Cómo arreglar los problemas del periodismo
Deberían ser los políticos los que hicieran las preguntas a los informadores. Puede parecer excéntrico, pero hay argumentos de sobra


Cuando las cosas no funcionan, es preciso cambiarlas. Una definición de la locura es repetir los mismos actos y esperar un resultado diferente (por lo visto, es una frase falsamente atribuida a Einstein; en el caso de la afirmación “la educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela”, que aparece en un anuncio del Ministerio de Educación, lo que sin duda es fake es el ministerio). Hace tiempo que las ruedas de prensa dejaron de ser útiles en política. Hay problemas con el reparto de preguntas, los periodistas rara vez plantean las cuestiones adecuadas y los políticos responden hablando de otra cosa. Con desalentadora frecuencia, solo dicen algo pertinente cuando cometen un lapsus: es lo que le sucede a Yolanda Díaz. Las entrevistas tampoco resultan satisfactorias. Enfrentarse al típico periodista impertinente es desagradable y no hemos venido aquí a sufrir: bastantes problemas tenemos como para llevarnos más disgustos. Por eso, cada vez es más común que los políticos prefieran que solo los entrevisten medios ideológicamente cercanos. Es una forma de evitar la polarización. Ha habido otros intentos meritorios, como filtrar las preguntas o pactarlas, para evitar esos momentos desagradables que no benefician a nadie. Pero necesitamos un cambio de modelo.
Deberían ser los políticos los que hicieran las preguntas a los periodistas. Puede parecer excéntrico, pero hay argumentos de sobra. Con lo difícil que es legislar en España, entre tanta fragmentación y coaliciones imposibles, los políticos se tienen que dedicar a algo que produzca resultados y no resulte frustrante y dañino para su salud mental. Además, la principal obsesión de muchos de ellos es la comunicación y no hay que desaprovechar su expertise. Algunos, como el ministro de Transportes, tienen asesores que contabilizan las críticas que reciben, una tarea probablemente menos ambiciosa que enumerar los trenes que llegan con retraso. Es decir: ya hay políticos y asesores con práctica en la exégesis, glosa y ataque a los medios, y ya hay recursos públicos dedicados a esa valiosa tarea. Además, si los periodistas tienen las ideas tan claras de por qué algunas cosas están mal, que propongan soluciones. Es muy fácil poner pegas sin aportar nada. Qué se han creído, con ese desparpajo, y qué méritos han hecho para importunar a un político. No hay que olvidar que a los periodistas no les ha votado nadie, mientras que los políticos nos representan a todos. A ellos ―es decir, a nosotros― les corresponde la tarea de fiscalizarlos.
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