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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Macron vuelve a fracasar

La inesperada dimisión de Sébastien Lecornu como primer ministro demuestra que el modelo del presidente francés está agotado

El País

Menos de un mes —27 días, para ser exactos— es lo que ha durado el Gobierno del primer ministro francés, Sébastien Lecornu, el más efímero de la historia de la V República. El político macronista, de 39 años, dimitió el lunes, por sorpresa y solo un día después de desvelar parte de los nombres que compondrían su Ejecutivo. Su caída la precipitó la falta de respaldo de la derecha clásica, encarnada por Los Republicanos y liderada por el muy conservador ministro del Interior, Bruno Retailleau, que amenazó con abandonar el equipo gubernamental en ciernes por considerarlo demasiado afín a Emmanuel Macron.

Si no quedaba duda de que el presidente francés sumió al país en una profunda crisis institucional al decretar la disolución del Parlamento en junio de 2024, ya no parece exagerado afirmar que su temeraria decisión aboca hoy a Francia a una crisis de régimen de difícil resolución en una Asamblea Nacional más fragmentada que nunca. En tan solo tres años, cinco primeros ministros se han sucedido en Matignon, una inestabilidad no solo inédita sino también preocupante tratándose de la segunda economía de la UE y cuya solidez es clave para el proyecto europeo en el actual contexto geopolítico mundial.

Pese a alcanzar niveles récord de impopularidad y a sufrir un serio revés en las últimas legislativas —que ganó la coalición de izquierdas—, Macron se empecinó en nombrar una vez más a un primer ministro proveniente de sus filas. Una apuesta por el continuismo que prefiguraba el fracaso de Lecornu, que recibió desde el Elíseo el encargo de aprobar unos Presupuestos austeros para contener la colosal deuda de un país que además atraviesa una profunda crisis social, con la mayor desigualdad jamás registrada entre ricos y pobres.

Visto el efecto del rechazo de Sébastien Lecornu a tomar en consideración las demandas con las que el Partido Socialista condicionaba su apoyo al Gobierno en ciernes —reabrir el debate de la reforma de las pensiones o llevar a cabo una reforma fiscal para gravar las grandes fortunas—, otra negativa de Macron a aceptar un primer ministro propuesto desde las filas de la izquierda sería una apuesta por la inestabilidad. Hace un año rechazó a la alta funcionaria independiente Lucie Castets, pero el argumento esgrimido por los macronistas sobre la ausencia de una mayoría parlamentaria de izquierdas ya no se sostiene: ningún bloque es mayoritario en la Asamblea, y la tradición señala que el presidente nombra a alguien surgido desde el primer grupo parlamentario. Por su parte, la coalición de izquierdas, profundamente dividida en los últimos meses, deberá ser capaz de volver a unirse si aspira a gobernar.

En ese contexto, no es de extrañar que esta crisis de régimen beneficie al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. La líder del RN reclama la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones legislativas consciente de que la dinámica electoral favorece de facto a la formación ultra, cuyo presidente, Jordan Bardella, figura como favorito en las encuestas.

Emmanuel Macron, más aislado que nunca, se enfrenta a un dilema de difícil solución: persistir en su línea aunque esta agudice la inestabilidad y, de paso, la división entre la ciudadanía y la clase política o admitir por fin el resultado de las elecciones que él mismo convocó y reconocer que la izquierda tiene legitimidad para, al menos, intentar gobernar. La tercera vía pasa por disolver de nuevo el Parlamento, con el riesgo de reforzar a RN y de encontrarse en la Asamblea Nacional con la misma situación de bloqueo. Una opción por la que podría decantarse tras dar ayer 48 horas al dimisionario Lecornu para que intente negociaciones de última hora con el resto de los partidos y declarar que, en caso de fracaso, asumirá sus responsabilidades.

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