La guerra que debilita a Europa
Bélgica, que ha sufrido la guerra híbrida rusa, se plantó en el empleo de los fondos rusos congelados para no poner en riesgo a Euroclear


En el aeródromo militar de Kleine-Brogel, situado en territorio flamenco de Bélgica, hay una construcción subterránea donde se almacenan bombas nucleares. Es una herencia de la Guerra Fría. Dispone de un sistema de almacenamiento que posibilita, por una parte, no tener que ir a buscar las bombas fuera de las instalaciones y, al mismo tiempo, los aviones tampoco tienen que estar permanentemente cargados con el arsenal nuclear, lo cual permite alargar la conservación de los proyectiles. La clave son las bóvedas. Están integradas en el suelo de hormigón, exactamente debajo del lugar donde aparcan los aviones. Si fuese necesario reaccionar ante una escalada apocalíptica, las aeronaves se cargarían en pocos minutos y apenas se necesita personal para realizar dicha operación. No es el único espacio europeo donde la OTAN dispone de esta infraestructura bélica dotada de la máxima seguridad por si llegase la hora de enfrentarse a intentos de sabotaje o infiltración. El pasado 2 de noviembre, cuatro drones desconcertaron al sobrevolar el aeródromo. Esa misma noche la policía local de una zona industrial del país recibió llamadas alarmadas: 12 drones también estaban donde no debían. Pocos días después, el jefe del Ejército fue claro al dar una orden a sus soldados: disparen contra los drones.
La principal hipótesis oficial es que esta agresión constituye un frente de batalla de la guerra híbrida, alegal e ilegal, que Rusia mantiene contra Europa. Y aquí estamos. La Unión Europea, cautiva y desarmada entre la pinza de la humillante estrategia norteamericana actual y la tiránica ofensiva militar rusa, ha estado semanas preparando una respuesta potente que podría haber demostrado, por fin, una lectura realista de la inquietante geopolítica del presente posliberal. Mientras otros drones sobrevolaban aeropuertos civiles belgas, provocando cancelaciones de vuelos, y páginas webs del Ministerio de Defensa recibían ciberataques o la desinformación alimentada desde el Kremlin, técnicos comunitarios iban elaborando una compleja propuesta económica para mantener los préstamos a Ucrania y que el país pudiera seguir defendiéndose. Era una alternativa para evitar que ese dineral saliese de los presupuestos nacionales y comunitarios. Se trataba de responder a la lógica bélica impuesta por Moscú y actuar, por una vez, con los códigos tristemente vigentes del poder duro que se van imponiendo desde la invasión. Usar los activos estatales rusos congelados en entidades extranjeras desde que empezó la guerra de ocupación. Son 210.000 millones de euros inmovilizados.
En el distrito financiero de Bruselas está Euroclear, un actor financiero con tentáculos globales, en cuyo accionariado participa el Gobierno federal belga y que gestiona grandes transacciones con eficacia probada. Sus clientes son fondos de inversión, bancos y gobiernos, que allí depositan acciones, bonos y otros productos. En Euroclear están mucho más de la mitad de los fondos rusos congelados. Han generado unos intereses utilizados para financiar a Ucrania. Ahora se había buscado la fórmula legal para ir más allá y no cargar más al contribuyente nacional: proceder a la incautación de esos fondos del agresor para apoyar al invadido. Y no. Gatillazo en el Consejo. Bélgica, que ha sufrido la guerra híbrida rusa, se plantó para no poner en riesgo la entidad y porque sabe que la amenaza es real. No era solo la demanda presentada por el Banco de Rusia, no retirada ni con la marcha atrás. Las palabras del vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso han sido claras: “Rusia podría considerar esta medida como un casus belli con todas las implicaciones relevantes para Bruselas y los países individuales de la loca Unión Europea”. Cuando rige la ley del más fuerte, el más fuerte se impone. Y Europa, como pretenden sus enemigos y gracias a sus cómplices interiores, se debilita.
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