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Una escuela agrícola y fibra de plátano transformada: herramientas contra el hambre y el cambio climático en Uganda

Mejorar la producción de maíz para que no dependa de la lluvia y emprender con los desechos vegetales son los objetivos de 90 familias de una zona rural del país africano

Herramientas contra el hambre y el cambio climático en Uganda

En el distrito rural de Sembabule, en Uganda, la lluvia cae en dos tandas. La primera estación húmeda llega en primavera y la segunda, en otoño. Sus poco más de 250.000 habitantes, mayoritariamente agricultores y ganaderos, necesitan que el agua riegue sus cosechas para poder alimentarse, sobre todo con alubias, maíz y plátanos, y vender el excedente para sacar algo de dinero. Sin embargo, el cambio climático está reduciendo y redistribuyendo la temporada de lluvias, como alerta Ricardo Abadía, profesor de ingeniería agroforestal de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH).

“Esta incertidumbre provoca la inseguridad alimentaria de la población y elimina cualquier proyecto de emprendimiento a futuro”, señala. Por eso, un proyecto de la UMH, en colaboración con la ONG Rafiki África, trata de mejorar las técnicas de producción del maíz para evitar su dependencia de las precipitaciones, y de buscar alternativas de negocio con el objetivo de que los ciudadanos de Sembabule tengan garantizado el sustento diario. La clave está en una escuela y en una máquina para extraer fibras de platanera que recién ha instalado el equipo universitario. El proyecto actual, en el que la comunidad participa activamente, durará hasta enero de 2026.

Los efectos del cambio climático en la zona, en pleno corredor seco de Uganda y a 232 kilómetros del lago Victoria, fueron evidentes nada más comenzar el proyecto en 2022. “Yo llegué a Sembabule en enero y se suponía que en febrero iban a empezar unos tres meses de lluvias″, recuerda Joaquín Solano, estudiante de doctorado en Recursos y Tecnología Agroalimentaria. Pero no cayó ni una gota. “Apenas llovió dos o tres días, nadie pudo cosechar alubias ni maíz”, agrega. Solano, desde Uganda, enviaba información para rediseñar el proyecto que se había planteado inicialmente a Abadía y a Laura Martínez-Carrasco, profesora de Economía, Sociología y Política Agraria, todos integrantes del Instituto de Investigación e Innovación Agroalimentario y Agroambiental (Ciagro) de la UMH.

Los campesinos de Sembabule, según observó el equipo, vivían del cultivo de maíz. “Pero dependen de la lluvia. Entonces, para asegurar la germinación, plantan cuatro o cinco semillas por golpe, con lo que las plantas compiten entre ellas y las mazorcas salen más pequeñas y de peor calidad”, explica Abadía. Las ventas, además, se reducían a un corto periodo y los compradores aprovechaban esa dinámica para ofrecer poco dinero por los productos. La solución planteada por los investigadores fue almacenar en estanques el agua de la lluvia y extender el riego, además de sembrar en línea con una semilla por golpe. Para extender esas prácticas, junto con Rafiki África, determinaron que había que ofrecer una escuela de formación en conocimientos generales de agricultura y ganadería y atraer alumnos con microcréditos en especie.

Dos trabajadores de la ONG Rafiki África estrenan el sistema de riego impulsado por la UMH para mejorar la producción de maíz, en febrero de 2025.

Organizaron tres clases de 30 personas cada una. “El 95% de ellas, mujeres”, subraya Martínez-Carrasco. “En las zonas rurales de Uganda tienen una media de siete hijos y, además, son las que sostienen a las familias, a pesar de que su nivel académico es más bajo”, explica, “se comprometen mucho, recorren distancias muy largas por caminos de tierra, algunas con bebés a cuestas, atienden las clases y después trabajan el campo”. Al frente del centro formativo pusieron a Hanifah Nantwasi, una mujer con estudios en agronomía.

Cada una de las tres clases se dividió, a su vez, en seis grupos de cinco personas, cada una con su microcrédito ―que bien podían ser semillas de maíz mejoradas y resistentes a las sequías o cabras, cerdos, pollos o colmenas de abejas― que debían devolver en efectivo o en especie a partir del segundo año del proyecto.

En cada grupo se repartieron cinco tareas: cultivar maíz, criar gallinas ponedoras, criar ovejas, criar cerdos y sostener granjas apícolas. Con apoyo financiero de la Generalitat Valenciana, que ha aportado 32.000 euros desde 2024, la ONG ha brindado el material necesario para la construcción de establos, que construyen las propias integrantes del grupo, y también los animales para comenzar a trabajar. “En un máximo de cinco años deben haber devuelto todo el microcrédito global en huevos, cabritos o miel”, explica Solano. El trabajo en grupo aminora el efecto de tener que responder a un aval. “Todos los miembros se apoyan entre ellos para que a nadie le vaya mal”, dice el estudiante de la UMH.

Ha habido resultados, como el caso de Mugumia y Yudayah, una pareja que, tras ayudar a levantar establos, han reunido ahorros para construir una cochiquera en la que crían cerdas para engorde y cría. “Aplican los conocimientos obtenidos: han creado un vivero de café, compostan materia orgánica y ensilan grano para alimentar al ganado”, añade Abadía.

Con la seguridad alimentaria apuntalada, faltaba diversificar el negocio. A través de encuestas realizadas por la ONG entre la población local, el programa barajó cinco negocios, pero, al final, las beneficiarias del programa eligieron aprovechar la fibra del tronco de las plataneras para darles un segundo uso.

Antes, las comunidades desechaban el tronco de la planta de plátano una vez terminaba la cosecha. Pero con la máquina recién instalada, cuyos planos ya se han diseñado en la sede de la UMH de Orihuela (Alicante), se puede aprovechar. Ahora, un equipo capacitará a los locales para que el negocio pase a formar parte del catálogo de una cooperativa campesina que estará conformada por 90 familias. “De esta forma”, manifiesta el profesor universitario, “tendrán acceso a suministros” y ganarán peso a la hora de comerciar, con lo que se garantizarán un mejor precio a la hora de vender sus productos.

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