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Columna
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Cuando los hijos perturban a los padres egoístas

Ante un debate político cada vez más tuerto, ‘Los domingos’, la película de Alauda Ruiz de Azúa, nos fuerza a echar el freno y a pensar en lo que importa de verdad

Sergio del Molino

Salimos del cine mudos, con una conmoción que hacía mucho que no sentíamos con una película. Cuando recuperamos el habla, mi mujer y yo coincidimos en que acabábamos de ver una película de terror. Veíamos en la protagonista a nuestro propio hijo, y en la familia, la impotencia de perderlo por un arrebato de fe o un misterio más fuerte que nuestra persuasión y nuestras armas de adultos. Pero Cris, mi esposa, me advirtió: los creyentes católicos verán lo contrario; muchos dirán que es un retrato hermoso de la vocación religiosa. Ambos somos ateos, pero yo no he recibido educación católica y crecí en una casa de anticlericalismo subido, y ella fue a un colegio religioso y creció en una casa católica con muchas tías monjas. Se conoce el paño: los primeros espectadores creyentes, como el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, le han dado la razón. Para ellos, Los domingos es una bella película sobre la fe.

Ateos y creyentes planteamos visiones tan opuestas porque Alauda Ruíz de Azúa tiene un talento descomunal para narrar. Complica el punto de vista, destruye el maniqueísmo y coloca al espectador ante los dilemas crudos, sin salvavidas ni orejeras. Los domingos no solo es una de las mejores cosas que le han pasado a un cine español, sino que demuestra que el arte ambicioso sigue interpelándonos e incomodándonos. Ante un debate político cada vez más infantil, gritón, coyuntural, partidista, tuerto e hipócrita, Ruiz de Azúa nos fuerza a echar el freno y a pensar en lo que importa de verdad.

Caben muchas miradas en este panóptico, pero interpretar Los domingos como una expresión más de lo que Diego S. Garrocho llama el “giro católico” —junto a la portada del disco de Rosalía y alguna que otra novela política sobre el deseo teórico y falto de compromiso de ser monja— supondría invertir los términos: Ruiz de Azúa no recoge un debate latente para hacerlo explícito en su cine, sino que crea el debate de la nada. Nos fuerza a pensar en asuntos que no estaban en la mesa.

Yo no veo aquí a las víctimas de una sociedad secular en busca de un suelo religioso que otorgue sentido a sus vidas. Veo el desamparo de una adolescente cuya complejidad perturba a un padre incapaz y egoísta, y en ese padre veo el encogimiento de hombros de la sociedad entera, envilecida de comodidad y autocomplacencia. Veo el narcisismo infantil de unos adultos que dejan que sus hijos ardan sin inmutarse. Esto es para mí más relevante que la llamada de Dios. Pero yo de Dios nunca esperé nada. De mis padres, sí.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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