respeto hacia tu cuerpo, por pequeño que sea, es un acto de rebeldía contra un sistema que prefiere verte avergonzada. Elígete. Empieza este verano.
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