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Columna
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El óvalo dorado

Descubrir la perfección en las cosas sencillas puede demostrar a los más escépticos que merece la pena vivir

Huevos fritos
Juan José Millás

Hay gente que no se sabe suicidar como hay gente que no sabe freírse un huevo, a veces ni una cosa ni la otra. Es lo que le ocurre al individuo que desayuna dos mesas más allá de la mía, en un hotel de cuatro estrellas de Valencia. Los hoteles de cuatro estrellas pueden ser muy buenos o muy malos. Este es de los muy buenos. El hombre ha fracasado mucho friendo huevos. De ahí que observe con asombro el que le acaban de servir en el bufé, donde un cocinero con gorro de cocinero de película te fríe los huevos (por favor, no hagan chistes) al instante y al gusto. El suicida torpe casi no se atreve a introducir el pan en el coágulo de ámbar engastado en plata formado por la yema y la clara. Da pena quebrar la finísima película que es preciso atravesar para alcanzar el néctar, destrozando esta obra de orfebrería orgánica.

Finalmente, hunde en el coágulo de ámbar el biscote que enseguida se lleva a la boca como si estuviera comulgando. “Si supiera suicidarme”, piensa, “con la perfección de este huevo frito, me suicidaría ahora mismo, ahora mismo me volaría la cabeza”. El hombre ha llegado a la ciudad por razones de trabajo (de un trabajo que se ha inventado) con una muda, un pijama y una caja de ansiolíticos para suicidarse en el hotel, porque le parecía de mal gusto hacerlo en casa. Calcula que bastarán cincuenta pastillas de un miligramo. Ya lo intentó otra vez (solo él lo sabe), en este mismo establecimiento, y sigue vivo porque se quedó dormido a la altura de la pastilla séptima (se las tomaba despacio, tonteando: esta por mamá; esta, por papá, etc.). Durmió día y medio y al despertarse se sentía tan descansado, que se alegró un poco de no haberse sabido suicidar.

Ahora está acabando el huevo frito, tras el que se bebe el café dándole gracias a Dios por este regalo insuperable. Luego se dirige a su habitación para suicidarse, pero en el ascensor decide que primero aprenderá a freírse un huevo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
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