Ante la destrucción de Palestina
Son las protestas ciudadanas y la indignación frente la barbarie las que han hecho moverse a los gobiernos


La barbarie cometida por Israel en Gaza ha entrado en una fase de carrera contra el reloj. Tras el fin del cruel ultimátum de evacuación en 48 horas lanzado contra el medio millón de personas que aún quedan hacinadas en la playa de Ciudad de Gaza, el ejército de Benjamín Netanyahu se dispone a ocupar las últimas hectáreas de la Franja con “una fuerza sin precedentes”. La expresión carece de significado después de 23 meses de bombardeos diarios y una hambruna provocada que han matado a más de 65.000 personas. En la práctica, se traduce en decenas sobre decenas de muertos al día, un puro ejercicio de tiro al blanco contra una población que no tiene dónde resguardarse o adónde huir, una masacre sin ningún sentido militar y cuestionada por la propia cúpula castrense.
La intensificación de la ofensiva sobre lo que queda de Gaza se completa con el permiso para redoblar el hostigamiento a los palestinos en Cisjordania y la construcción de grandes asentamientos para dividir el territorio. Las palabras de Netanyahu deben ser tomadas en sentido literal: “No habrá un Estado palestino”. Perseguido por la justicia de Israel y por la internacional, Netanyahu no ha cumplido ninguno de los objetivos que prometió. Esto hace mucho que dejó de ser una represalia militar por el pogromo del 7 de octubre o una guerra contra Hamás. Los muertos en Gaza no son víctimas colaterales, sino la diana de un plan de destrucción sistemática y gradual.
Hay una correlación directa entre la aceleración de los planes para hacer inviable la vida humana cuanto antes en Gaza y la rapidez con la que está cuajando un consenso internacional, inaudito hace solo unos meses, para reconocer al Estado palestino como medida de presión para que cese la matanza. Lo que empezó en mayo de 2024 con una iniciativa liderada por España, Irlanda, Noruega y Eslovenia es hoy una ola diplomática. En vísperas de la Asamblea General de la ONU, que comienza este martes, Francia lidera un plan de reconocimiento que apoyan Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal, entre otros, coordinado con un plan árabe para garantizar una Franja sin Hamás.
La tensión alrededor de esta cuestión demuestra que es una vía acertada. Estados Unidos ha negado el visado a los representantes palestinos para participar en la Asamblea, incumpliendo sus compromisos como anfitrión. 145 países han votado a favor de esa participación y han dejado a Washington en evidencia. Lo único que separa hoy a Israel de la condición de Estado paria, al nivel de la Sudáfrica del apartheid, es el apoyo de Estados Unidos y la prudencia que ese apoyo impone en el resto de la comunidad internacional.
No se habría llegado a este punto, que rompe uno de los consensos más férreos de Occidente como es el respaldo inquebrantable a Israel, si no fuera porque la sociedad se lo ha exigido a la política. Hace muchos meses que Israel dilapidó la ola de solidaridad recibida tras el horror del 7 de octubre. Es la movilización ciudadana y la contundencia de las encuestas lo que ha hecho moverse a los gobiernos, aunque sea con gestos diplomáticos que a estas alturas resultan muy insuficientes si no van acompañados de medidas contra el Gobierno de Israel.
Esas medidas pueden y deben ser debatidas. Nunca se debe bajar la guardia ante el aroma de antisemitismo que transpiran las generalizaciones maximalistas. Pero no se puede cuestionar la consideración como sociedad que nos merece el espanto de lo que sucede en Gaza. El nombre jurídico que se le ponga es irrelevante. Los líderes políticos que tratan de relativizar las acciones de Israel, como una polémica más en la que ganar titulares a base de confrontación, están relativizando crímenes indecibles. Lo hacen justo cuando el mundo entero, por fin, está mirando.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.