Lotería invertida
Los dirigentes mundiales han resuelto que el azar decida si nos toca o no sufrir un evento climático extremo. Y todos tenemos papeletas en esa rifa

Da igual que existan negacionistas del cambio global. Es irrelevante que sean de verdad o impostados que buscan beneficios en el corto plazo —estoy pensando en Esperanza, pero no la nombraré—. Ya no es relevante que los influencers ambientales nos alerten sobre todo tipo de urgencias y maquinen nuevas estrategias de comunicación. Pobre amigo mío, Fernando Valladares y seguidores. Tampoco que los científicos lleven decenios sumando evidencias, organizando datos y proponiendo mecanismos para entender la compleja realidad que tenemos ante nosotros. Naomi Oreskes dejó claro en 2004 que, más allá de la torre de marfil en la que nos movemos los científicos, el consenso sobre el origen antrópico del calentamiento y los mecanismos que lo controlan era unánime. Recientemente, describimos las implicaciones ecológicas del abandono del medio rural, el otro gran motor de cambio de los mal llamados países desarrollados. La matorralización y forestación ligada a ese abandono es la norma en nuestro país. Extensísimos matorrales como piornales, jarales o brezales y bosques jóvenes colapsan el espacio y llegan hasta las viviendas de cualquier aldea. Las implicaciones en términos de pérdida de biodiversidad son tremendas, pero hoy lo relevante es que la superficie de estos ecosistemas rebosantes de combustible aumenta sin cesar año tras año. Un clima descontrolado y un paisaje cada vez más homogéneo y lleno de biomasa inflamable recrean un escenario terrorífico. Los incendios ocurrirán y serán cada vez más catastróficos. Lo sabemos, pero da igual.
La era de la lotería invertida ya está aquí.
Creo con fe ciega —como debe ser si hablamos de religión— en el azar como el motor principal de toda la actividad humana. A los no creyentes siempre nos queda esta escapatoria. No hay nada salvo el azar. Nos vendieron esa milonga de la meritocracia y los ascensores sociales, pero los datos son tozudos y contundentes. El mejor predictor del desarrollo vital de un humano es el azar. Lo que el azar ha construido a lomos de tus padres será tuyo y el hombre no lo desbaratará. Tranquilos. No hay más. Dónde naces, quiénes son tus madres, dónde y con quién estudias, con quién tejes tus redes sociales, cómo son de tupidas. El azar de tu genotipo y su expresión real, el fenotipo. Si eres guapo, inteligente o tienes un físico descomunal que te haga triunfar en cualquier espectáculo de circo romano o como le queramos llamar, cancha de tenis, campo de golf o circuito de automovilismo. Asumimos como paradigma incontestable la herramienta de la herencia como estabilizador de un sistema construido sobre el azar. Somos lo que el azar ha decidido. Y no, por supuesto que no voy a bucear en los esfuerzos filosóficos y políticos para reducir, al menos un poquito, esta realidad incómoda. Olvidemos esa tontera de la justicia social. En este momento no aporta nada.
Los académicos se entretienen en dirimir si estamos ante una nueva era geológica, el Antropoceno. Las discusiones entre los geólogos son sesudas y, si no fuera por lo que tenemos encima, me atrevería a decir que graciosas. Somos, los humanos, capaces de hacer cosas increíbles, como mover el eje de rotación de la Tierra, ir a la Luna o cubrir de cemento extensiones gigantescas del planeta.
Genial.
Bienvenidos al mundo de la lotería invertida. No existe el cambio global. O, a lo mejor como dicen desde centros de investigación, sí. Da igual. Los que pilotan el barco llamado Tierra han decidido que el azar rija nuestro destino también en esto. Se trata de que no nos toque esta lotería. Que los eventos extremos y dramáticos que se producen y que sabemos que se volverán a producir no nos toquen. Más intensidad. Más frecuencia. Que el fuego de no-se-qué generación se produzca un poco más allá que donde tengo mi vivienda. Que la próxima inundación devastadora que sabemos que se producirá le toque al otro valle, al otro pueblo. A los vecinos odiados de toda la vida. Que la pérdida de productividad de mis cultivos la pueda compensar con agua sacada de donde sea. Que por azar haya cerca de casa algún refugio climático. Que la subida del mar no inunde mi garaje. A ver si hay suerte.
La lotería invertida está con nosotros. Todos tenemos papeletas en esta rifa. Claro algunos más, porque el azar de la pobreza y sus miserias también son importantes en este contexto, pero todos, también los que viven al lado del King College en Tres Cantos, o los que lo hacen en una urbanización de lujo en la costa californiana de Malibú, tienen sus participaciones.
Como en cualquier sorteo, el azar te puede hacer triunfador, aunque sólo tengas un décimo, bueno, perdedor en este caso. La probabilidad tiene estas cosas tan injustas.
Quizás no sea la era geológica del Antropoceno, pero desde luego sí la era de la humanidad de la lotería invertida. Viva el azar.
Hoy me he levantado con el pálpito de que no me va a tocar esta lotería. Hemos decidido que el azar nos guíe y que en el peor de los casos los servicios de Protección Civil nos echen una mano.
A ver mañana.
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