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Tribuna
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El sector social español está preparado

Tres factores han contribuido de manera decisiva a su crecimiento: innovación, colaboración y eficiencia

Hace quince años, tras la crisis financiera global de 2008, el sector social español se encontró metido, y de repente, en una tormenta perfecta: muchos menos recursos públicos y privados, y muchas más necesidades que atender. Aquello podía haber fracturado un tejido social que en España no era tan maduro como el de otros países de nuestro entorno, y sin embargo, sucedió todo lo contrario: hoy es más fuerte, está más cohesionado y es más sostenible que hace quince años.

El tercer sector de acción social emplea hoy a 600.000 personas, un 15% más que entonces, y realiza un 11% más de acciones directas al año; sus ingresos propios han crecido del 15% al 30%, depende del sector público un 12% menos y se ha duplicado el número de voluntarios hasta los 1,5 millones —más de cuatro millones si consideramos todo el tercer sector—. Ha sido además un sector anticíclico: entre 2008 y 2013 su peso relativo en el empleo creció un 50% y en el del PIB pasó del 1,2 al 1,6%. Ahora estos dos indicadores, tras un período de crecimiento económico, han vuelto a valores de 2008.

¿Cómo ha sido posible esta evolución? Nuestra experiencia acompañando a las más de 450 organizaciones de Talento Solidario, el programa que pusimos en marcha desde la Fundación Botín hace 15 años precisamente para contribuir al fortalecimiento de nuestro sector social, nos muestra que los tres factores más decisivos han sido innovación, colaboración y eficiencia.

Innovación en objetivos, que se han adaptado a nuevas realidades sociales, y sobre todo en formas de actuar, buscando nuevas estrategias y herramientas para responder mejor a las necesidades de los beneficiarios; una búsqueda que ha sido especialmente exitosa cuando se ha hecho colaborando con otros. Algo que, en línea con la idea ya plenamente asentada de que “la colaboración es la nueva innovación”, nos lleva al segundo factor.

Hace veinte años las entidades sociales apenas colaboraban entre sí, y ni siquiera tenían herramientas jurídicas para hacerlo; de lo que sí disponían, paradójicamente, empresas con ánimo de lucro que compiten entre sí. Hoy, la cultura de la colaboración está tan instalada en el día a día, tanto entre las propias ONG como con empresas y administraciones públicas, y es tan intensa y profunda, que incluso podríamos empezar a cuestionar la utilidad del esquema de “sectores” —público, privado y social— para describir una realidad cada vez más híbrida, en la que los límites se difuminan y lo que importa es el impacto final. Y así, los dos primeros factores, innovación y colaboración, finalmente llevan al tercero, la eficiencia.

Ya se sabe que el hambre agudiza el ingenio. Pues bien, por necesidad en ocasiones, y siempre por convencimiento, en estos años el sector ha alcanzado un encomiable grado de profesionalización y eficiencia. Podemos decirlo porque hoy ya se puede medir con precisión el impacto social de lo que hace, evaluar los resultados y optimizar cada euro invertido. La evaluación y rendición de cuentas, algo que hace quince años era casi anecdótico, es ya parte estructural de la gestión de las instituciones del sector social: saber cuándo un proyecto funciona, cuándo debe reorientarse o incluso cerrarse, y dónde conviene invertir más o menos. ¿Y por qué es importante para España contar con un sector social fuerte? Porque las más de 28.000 organizaciones que lo forman cumplen una función esencial, que ni el Estado ni la empresa privada pueden asumir por completo: acompañar e integrar a quienes quedan al margen del progreso económico y social. Pero también, y de un modo muy especial, porque el tercer sector puede y debe desempeñar un papel decisivo en un momento de creciente polarización, ayudando a reconstruir la cohesión social y creando espacios de encuentro. Esa labor de reconstrucción tendrá que ser, por supuesto, colectiva, pero por sus características específicas —por definición, solo les mueve la filantropía y solo buscan el bien común— las fundaciones y ONG están especialmente preparadas para tender puentes y jugar un papel destacado en ese proceso.

Para que sea posible, las instituciones del tercer sector deben seguir trabajando a largo plazo, innovando, colaborando y mejorando la eficiencia de su acción social, para no perder de vista a quienes les dan sentido, sus beneficiarios. Y también, comunicando y explicando con claridad cómo contribuyen, con su actividad, a la prosperidad general de nuestro país, consiguiendo así que el resto de sectores y la ciudadanía en general confíen en ellos, para seguir avanzando juntos.

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