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Cuando Nigeria despidió el mismo día a un exdictador e histórico presidente y al rey que preservó el legado yoruba

El exmilitar y exmandatario Muhammadu Buhari y el ‘awuaje’ Oba Sikiru Kayode Adetona murieron con apenas unas horas de diferencia el 13 de julio. Académicos y ciudadanos hablan sobre su legado en el país africano

Muhammadu Buhari

Nigeria despidió el pasado 13 de julio a dos figuras que han marcado su historia contemporánea desde ámbitos muy diferentes. El expresidente Muhammadu Buhari, que lideró Nigeria entre 1983 y 1985 tras dar un golpe de Estado y que luego regresó como presidente elegido democráticamente entre 2015 y 2023, falleció el pasado domingo a los 82 años en Londres. Ese mismo día, a los 91 años, murió uno de los monarcas más longevos de África: Oba Sikiru Kayode Adetona, awujale del Reino de Ijebu, el antiguo reino yoruba ubicado en el territorio donde hoy está Nigeria. Esta casualidad supone el cierre de dos formas muy distintas de liderazgo en la historia del país.

En la misma semana en la que los homenajes se han multiplicado en todas las plataformas —redes sociales, televisión, radio, internet y prensa escrita— Nigeria ha reflexionado no solo sobre los logros de ambas figuras, sino sobre la herencia que dejan en un país que aún lidia con delicadas cuestiones de identidad, unidad y liderazgo, fragmentado entre la mayoría musulmana del norte y la cristiana del sur. Para el profesor Mahfouz Adedimeji, analista de asuntos públicos, académico y vicerrector de la Universidad Ahman Pategi, “ambos dejan un legado imborrable”. “Al igual que Buhari dio forma a la estructura política de Nigeria, el awujale dio forma a su identidad cultural”.

Muhammadu Buhari, nacido el 17 de diciembre de 1942 en Daura, en el Estado de Katsina, al norte del país, emergió como una fuerza dominante en la vida política de Nigeria hace más de cuatro décadas. En 1983, se convirtió en jefe del Estado militar tras dar un golpe que derrocó al gobierno civil del presidente Shehu Shagari. Alegó corrupción y mala gestión y gobernó hasta 1985, cuando fue derrocado por otro levantamiento militar. Durante su mandato introdujo estrictas políticas nacionales, como la llamada ”guerra contra la indisciplina”, una campaña muy recordada en el país, que buscaba restaurar el orden cívico y combatir el deterioro económico en Nigeria, con la imposición de medidas que iban desde la obligación de formar filas ordenadas en lugares públicos a castigos para funcionarios corruptos. La normativa, que incluía entre sus sanciones penas de prisión y multas, fue muy controvertida y abrió un debate sobre los límites de la libertad individual y el poder del Estado. En esta breve etapa, a Buhari se le achacan violaciones de derechos humanos y encarcelación de opositores.

Tres décadas más tarde, tras ser derrotado en tres elecciones presidenciales, Buhari regresó como presidente civil elegido democráticamente en 2015, bajo el partido Congreso de Todos los Progresistas (APC, por su sigla en inglés), derrotando a Goodluck Ebele Jonathan, del Partido Democrático Popular (PDP), cuya formación había gobernado de forma ininterrumpida en Nigeria desde que en 1999 se reinstauró la democracia. Su reelección en 2019 confirmó su destreza política y su amplio atractivo, especialmente en el norte de Nigeria, donde persiguió con dureza a Boko Haram.

Promise Eze, escritor y periodista nigeriano, considera que Buhari será recordado de forma diferente según a quién se pregunte. Para algunos, fue un héroe decidido a restaurar la gloria de Nigeria, “poniendo en marcha numerosos proyectos y construyendo unas infraestructuras muy buenas para el desarrollo nacional”. “Para otros, especialmente en el sur”, matiza Eze, “fue un dictador que silenció la disidencia y aplastó las protestas. Su mandato estuvo manchado por la mala gestión y la corrupción bajo su nariz”.

Sodiq Akinola, licenciado en Derecho, es de los que ponen en valor su figura. Sus contribuciones “son evidentes” en las numerosas infraestructuras y avances que se llevaron a cabo durante su mandato, asegura.

Como presidente civil, Buhari dio prioridad a las campañas contra la corrupción, al desarrollo de infraestructuras y a los programas de intervención social, como la implementación de la Cuenta Única del Tesoro (TSA) para centralizar los ingresos del Gobierno. También puso en marcha el plan N-Power para hacer frente al desempleo juvenil y amplió las infraestructuras con nuevas carreteras, ferrocarriles y terminales de aeropuertos internacionales en ciudades como Lagos, Abuja, Port Harcourt y Kano.

Sin embargo, su presidencia distó mucho de ser impecable. Durante su mandato, Nigeria se enfrentó a tres recesiones económicas, una elevada inflación, un empeoramiento del desempleo y un aumento de la inseguridad. El terrorismo, el bandolerismo y los secuestros se extendieron a zonas anteriormente seguras, en particular al noroeste. Su gestión de las protestas EndSARS en 2020 ―en las que se exigió la disolución de la Brigada Especial Antirrobos (SARS, por sus siglas en inglés), una unidad policial cuestionada por sus procedimientos― provocó la condena nacional e internacional, especialmente después de que las fuerzas de seguridad respondieran con la fuerza y las armas en el peaje de Lekki, en Lagos. Buhari también es recordado por prohibir Twitter en Nigeria en 2021 luego de que la compañía eliminara un tuit suyo en el que daba una inquietante sentencia a los autores de ataques a las instalaciones de la comisión electoral en el sureste del país: “Les trataremos con el idioma que ellos entienden”, dijo Buhari.

Habiba Sanni, estudiante de derecho, cree que la muerte de Buhari trae una reflexión para los futuros líderes políticos. “Muchos se verán obligados a preguntarse: ¿Mi mandato traerá alivio o arrepentimiento a las personas a las que sirvo? En ese sentido, la muerte de Buhari podría remodelar silenciosamente los estándares con los que los nigerianos miden el liderazgo en el futuro”, añadió.

El profesor Mahfouz Adedimeji ofrece una valoración más mesurada. “A pesar de sus defectos, Buhari dejó un vasto legado: decenas de instituciones de enseñanza superior, programas de alimentación, programas de inversión social y grandes infraestructuras. Su carácter personal, su integridad y su disciplina son dignos de mención para la política”, considera. Adedimeji también destaca el compromiso de Buhari con la transición democrática. “A pesar de no apoyar activamente la llegada al poder del [actual] presidente Bola Tinubu, no subvirtió el proceso electoral. Su filosofía de ‘no pertenecer a nadie y pertenecer a todos’ merece reconocimiento”, sostiene.

El legado real de la reforma y el renacimiento cultural

Mientras Muhammadu Buhari daba forma a la estructura política de Nigeria, Oba Sikiru Kayode Adetona, awujale del Reino de Ijebu, pasó más de seis décadas redefiniendo lo que significaba ser un gobernante tradicional en los tiempos modernos. Nacido en 1934 y coronado en abril de 1960, justo antes de la independencia de Nigeria, era audaz, reformista y profundamente comprometido con el bienestar y la identidad de su pueblo. Su voz como monarca se convirtió en una brújula moral en los debates nacionales.

Oba Sikiru Kayode Adetona (derecha) con el gobernador del Estado de Ogun, Ibikunle Amosun, en 2017 durante el Festival Ojude Oba de Nigeria.

Su legado más emblemático sigue siendo el Festival Ojude Oba, una impresionante celebración yoruba en la que convergen, cada año en Ijebu Ode, la tradición, la unidad, la cultura y la moda. El festival atrae a comunidades de la diáspora, ministros del Gobierno, celebridades y turistas de todo el mundo. Se ha convertido en un vehículo para la diplomacia cultural y el turismo económico, llamando la atención sobre el patrimonio yoruba a escala mundial. Comenzó como una pequeña reunión de musulmanes conversos que rendían homenaje después del Eid, y ahora reúne a personas de todas las religiones, edades y orígenes en un poderoso símbolo de armonía cultural. Aunque el festival existe desde hace más de un siglo, fue durante el reinado del awujale cuando se convirtió en una celebración mundial del orgullo de Ijebu y la diversidad nigeriana.

El profesor Adedimeji describe al awujale como un monarca que aportó clase y elegancia a la institución de la realeza. “Nunca se vio manchado por la corrupción, ni siquiera bajo el régimen militar. Su papel en la preservación y evolución de la cultura yoruba nunca será olvidado”. Este también luchó por los derechos religiosos de los gobernantes tradicionales. Su defensa contribuyó a la aprobación de una ley que permite a los monarcas elegir los ritos funerarios de acuerdo con sus creencias religiosas, lo que supone un hito importante para la libertad religiosa en Nigeria.

“Fue el monarca más visionario de Nigeria”, considera Akinola. Y añade: “Su reinado dio dignidad al pueblo yoruba y creó un orgullo global por nuestras tradiciones”.

Mohammed Adeyemi, líder juvenil y fundador del Foro de Académicos Universitarios de Sokoto cree que la muerte de Buhari y el monarca yoruba debería suponer un punto de inflexión en la dirección del país. “A medida que la generación más mayor, a menudo más conservadora, abandona el escenario, los jóvenes deben combinar la sabiduría del pasado con las exigencias del presente. Al tiempo que adoptan la tecnología y los valores modernos, también deben defender la unidad, el patrimonio cultural y las tradiciones que nos definen como africanos”, afirma.

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