Primero, seguridad para Ucrania
La unidad europea ha conseguido introducir realismo y calma en las prisas de Trump por imponer a Zelenski una paz al gusto de Putin


Horas antes de que Donald Trump recibiera el lunes en Washington a Volodímir Zelenski para trasladarle los términos en los que Vladímir Putin estaría dispuesto a hablar del final de la guerra, el propio presidente ruso envió al mundo un nítido mensaje sobre su posición. Los drones del ejército ruso atacaron de madrugada un edificio de viviendas en el norte de la ciudad de Járkov mientras sus residentes dormían. Las bombas arrasaron pisos enteros. Murieron siete personas en el acto, entre ellos una familia entera con dos hijos menores. El día antes, en una victoria diplomática para Putin inconcebible hasta este fin de semana, el presidente de Estados Unidos había aceptado la idea que no es necesario un alto el fuego en Ucrania antes de sentarse a negociar un acuerdo de paz.
La cumbre de Alaska el pasado viernes entre Trump y Putin, sin agenda y forzada para conseguir una foto, resumió en una sola escena la desoladora realidad de que el presidente norteamericano valora su amistad con el autócrata ruso por encima de cualquier uso diplomático, cualquier interés estratégico o cualquier sentido histórico del papel de Estados Unidos en el mundo. Trump llegó a la reunión exigiendo un alto el fuego y amenazando con sanciones. Salió de ella, junto a un Putin sonriente, hablando de entregar territorios y dejar Ucrania inerme ante futuras agresiones. Las alarmas han saltado en todas las cancillerías europeas y han colocado a los países que llevan tres años y medio ayudando a Ucrania ante la gravísima perspectiva de ser ignorados en una paz impuesta por Washington y Moscú que comprometería la seguridad de todo el continente. La voz de Europa no puede faltar en ninguna habitación en la que se hable de Ucrania.
El primer acto en este nuevo escenario se vivió el lunes. Zelenski acudió a la Casa Blanca acompañando de una poderosa representación de eso que llamamos Occidente: el presidente de Francia, los primeros ministros del Reino Unido, Italia, Alemania y Finlandia, más la presidenta de la Comisión Europea y el secretario general de la OTAN. Se trata de una demostración de solidaridad europea con Ucrania formidable y en el momento preciso.
En la forma, la escolta de Zelenski consiguió que este no fuera acorralado y humillado por Trump como sucedió en su visita anterior al Despacho Oval, algo no menor. En la cuestión de fondo, la multitudinaria reunión de la Casa Blanca deja la impresión de que los europeos están aprendiendo a hablar el idioma de Trump. Entre elogios, risas y complicidades, como le gusta al presidente norteamericano, consiguieron cambiar los términos de la conversación. La paz apresurada al gusto de Putin que salió de Alaska se convirtió en un debate sobre las garantías de seguridad para Ucrania en un futuro cese de las hostilidades. Trump salió de la reunión comprometido con apoyar un mecanismo de seguridad “parecido al artículo 5” de ayuda mutua de la OTAN, sin más detalles.
Si verdaderamente ha comenzado una negociación seria sobre el fin de la guerra, tardará aún tiempo en concretarse. Sobre el terreno, nada ha cambiado. Pero en medio de la confusión, las vaguedades y los constantes tuits contradictorios de Trump, lo sucedido el lunes tiene su importancia. En 24 horas, el mundo ha pasado de discutir qué territorios debe entregar Ucrania a discutir si se deben desplegar tropas europeas, cuántas, con qué armamento y con qué compromisos de intervención. De eso es de lo que hay que hablar. No hay paz sin seguridad. Lo primero, antes de escuchar a Putin, es que deje de matar.
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