Un socialista llamado Trump
El presidente de EE UU ha tomado la decisión más sensata convirtiendo las ayudas estatales a Intel en una participación accionarial


Hubo precedente, cuando dijo que TikTok tenía que vender su división estadounidense bajo la premisa de ser una amenaza para la seguridad nacional. Una ventana de oportunidad que todavía no se ha cerrado para socializar las plataformas digitales en Europa, aunque Trump haya cambiado de opinión. Él sospechaba que China podría usar la plataforma para espiar y manipular a los ciudadanos estadounidenses. Nosotros sabemos que lo hacen desde 2013. Ahora el Gobierno estadounidense ha convertido uno de los subsidios de la ley de Chips en una participación accionarial de un 9,9% de Intel, a través de un acuerdo que incluye una opción de compra adicional del 5% en los próximos cinco años. El senador Rand Paul le ha acusado de socialismo, y Bernie Sanders le ha dado la razón.
Está todo bien hecho. Hasta hace bien poco, Intel era el principal fabricante de procesadores del planeta. Cuando todo el mundo metió por primera vez un ordenador en su casa, sólo había dos opciones: todos los PC llevaban chips de Intel (Pentium, y después Core) mientras que sólo Apple usaba PowerPCs. La cumbre de su prestigio y popularidad llegó en 2005, cuando Steve Jobs anunció que Apple se pasaba a Intel porque los PowerPC no tenían suficiente power. Lección número uno del manual de monopolios tecnológicos: siempre hay alguien más joven y hambriento detrás de ti en la escalera. La cumbre es proteccionista, no es propensa a la innovación.
En la última década, TSMC y Samsung han desarrollado sistemas de fabricación más eficientes, y han sacado al mercado chips más baratos, más potentes y más rápido para muchas firmas clave. Intel llegó tarde el mercado de los móviles y se quedó fuera de la IA, cuando los laboratorios descubren que las tarjetas gráficas de Nvidia eran más eficientes que los procesadores de Intel para entrenar y ejecutar modelos generativos. Hoy es un jugador de mediana edad que ha perdido todas las guerras: móviles, centros de datos y coches autónomos.
La empresa había empezado un proceso de reestructuración global, con miles de despidos y el cierre de varias plantas y unidades, entre ellas la de chips para automóviles, bajo un Gobierno que había prometido que las firmas americanas volverían a fabricar en EE UU. En un clima geopolítico que pone en crisis la relación comercial con Samsung en Corea y, sobre todo, TSMC en Taiwán. Las grandes tecnológicas —Google, Apple, Meta, Amazon, Tesla y Microsoft— fabrican chips para sí mismas. Es más fácil ayudar a Intel a producir chips lo suficientemente avanzados para garantizar competencia en defensa, telecomunicaciones, centros de datos e inteligencia artificial que apoyar a una empresa nueva desde cero. La Ley de Chips de Biden establecía subsidios directos a fabricantes para garantizar el suministro y aumentar la soberanía tecnológica. Trump ha tomado la decisión más sensata convirtiendo las ayudas en una participación estatal.
Ha hecho, de forma selectiva y caprichosa, lo que podría hacer Europa de forma deliberada y sistémica: identificar las infraestructuras críticas del siglo XXI y darles el apoyo que necesitan para emanciparse del capitalismo de datos, y convertirse en plataformas de progreso que no comprometan la competitividad de nuestras empresas, la seguridad nacional de los Estados, o la salud mental y la privacidad de los ciudadanos de la Unión. La regulación sin acceso ni soberanía no es más que papel mojado. Trump nos enseña dos ventanas abiertas: socializar sus plataformas y socializar nuestra inversión.
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