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Tribuna
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China en Europa: inversión sí, colonialismo no

No hay motivos para pensar que Pekín pueda negarse a que la Unión Europea le imponga condiciones razonables

Ramón Pacheco Pardo

Fábricas de coches y baterías eléctricas, puertos o fusiones y adquisiciones de empresas europeas. Estas son algunas de las grandes inversiones chinas en Europa estos últimos años. Y es lógico, pues la economía y empresas chinas llevan tiempo internacionalizándose. Tras África, Latinoamérica o el Sudeste asiático, le ha llegado el turno a Europa. Incluyendo España, toda vez que CATL va a construir una fábrica de baterías eléctricas en Aragón.

La inversión china ha de ser bienvenida, pues genera actividad económica y cientos, cuando no miles, de puestos de trabajo. No obstante, Europa ha de evitar el colonialismo económico del que cada vez un mayor número de líderes políticos, empresarios y trabajadores de otros países con mayor experiencia en recibir inversión china llevan tiempo avisando, cada vez de manera más abierta.

En este sentido, las inversiones de otros países asiáticos marcan la hoja de ruta a seguir. Distintas empresas coreanas, japonesas y taiwanesas llevan décadas montando fábricas y apoyando la construcción de infraestructuras en distintos países europeos. Y su modelo beneficia tanto a las empresas inversoras como a los países receptores de la inversión.

Tomemos el caso de Corea del Sur, el mayor inversor asiático en Europa estos últimos años. Empresas como Hyundai y Samsung han abierto fábricas en los países del Grupo de Visegrado (República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia), creando decenas de miles de empleos de calidad en la región, estableciendo relaciones a largo plazo con proveedores locales y creando las condiciones para que otras empresas surcoreanas también se establezcan en la región, lo que redunda en un aún mayor beneficio económico. Este es el modelo que las compañías de baterías eléctricas Hyundai Mobis y Lotte Energy van a seguir en España. Es el modelo que la taiwanesa TSMC va a implantar en Alemania, o que las japonesas Nissan y Toyota siguieron en el Reino Unido antes de que el Brexit desbaratase sus inversiones.

Las empresas chinas, sin embargo, tienden a seguir otro modelo menos favorable para el país receptor de la inversión. Suelen enviar muchísimos más trabajadores de los estrictamente necesarios para montar una fábrica o para asegurar que haya una buena comunicación entre la sucursal y la matriz. Y tienden a enviar los componentes desde China, en lugar de llegar a acuerdos con proveedores locales. De hecho, CATL va a enviar unos 2.000 trabajadores a Aragón, cuando BYD solo envió 1.000 a Hungría para montar y llevar su fábrica de coches eléctricos. Esto lleva a pensar que los beneficios económicos para la región no van a ser similares a los que otras empresas asiáticas han traído a Europa.

Un ministro de un gobierno del Grupo de Visegrado me lo puso de esta manera hace unos meses. Las empresas coreanas y japoneses prometen una inversión determinada y la creación de un determinado número de puestos de trabajo, y cumplen. Las empresas chinas prometen el doble que sus homólogas asiáticas, y al final nos llega la mitad comparado con dichas homólogas.

Los gobiernos de la Unión Europea, así como el de los países europeos incluyendo España, están ante una ocasión única para crear una situación más favorable para sus intereses. Las empresas chinas en los campos más avanzados, tal y como las energías renovables o los automóviles y las baterías eléctricas, necesitan el mercado europeo para competir a escala global. Sobre todo, una vez que el otro gran mercado, Estados Unidos, está cerrando sus puertas a las empresas chinas.

De hecho, hay un debate abierto en el seno de la Unión Europea acerca de si permitir la inversión china en ciertos sectores estratégicos y, si es el caso, cómo evitar el colonialismo que otros continentes dicen sufrir. Sería difícil que Bruselas, o Madrid si fuera el caso, obligase a las empresas chinas a formar consorcios con empresas locales y a exigir la transferencia de tecnologías a cambio de la oportunidad de abrir fábricas en suelo europeo. No hay que olvidar que esta es la política que siguió el gobierno chino con los inversores de países desarrollados, incluyendo europeos, que se establecieron en China a principios de este siglo. Aunque hay que decir que hay voces en las instituciones europeas que están pidiendo justamente este tipo de reciprocidad.

Sin embargo, los gobiernos nacionales, por voluntad propia o a petición de la Comisión, podrían limitar el número de visados para trabajadores chinos. También pueden subir los aranceles a los componentes importados desde China a niveles que obliguen a empresas chinas a trabajar con proveedores locales. Y, en ciertas industrias estratégicas, también pueden obligar a que las empresas chinas cubran el coste de formar a trabajadores europeos en ciertos sectores.

Por poner un ejemplo, el gobierno de la República Checa ha llegado a un acuerdo para que KHNP, la empresa estatal coreana, construya dos reactores nucleares en su país. A cambio, KHNP va a tener que crear un consorcio con empresas checas y va a tener que apoyar la formación de una nueva generación de ingenieros nucleares checos. KHNP ha aceptado estas condiciones. No hay razón alguna para pensar que Europa no tenga la fuerza suficiente para obligar a las empresas chinas a firmar acuerdos similares. Entonces sí que estaremos hablando de una inversión china realmente beneficiosa para Europa, y por ende para España.

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