La Tercera Ola
Al fascismo se le combate con argumentos y con políticas sociales que fomenten la cohesión intergeneracional

En la primavera de 1967, un profesor de historia del Instituto Cubberley de Palo Alto (California) llamado Ron Jones dirigió un experimento en su clase. Impuso un régimen de estricta disciplina, restringiendo la libertad de los alumnos y haciendo de ellos una unidad. Para su gran sorpresa, los jóvenes reaccionaron con entusiasmo a la obediencia exigida. El experimento, que originalmente debía durar solo un día, se extendió por toda la escuela. Aquellos que disentían fueron aislados o incluso agredidos si no se unían al movimiento, y los miembros comenzaron a espiar y a desconfiar unos de otros. El quinto día, Ron Jones fue obligado a dar por terminado el experimento. El nombre del movimiento fue La Tercera Ola (en clara alusión al Tercer Reich) y dio origen a varios artefactos audiovisuales de culto: un libro, una obra de teatro, un musical y un cómic. En 2008, el director de cine Dennis Gansel hizo una película, adaptando el episodio a la Alemania de inicios del siglo XXI, y lo rebautizó como La Ola.
La trama de la película es conocida. Durante la semana de proyectos, uno de los profesores del instituto —un Mr. Wenger de pasado punk— decide abordar el tema que le asignan (autocracia), no en la teoría, sino como un experimento: intentar crear un grupo autocrático y ver cómo funciona. Los siete días que dura La Ola son un curso acelerado sobre la microfísica del poder, que sintetiza el ascenso de las dictaduras: la crisis de poder (domingo), el poder mediante la disciplina (lunes), la unidad (martes), la acción (miércoles), la intimidación (jueves), la agresión (viernes) y la escenificación (sábado). Son también una reflexión sobre el concepto de crisis, como se afirma en un pasaje del filme, cuando el profesor pregunta: “¿Qué estructuras sociales favorecen el surgimiento de una dictadura?”. Y los estudiantes responden: “Alto nivel de desempleo, injusticia social, inflación, decepción política, nacionalismo extremo”. Ante el experimento, la mayoría de los estudiantes se unen entusiasmados a La Ola, aunque también algunos —en realidad algunas— se dan cuenta de sus efectos nocivos y la combaten.
Poco después del estreno del filme, el programa Cine y debate de Educaixa nos propuso preparar una sesión orientada a alumnos de secundaria, Bachillerato y ciclos formativos. Tras una presentación sobre los movimientos juveniles del siglo XX y el visionado de la película, la sesión consiste en un cinefórum que anima a que los jóvenes saquen sus propias conclusiones. Los paralelismos con el auge del fascismo antes de la Segunda Guerra Mundial son evidentes: lo que en La Ola se precipita en una semana, entonces se fraguó a lo largo de una década: crisis de poder (crac del 29), el poder mediante la disciplina (Vandervögel), la unidad (JugendHitler), la acción (Olimpia), la intimidación (SS), la agresión (Noche de los Cristales Rotos) y la escenificación (Núremberg). Menos evidentes son los paralelismos con las dos últimas décadas: crisis de poder (crac de 2008), el poder mediante la disciplina (austeridad), la unidad (movimientos indignados), la acción (redes sociales), la intimidación (discursos del odio), la agresión (Washington, Brasilia, Torre Pacheco), y la escenificación (Trump, Milei, Quiles).
Cuando iniciamos los debates en Caixaforum por toda España en abril de 2010, la crisis apenas estaba empezando, y temíamos que lo planteado en la película quedase pronto obsoleto. Nuestra sorpresa ha sido que sucediese todo lo contrario: el interés que el filme despierta ha ido creciendo, y las similitudes con la realidad social se han hecho cada vez más patentes, a medida que se sucedían los recortes, el 15-M, el proceso catalán, el Brexit, el ascenso de la nueva extrema derecha, Trump, Bolsonaro, Bukele y Meloni. El próximo mes de enero llegaremos a 50 sesiones de La Ola. Durante los 15 años que llevamos realizándolas, el interés de profesores y alumnos por la temática de la película no ha cesado de aumentar, aunque las opiniones expresadas han ido modulándose. Si al principio la mayoría descartaba que pudiera repetirse algo parecido al nazismo, en los últimos años la opinión mayoritaria ha dado un vuelco, y cada vez más jóvenes lo ven factible, si bien se muestran críticos. Especialmente tras la pandemia, se constata la urgencia de abordar los dilemas que plantea el filme, para compensar los déficits de la educación democrática: la atracción por la autocracia, el miedo a la libertad, la banalidad del mal, la obediencia ciega, la violencia simbólica, la (des)memoria histórica, y sobre todo: ¿cómo evitar que se repita?
Coincidiendo con el 50º aniversario de la muerte de Franco, cuando diversas encuestas de opinión, como la del instituto 40dB. para EL PAÍS y la Cadena SER, muestran a una parte de la juventud fascinada por la dictadura, es necesario analizar el mar de fondo que se oculta tras el oleaje, que a veces puede confundirse con un tsunami. El reciente Informe Juventud en España 2024 (IJE) del Injuve muestra tendencias preocupantes en cuanto a polarización ideológica, brechas de género y actitudes intolerantes hacia la diferencia. Pero ello no debe interpretarse como si toda la juventud actual, ni siquiera quienes afirman ser de extrema derecha, se haya convertido al fascismo. Lo que los datos del IJE muestran es más bien un malestar juvenil, visibilizado tras la pandemia, que hunde sus raíces en una creciente desigualdad generacional, real o percibida, que algunos grupos ultras han sabido explotar en provecho propio.
La supuesta derechización de la juventud se conecta con otro tema estrella del debate reciente: la supuesta guerra de generaciones entre boomers y la generación Z. Los primeros —entre los que me encuentro— seríamos unos privilegiados que marginamos a los segundos —entre los que se encuentran mis hijos—. Como han señalado algunos autores, se trata de un dilema engañoso, pues enmascara un conflicto social como si fuera un conflicto generacional. Sin embargo, la mayoría de reacciones de la intelectualidad boomer han sido a la defensiva, sin reconocer que, pese a no ser la única causa de desigualdad, la edad y la generación se han convertido hoy en un factor interseccional de primer orden, aunque se combine con la clase, el género, el origen y el territorio. La crisis de la vivienda es el ejemplo más visible de ello: es algo transversal que afecta a toda una generación, aunque por supuesto la herencia marque diferencias.
Decía el recordado José Luis López Aranguren que la juventud retrata siempre, con trazos fuertes, a la sociedad global, a la que no le gusta verse así retratada. La atracción de un sector significativo de la juventud por la extrema derecha es un fenómeno global. Pero culpabilizar a los jóvenes de ello es desviar la mirada. El olvido de la izquierda y del Estado del bienestar hacia las nuevas generaciones, la renuncia de las políticas europeas a tenerlos en cuenta —todo para la next generation, pero sin la next generation— puede explicar que algunos jóvenes se sientan atraídos por soluciones fáciles y demagógicas, convenientemente manipuladas por los aprendices de brujo a través de las redes digitales. Pero ello no significa que sean fascistas ni mucho menos que dicha brecha no pueda revertirse. El éxito reciente de un alcalde norteamericano que ha sabido ganarse el apoyo de la juventud con propuestas realistas, y el activismo juvenil en países como Marruecos, Madagascar o Nepal muestran que al fascismo se le combate con argumentos y con políticas sociales que fomenten la cohesión intergeneracional.
Los tsunamis son siempre impredecibles, pero podemos aprender a surfear las olas. Para ello debemos estar atentos a las voces de las nuevas generaciones, como las que hemos escuchado en las 50 sesiones de La Ola. Ojalá no tengamos que llegar a las 100.
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