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Columna
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Violencia en las palabras

Hemos asumido que el asesinato de Charlie Kirk define la actual violencia política, en una prueba más de nuestra existencia como pueblo colonizado

Elvira Lindo

En una prueba más de nuestra existencia como pueblo colonizado por el Imperio, hemos asumido que el atentado que define el actual concepto de violencia política es el que se perpetró contra el activista Charlie Kirk. Primera aceptación acrítica, la de denominarlo activista “conservador”, no ultra. El asesino en cuestión, un joven de 22 años, no ha satisfecho los requisitos que anhelaba el movimiento MAGA: más que un peligroso izquierdista, Tyler Robinson es claramente hijo de un país que entiende la defensa individual como derecho legítimo y natural de su libertad, aunque ese espíritu defensivo no responda a amenazas reales sino a los delirios que actualmente propaga la secta trumpista. Nos han convencido de que este es el atentado al que debemos prestar atención, y expresar no solo la condena sino el consabido discurso emocionado sobre lo importante que es el uso de la palabra en el debate democrático. Gracias. Prohibido insinuar que el catecismo de Kirk promovía las bases de una violencia desatada.

En cambio, consiguieron que el tiroteo que se produjo a principios de verano en Atlanta contra el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, en el que murió un agente de policía y aterrorizó a cientos de trabajadores, no provocara discursos encendidos. El presidente Trump no tuvo a bien dedicar unas palabras de consuelo para las víctimas. La razón de semejante desprecio es política. El grotesco Robert F. Kennedy, secretario de Salud, lleva desde su llegada esquilmando los fondos de una institución esencial en la sanidad estadounidense y alentando ideas conspiranoicas que calan en mentes como la de un joven que, creyendo que la vacuna del covid lo había enfermado, descargó más de cuarenta balas contra el edificio. Si no se utilizó políticamente este ataque “terrorista” fue porque desde hacía meses, sin violencia física sino verbal, los investigadores sufrían la amenaza lacerante del Estado de reducir la plantilla a la mitad. La carta de Elon Musk señalándoles la puerta de salida fue el primer aviso. El tiroteo se produjo contra personas que estaban siendo despreciadas desde que Trump se sentara en el trono.

Tampoco provocó tanto golpe de pecho el atentado contra dos congresistas demócratas de Minnesota a la puerta de sus casas. En este episodio de violencia política, el criminal era un padre de familia que llevaba en el coche una larga lista de políticos demócratas proclives a ser objetivos de sus balas; por fortuna, se libraron de la muerte porque al perpetrador le echaron el lazo enseguida. En 2022, un hombre armado con un martillo irrumpió en el domicilio de Nancy Pelosi y golpeó a su marido en la cabeza. El ataque se intentó embarullar insinuando desde los medios ultras que se trataba de un ajuste de cuentas gay entre la víctima y el agresor. Era el segundo intento de agresión contra la presidenta de la Cámara de Representantes, del primero se libró cuando los salvajes asaltaron el Capitolio.

Siendo innumerables las agresiones con desenlaces fatales, incluidas aquellas en las que mueren niños (aunque para los veneradores de la Segunda Enmienda como Kirk son víctimas colaterales), el universo trumpista nos ha convencido de que es el asesinato de su activista el que define nuestro tiempo. No conformes con que se condenara el asesinato, exigen su validación como mártir y la represión de cualquier comentario que relacione la defensa frenética de las armas con el haber caído en combate en nombre de la libertad. Se pide compasión para el mártir, aunque de sobra sabemos que quien va a necesitarla son los adversarios de Trump; Kirk es la excusa perfecta para acelerar la represión. Y esto llega a Españita, donde no solo Vox lo saca bajo palio, sino que la derecha asume al ultra como uno de los suyos y trata de callar la boca a quienes afirmamos algo tan básico como que las palabras pueden ser la base intelectual de la violencia. Siempre ha sido así.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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