Un Quijote cada vez más Sancho
"Está bien que los sueños inspiren la política, pero los medios la hacen posible”


Ni Marx, ni Pasionaria, ni la hoz y el martillo, ni el retrato de su mujer y sus hijos. El cuadro que preside el despacho de Cayo Lara en el Congreso es un trozo de pan enmarcado que le regaló un paisano de su pueblo, Argamasilla de Alba (Ciudad Real), el día siguiente de las elecciones de 2011, para felicitarle por su primera acta de diputado. “Este va a ser el salario mínimo con la mayoría absoluta del PP”, le dijo el vecino. “Y así fue”, confirma Lara, “la primera medida que tomó el Gobierno fue congelarlo en 641 euros. Rajoy salió arando de casa, como dicen en mi tierra, destrozando lo que pillaba al paso, y así sigue”.
Lara, este hombre de 61 años recio, con voz grave y presencia poderosa, responde con otra la primera pregunta: “¿Tú estarías contenta si subiera tu popularidad y tuvieras a tu pareja y a tus dos hijos en paro? Pues yo los tengo, como tantos, y alegría no es lo que siento. Responsabilidad, toda. La gente no perdonaría la autosatisfacción en la situación terrible en la que están demasiados. Al revés, la sociedad exige cada vez más a los políticos, y está bien que así sea porque a lo mejor hasta ahora, nos hemos comprometido menos de lo necesario”.
Cayo, hijo único de los Longueras y los Molluelas, motes de su padre y su madre, no luchó por la democracia ni corrió delante de los grises. Lo más cerca que ha estado de un título es de visita en la Casa del Bachiller Carrasco en Argamasilla. En su familia hacían falta brazos y dejó de estudiar a los 13 años para ponerse a labrar las tierras que su padre arrendaba a los terratenientes. Cereal, alfalfa y, sobre todo, melones. Fue con dos camiones cargados de ellos para regalarlos en protesta contra los bajos precios agrarios, como se plantó por primera vez en Madrid en vísperas de la muerte de Franco. La primera acción política de la trayectoria que le ha llevado hasta este despacho de la Carrera de San Jerónimo.
“Hasta los veintitantos, cuando trabé contacto con sindicalistas del campo y cristianos de base, no me di cuenta de que el mundo no era como me lo habían contado”. Entonces sí, se empeñó en cambiarlo. Cuando le reprochan falta de formación y experiencia de gobierno, Lara responde con los 12 años que fue alcalde comunista de su pueblo. Una villa de 7.000 habitantes que rigió con la cabeza en las nubes y los pies en el suelo. “Soy idealista como Don Quijote, pero también, cada vez más, pragmático como Sancho. Está bien que los sueños inspiren la política, pero los medios la hacen posible”.
La primera exhibición de liderazgo de aquel “cateto”, como le vieron algunos, fue apaciguar la olla a presión que era Izquierda Unida en 2008. Conciliando posturas, según sus partidarios. A costa de “okupar y ahogar” al resto de corrientes de IU con la mayoría del PCE, según sus detractores. Las salidas de Rosa Aguilar e Inés Sabanés dan fe del fragor de la batalla. Los trapos sucios, zanja él, se lavan en casa. “Me importa un pepino si alguien es más o menos rojo que yo. Lo que pido son propuestas”. A cambio, ofrece cercanía y la fe del converso. “Intenta convencer hasta a los periodistas”, dice un colega. “Ha dulcificado su imagen para hacerse atractivo a más gente, fíjate que imita el look de los catalanes de Iniciativa”, suelta otro. “La gente nos ha perdido el miedo”, prefiere pensar él. A veces, le echa un ojo al currusco de su vecino por si le entra la tontería.
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