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El apocalipsis ambiental de Gaza: “Lo que nos queda no es suelo, son residuos contaminados”

Una amalgama tóxica compuesta por 61 millones de toneladas de escombros, 100.000 de explosivos y químicos filtrados a la tierra ha destrozado las tierras cultivables, el agua y el aire. Su recuperación tardará décadas, advierten los expertos

La destrucción en Gaza es visible desde la distancia: vastas extensiones de tierra arrasada donde antes había terrenos agrícolas, ahora transformados en un paisaje lunar de profundos hoyos y escombros. Pero la verdadera catástrofe es invisible, se filtra en el suelo, contamina la capa freática y envenena el aire. Los sistemas medioambientales de Gaza se han degradado a tal nivel que el Gobierno y los científicos ahora hablan de ello en términos de ecocidio.

“Lo que ha ocurrido en Gaza es un genocidio medioambiental”, afirma el profesor Abdel Fattah Abd Rabou, científico medioambiental de la Universidad Islámica de Gaza. Habla con la autoridad de alguien que ha pasado décadas estudiando ecosistemas que ahora han sido destruidos. Este investigador, además, ha enterrado a cinco de sus hijos, muertos en los ataques aéreos israelíes durante 2024, y ha sido desplazado del norte a Deir al Balah, en el centro de la Franja.

A su vez, lo que queda del medio ambiente de Gaza es un paisaje transformado. El verde ha sido sustituido por escombros y polvo. El agua está envenenada. El aire está contaminado. El suelo es tóxico. La biodiversidad que sustentaba la vida humana ha sido prácticamente eliminada.

La más reciente guerra de Israel en Gaza, que comenzó el 7 de octubre de 2023, tras haber sufrido los cruentos ataques de Hamás en su territorio, ha dejado más de 70.000 palestinos muertos y alrededor de 170.000 heridos. En octubre, se declaró un alto el fuego que no ha supuesto mayores cambios para la población. Naciones Unidas ha denunciado que, desde entonces, han muerto 379 personas y no se ha conseguido ingresar toda la ayuda humanitaria necesaria.

“Durante dos años y tres meses se ha librado una guerra agrícola y medioambiental integrada, que ha atacado sistemáticamente todos y cada uno de los elementos del medio ambiente”, agrega Abd Rabou e insiste en que la destrucción de los ecosistemas no son simples “daños colaterales”.

Más de 61 millones de toneladas de escombros son el nuevo paisaje de la franja de Gaza, el equivalente a 15 pirámides de Giza, según datos del informe El impacto medioambiental del conflicto en la franja de Gaza, publicado en septiembre por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Entre los escombros, sostiene la Autoridad Palestina, hay 100.000 toneladas de explosivos. Esto, agrega en un comunicado publicado el 6 de noviembre Día contra la Utilización del Medio Ambiente en la Guerra, “constituye un genocidio de todos los componentes y sistemas medioambientales, cuyos efectos se espera que se prolonguen durante décadas”.

El suelo, contaminado hasta quedar irreconocible

La primera señal de la catástrofe se encuentra bajo los pies de los gazatíes. El suelo de la Franja, base de toda la agricultura y la vida, ha sido destruido, química y físicamente. “La capa superior fértil, la capa que sustenta la vida, ha sido completamente arrancada. Lo que nos queda no es suelo. Son residuos contaminados”, resume Abd Rabou.

El 98,5% de las tierras agrícolas están dañadas o son inaccesibles, según alertó en agosto la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Centro de Satélites de Naciones Unidas (UNOSAT). Dicho de otra forma: solo el 1,5% de las tierras agrícolas de Gaza, unas 232 hectáreas, están disponibles para cultivar la comida de un territorio con más de dos millones de personas, informa Ana Puentes.

Las enormes excavadoras han raspado la capa superior fértil del suelo, la capa productiva que tardó generaciones en desarrollarse. Lo que queda se ha mezclado en una amalgama tóxica: escombros de edificios demolidos, fragmentos de municiones sin explotar, polvo de explosivos, residuos de cohetes y proyectiles de artillería.

El PNUMA, en su informe de septiembre, ha alertado de que el 15% de los escombros podrían “presentar un riesgo relativamente alto de contaminación por amianto, residuos industriales o metales pesados”.

Los residuos médicos, que deben gestionarse mediante protocolos de eliminación especializados, ahora se mezclan con la basura y los escombros normales. Esto supone una amenaza directa para la salud pública y contamina el medio ambiente en general. Las dioxinas y otros contaminantes orgánicos persistentes se acumulan en el suelo y en los cuerpos de los organismos vivos, lo que crea riesgos para la salud a largo plazo.

Los escombros son, en sí mismos, una fuente de contaminación continua. A medida que se descomponen y se desgastan, liberan contaminantes al suelo y a las aguas subterráneas. Crean una barrera física que impide la rehabilitación de los terrenos subyacentes. Representan una deuda medioambiental que requerirá una gestión activa durante décadas.

En algunas zonas, en medio de las labores de limpieza, el suelo ha sido excavado tan profundamente que los agricultores ni siquiera pueden localizar los límites de sus propias tierras.Talal Milad, un agricultor originario de Ciudad de Gaza que ha conseguido nivelar y limpiar parcialmente cuatro de sus quince dunams (el equivalente a 1,5 hectáreas) en Jan Yunis, describe la experiencia como trabajar en un terreno extraño. “La tierra agrícola está completamente mezclada con escombros, polvo, restos de cohetes y escombros de bombardeos. No sabemos cuáles serán las consecuencias”, asegura a EL PAÍS.

El agua, agotada y envenenada

La crisis del agua en Gaza es anterior a la guerra. El territorio lleva mucho tiempo sufriendo el agotamiento de los acuíferos, la intrusión de agua salada del Mediterráneo y la contaminación. Pero los últimos dos años han transformado una crisis crónica en una catástrofe aguda, según los expertos.

El ejército israelí ha destruido sistemáticamente la infraestructura que hacía accesible y potable el agua: se han demolido miles de pozos, se han destruido las estaciones de tratamiento de agua y se han desmantelado las redes de distribución. Un estudio del Instituto Arava de Estudios Ambientales sobre el impacto ecológico del conflicto calculaba que la eficiencia del sistema de agua se había desplomado del 60% al 25%.

El agua que llega a la población requiere un profundo estudio científico, ya que, según señala Abd Rabou, la mayor parte de la que está disponible está gravemente contaminada y supone un riesgo directo para la salud de quienes la consumen. “Antes de la guerra, Gaza ya se enfrentaba al agotamiento de los acuíferos. La situación es ahora catastrófica”, añade.

El Instituto Arava alerta, incluso, que están en riesgo las fuentes acuíferas que Palestina comparte con Egipto e Israel. La destrucción de las instalaciones de tratamiento de aguas residuales ha creado una vía secundaria de contaminación: las aguas residuales y las aguas negras fluyen ahora sin tratar hacia el Mediterráneo, envenenando el medio marino y creando riesgos para la salud de cualquiera que entre en el agua. Sin embargo, resalta el PNUMA, no es posible saber qué nivel de daño hay porque no se puede acceder a la Franja a tomar muestras.

“Nos enfrentamos a una crisis hídrica que persistirá durante años”, afirma Abd Rabou. “Esto afecta a todo: la agricultura no puede sobrevivir sin agua limpia, pero, lo que es más importante, la propia supervivencia humana depende del acceso a agua potable”.

El aire, impregnado de compuestos desconocidos

El aire se ha convertido en un vector de contaminación. La destrucción de edificios residenciales ha liberado gases y vapores tóxicos a la atmósfera. Los incendios y las explosiones también producen contaminantes nocivos para la salud. Y cientos de vertederos incontrolados, creados durante el conflicto, emiten compuestos peligrosos: dioxinas, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno. No se trata de trazas de contaminantes, sino de la composición atmosférica principal en las zonas afectadas.

Contaminación en Gaza

Pero la contaminación atmosférica más dañina proviene de los residuos de municiones. Los artefactos explosivos sin detonar y los restos de bombas y cohetes se esparcen por todo el territorio de Gaza, liberando compuestos cuya naturaleza y efectos sobre la salud siguen siendo en gran medida desconocidos.“Hay contaminación radiológica y química debido a la enorme cantidad de explosivos, bombas y municiones”, explica Abd Rabou. “Nadie conoce el alcance total de lo que se utilizó ni cuáles serán las consecuencias para la salud”.

Mientras, las tasas de asma están aumentando, junto con la bronquitis crónica y otras enfermedades pulmonares, debido a la quema de plásticos o maderas para cocinar o para soportar el frío.

Biodiversidad, la desaparición de la vida

El verde visible que antes caracterizaba a algunas partes de Gaza ha desaparecido. Desde 2023, Gaza ha perdido el 97% de sus cultivos arbóreos y el 95% de sus matorrales, según el informe del PNUMA.

Los árboles, los huertos que tardaron décadas en establecerse, las arboledas que proporcionaban seguridad alimentaria y estabilidad medioambiental, han sido talados o destruidos por los bombardeos. Los huertos han desaparecido. Palmeras datileras, cítricos, olivares han sido eliminados. “Estamos viendo cómo se extiende la desertificación, especialmente en el este de Gaza, donde la cubierta vegetal ha sido eliminada casi por completo”, asegura Abd Rabou.

Las consecuencias se propagan por todo el ecosistema. El Instituto Arava sostiene que la diversidad animal de Gaza “se encuentra bajo una enorme presión debido a la degradación de su hábitat, los sitios de conservación y los zoológicos”.

El sector ganadero también ha sido afectado: ya que el ganado vacuno, ovino y avícola criado en hogares y granjas ha sido aniquilado, y solo han sobrevivido algunos pocos. Sin vegetación, no hay forraje. Sin forraje, los animales domésticos no pueden sobrevivir.

La fauna silvestre ha desaparecido en gran medida: aves, mamíferos, reptiles y anfibios que eran nativos de Gaza o que pasaban por allí. El sector pesquero ha quedado diezmado. Más de 1.900 de los aproximadamente 2.000 barcos pesqueros de Gaza, incluidos los buques más grandes, con 20 metros de alcance, que permitían el acceso a aguas más profundas y a diversas poblaciones de peces, han sido destruidos.

La cascada del colapso

Estas destrucciones ambientales no son problemas aislados. Crean fallos en cadena en sistemas interconectados. “Ahora no hay agricultura en Gaza”, afirma Nahidh al Astal, director de la Sociedad Agrícola de Jan Yunis. “La tierra ha sido destruida, el agua está contaminada, el ganado ha desaparecido. Menos del 5% del sector agrícola sigue operativo. Y esto fue un objetivo deliberado, porque la agricultura es fundamental para la seguridad alimentaria y proporciona medios de vida a una gran parte de la población”.

Cuando se le pregunta por los plazos de recuperación, Abd Rabou es directo: “Estamos hablando de años, muchos años, de recuperación parcial y gradual. Y eso suponiendo que se cuente con un apoyo internacional masivo y una intervención científica”.

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