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tribuna
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Resistencia del periodismo contra la ‘tiranIA’

¿Permitiremos que nos informe y gobierne un déspota hecho de unos y ceros? ¿Dejaremos que la máquina sea la única intermediaria entre el mundo y nosotros?

Un grupo de personas consulta un teléfono móvil en busca de información.

La toma de poder ocurrió mientras consumíamos memes y vídeos de gatos en redes sociales. Un martes cualquiera de octubre de 2024, las audiencias en medios informativos alrededor del mundo de pronto se desplomaron. Google había lanzado AI Overviews, una inteligencia artificial que elabora resúmenes en lugar de direccionar a las webs donde antes se consumía esta información.

De los 50 medios con más lectores, 37 sufrieron caídas. Hasta el 50% de su negocio, en algunos casos. Los despidos no tardarían en llegar. Business Insider, el medio informativo especializado en noticias financieras, despidió al 21% de la plantilla. Su CEO, superado por la situación, alegó “fuertes caídas en audiencia fuera de nuestro control”. ¿Sería el comienzo del fin del periodismo?, nos preguntamos muchos.

Siete años atrás, la audiencia de PlayGround, el medio de comunicación que fundé, colapsó del mismo modo por un cambio de algoritmo en Facebook. Poco tiempo después, incapaces de remontar aquella caída, cerramos la operación en España. Medios para jóvenes como Vice, Buzzfeed y Brut también tuvieron que hacer lo mismo. Sin embargo, no tuvo por qué haber sido así.

Desde la imprenta de Gutenberg al televisor, la prensa moderna creció y se desarrolló gracias a sus avances tecnológicos. No obstante, algo terrible ocurrió durante el crecimiento de internet, en especial con las redes sociales. En vez de cohesionar a la sociedad, aquel nuevo canal de distribución la fragmentaría. La simbiosis que siempre había habido entre periodismo y democracia se rompió por primera vez.

Cuando Obama ganó las elecciones en 2012, los analistas señalaron a Facebook como una de las causas de aquel éxito. Las redes sociales prometían en aquel entonces ser máquinas de pluralidad y concordia. Para empezar, el muro de noticias de Facebook se consumía de forma cronológica, incluso el scroll, el movimiento que hacemos de arriba abajo, no era infinito, por lo tanto adictivo. Pero la compañía tenía otros planes.

De la noche a la mañana, decidió priorizar el contenido con más interacciones en el muro, aquellos con más me gusta y comentarios, y nació la viralidad. De ahí que las redes sociales pasaran de ser izquierdistas a la extrema derecha política. De ser inclusivas, —como durante la carrera electoral de Obama, la Primavera Árabe o el movimiento 15-M—, a ser tribales y promotoras del neofascismo, como durante el Brexit, el trumpismo y la escalada de Vox en España.

Y, todo ello, aunque suene increíble, por un cambio de algoritmo. Las emociones más virales, las que harían crecer el valor de estas compañías mientras nuestras democracias se derrumbaban, serían el miedo y la indignación. Los ingredientes necesarios para el fascismo de nuevo cuño.

Decía Platón que el tirano aparece por un exceso de libertad y caos en la democracia. Sin un elemento jerárquico que equilibre la multitud de voces del gobierno popular, la gente escoge a un autócrata que resuelva todos sus problemas. Sin embargo, él acaba velando únicamente por sus intereses. La democracia no es otra cosa que una marioneta al servicio de su poder.

Agotados por la confusión y complejidad informativa del presente, me pregunto si hoy nosotros tomaremos esa decisión. ¿Permitiremos que nos informe y gobierne un déspota hecho de unos y ceros, uno que prometa falsamente resolver nuestros asuntos con rapidez y objetividad? ¿Dejaremos que la máquina sea la única intermediaria entre el mundo y nosotros?

Pese a nuestras preocupaciones, la sustitución del periodismo ha sido imparable durante los últimos meses. ChatGPT ya ha logrado ser la app de más crecimiento en la historia. Consiguió un millón de usuarios a cinco días del lanzamiento, hito que le costó a Instagram dos meses y medio. Poco después, superó a Wikipedia como fuente más visitada de internet, y ya cuenta con 800 millones de usuarios. Y subiendo.

Las encuestas del consumo de noticias anuncian lo peor. Los jóvenes de la generación Z prefieren informarse con chatbots y TikTok que a través de la prensa tradicional. Los mismos que, por cierto, aseguran que no les importaría vivir en un régimen poco democrático si eso implicara tener una vida mejor, según el CIS. Hasta un 38% de los españoles entre 18 y 24 años.

En el DealBook Summit, Sundar Pichai, el CEO de Google, dijo lo siguiente cuando le preguntaron por el negro devenir del periodismo: “Habrá un mercado en el futuro, creo. Habrá creadores que trabajarán para la IA”. De acuerdo a este escenario, el periodista humano solo sería una vaca lechera de datos. Una que, según lo visto, la máquina ordeñaría a su antojo. Tanto el enfoque como la narración del artículo correrían a cargo del algoritmo, claro está. Después de miles de años contándonos historias, el ser humano dejaría de hacerlo para dar relevo a la máquina.

Sin embargo, hay un pero. La IA, aunque quieran hacernos creer otra cosa, nunca podrá hacer periodismo. Y no porque no quiera, sino porque no puede. Para ser periodista, el primer requisito es sentir empatía hacia al débil. La voluntad del periodismo siempre fue poner al poder contra las cuerdas; no ser su esbirro. ¿De qué sirve informarnos de los peligros del poder si es el propio poder el que nos informa?, debemos preguntarnos. Y más urgente aún: ¿todavía estamos a tiempo para hacer algo al respecto?

Ante el tirano, tanto ayer como hoy, necesitamos la insolencia y valentía de un niño para decir lo que nadie se atreve a decir. Únicamente así podremos resistir el golpe de la tiranIA. De lo contrario, nos hará creer con sus algoritmos generativos que viste con las mejores galas, como en el cuento, y no que, en realidad, está desnudo. En eso consistía la democracia.

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