Seriedad con la inmigración
El PP pretende presentarse como una tercera vía en la cuestión migratoria con obviedades y generalizaciones


Uno de cada cinco españoles (el 20,7%) cita la inmigración entre los tres principales problemas del país, pero solo uno de cada diez (el 9,7%) la considera entre las tres cuestiones que más le afectan personalmente, según el CIS. Hace siete años, esos porcentajes eran el 15,7% y el 5,5%, respectivamente. La inmigración es una realidad que hay que gestionar. Convertirlo en un “problema” que hay que resolver es una forma de simplificar una cuestión compleja y permitir que el extremismo secuestre el debate con “soluciones” falaces. En toda Europa, el centroderecha ha caído en esa trampa y endurecido progresivamente su discurso. El PP trae ahora esa tendencia a España.
Alberto Núñez Feijóo reunió el fin de semana en Murcia a los líderes territoriales del PP para solemnizar un enfoque supuestamente más restrictivo de la inmigración, sin otro motivo que el crecimiento de Vox en las encuestas ni otra razón de ser que los votos. Pese a la escenificación, el PP no presentó ninguna novedad respecto a la ponencia de su congreso del pasado julio. La única idea novedosa, el llamado “visado por puntos”, ni siquiera figura en la declaración de 15 páginas resultado de la cita.
Esperemos de un partido que aspira a gobernar España una rápida y mayor concreción de las vaguedades de la propuesta, como que se primará a “quien conoce mejor nuestra cultura y tiene mayor capacidad de integración”. Si se refiere a favorecer la inmigración latinoamericana, ya sucede de forma natural: los latinoamericanos son el 48% de los extranjeros residentes en España, muy por encima de cualquier otro grupo. La declaración se completa con obviedades como vincular determinados permisos migratorios a un contrato de trabajo previo o pedir el compromiso de los países de origen de “poner orden” en la migración. Esa ya es la política de España, y la de la UE.
Todos los países desarrollados tienen en la inmigración un reto de futuro, que en buena medida vendrá determinado por las respuestas que sepan darle. Ninguno ha encontrado una “solución global” y definitiva, prueba de que no la hay.
El líder del PP debería ser consciente de los riesgos que tiene situar la inmigración en el centro del debate político y transmitir a la sociedad la sensación de que es un fenómeno descontrolado que necesita firmeza. La inmigración irregular es mínima con respecto a quienes llegan de forma legal (este año incluso ha bajado un 31% hasta el 15 de septiembre respecto a 2024). Ese riesgo crece si las propuestas se envuelven en indefiniciones de aroma xenófobo como el “marco común de valores”, obviedades como que los residentes en España deben cumplir las leyes (como los españoles, como los turistas) o simplificaciones que ningún dato avala, como vincular inmigración a delincuencia o al cobro irregular de ayudas sociales. El PP está preso de la imprecisión en su política migratoria y del marco al que Vox quiere llevar el debate. Ahora parece querer situarse en un supuesto centro entre el Gobierno y la ultraderecha (ni “que entre quien quiera” ni “echarlos a todos”, en palabras de Feijóo) por la vía de criticar a unos y a otros, pero no con propuestas realistas.
España y Europa necesitan inmigración. Su gestión, la integración en las sociedades de acogida y el respeto a los derechos de los recién llegados plantean múltiples y complejos desafíos ante los que tampoco la izquierda ha sabido responder, porque no hay una respuesta integral y definitiva. Al primer partido de España hay que exigirle más seriedad y menos populismo.
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