Hamás apuesta por el sí, pero no
El plan de Trump y Netanyahu permite a la milicia islámica soñar con la posibilidad de introducir algún retoque que le sirva para salvar la cara o, al menos, para ganar algo de tiempo

Contando con la situación militar sobre el terreno y situados en el marco político definido por la propuesta de Trump para Gaza, claramente sesgada a favor de Israel, ¿cabía esperar algo distinto a su aparente aceptación por parte de Hamás?
Hoy Israel tiene tres divisiones desplegadas en orden de combate en Gaza encargadas de reducir a escombros no solo su capital, sino también de debilitar hasta el extremo a un Movimiento de Resistencia Islámica que ha perdido el control de la práctica totalidad del territorio y apenas logra mantener en pie algunos reductos en los que previsiblemente están las 48 personas (entre vivos y muertos) que capturó hace ya dos años. Si hubiera anunciado su rechazo frontal a la propuesta estadounidense —que se entiende mejor como un ultimátum de rendición total— ya sabía, por boca de Donald Trump, que Benjamín Netanyahu “abriría definitivamente las puertas del infierno”, desencadenando una ofensiva final que habría supuesto la matanza de todos los civiles que siguen en la ciudad (declarados terroristas por Tel Aviv), la ruina de los iluminados sueños de la milicia islamista por muchos años y, encima, la liberación de esas personas (perdiendo así la única baza real de negociación de Hamás tiene en sus manos y regalando a Netanyahu un preciado botín en clave electoral).
Visto así, el “sí, pero no” anunciado por Hamás aparecía como la opción menos mala para un actor descabezado políticamente, debilitado militarmente y con muy limitados apoyos tanto entre los palestinos como entre los gobiernos árabes. Hamás es sobradamente consciente de que el plan en su redacción actual —muy mediatizada ya no solo por sus redactores iniciales, con Tony Blair y Jared Kushner a la cabeza, sino también por el propio Netanyahu— el margen de maniobra que le deja para sacar algo positivo de su equivocada apuesta violenta es mínimo. Pero, en todo caso, le permite soñar con la posibilidad de introducir algún retoque que le sirva para salvar la cara o, al menos, para ganar algo de tiempo.
Eso explica su decisión, con un doble propósito. Por un lado, pretende que Trump impida a Netanyahu completar la tarea asesina en la que está empeñado, forzándole a rebajar el nivel de los ataques y abriendo un periodo de negociación en el que, a diferencia de lo ocurrido con el plan estadounidense, su voz también sea al menos escuchada. Por otro, busca precisamente tener la oportunidad de replantear algunos de los puntos más relevantes de dicho plan, tanto en términos de calendario como de garantías de seguridad.
Tal como está redactado el plan es inmediato comprobar que el único plazo temporal establecido con precisión en sus 20 puntos es el de la liberación en las siguientes 72 horas de esas 48 personas. Todo lo demás, y de manera especial en todo aquello a lo que teóricamente se compromete Israel —como la retirada de sus fuerzas de la Franja y la entrada de la ayuda humanitaria—, queda sumido en una nebulosa que le deja las manos completamente libres a Netanyahu para no solo incumplir o dilatar a su gusto su parte del trato, sino para reemprender los ataques cuando lo considere oportuno. Y Netanyahu ya ha dado sobradas muestras de que la prolongación del genocidio en Gaza y de la anexión en Cisjordania (que ni siquiera es mencionada en la propuesta) es su método preferido para mantenerse en el cargo de primer ministro, blindado ante la acción de la justicia.
En realidad, no es nada nuevo que Hamás ofrezca la liberación de quienes retiene injustamente. De hecho, ya lo ha planteado en reiteradas ocasiones, a cambio de un cese total de hostilidades, la completa retirada militar israelí y la entrada de ayuda humanitaria. Y en todos los casos ha sido Netanyahu, consciente de que si acepta algo así sus iluminados socios de gobierno romperán la coalición gubernamental y abocarán al país a unas elecciones anticipadas que pueden suponer el fin de su carrera política y hasta su entrada en la cárcel, el que sistemáticamente la ha rechazado, demostrando de paso que la liberación de sus conciudadanos nunca ha sido su prioridad. Un Netanyahu que, por si quedara alguna duda sobre sus verdaderas intenciones, no solo ha dejado claro que no aceptará nunca la existencia de un verdadero Estado palestino, sino que, incluso tras el anuncio de Trump, volvió a insistir en que las fuerzas israelíes seguirán desplegadas en Gaza por tiempo indefinido.
De todo ello se deduce que lo más probable es que la pantomima continúe por un tiempo, con Trump haciendo que fuerza a Netanyahu más allá de sus límites, al tiempo que las fuerzas israelíes seguirán masacrando a los palestinos a su antojo, introduciendo apenas algún matiz en el texto de un hipotético acuerdo que, por desgracia, ni servirá como garantía plena de que sus firmantes cumplan lo acordado ni traerá la paz a la Palestina histórica. Nada ni nadie parece en condiciones de evitar que todo acabe en un vano sueño para Hamás, en un genocidio para los palestinos y en una ignominia planetaria para los israelíes.
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