Dispuestos a comer plásticos
El fracaso de la cumbre para reducir la producción de derivados del petróleo augura una era de regresión en la agenda climática


El fracaso de la reunión de la ONU para alcanzar un tratado global sobre la contaminación con plásticos no solo refleja la dificultad de poner de acuerdo a 180 países, sino también el mal momento que el mapa geopolítico impone a los intentos de mirar un poco más allá de los intereses nacionales para ocuparse de las grandes cuestiones ambientales que afectan a toda la población humana.
Desde 2022, cuando Naciones Unidas promovió estas negociaciones, el bloqueo a un acuerdo proviene de un grupo minoritario de países petroleros encabezados por Arabia Saudí, pero India y Rusia ya se han apuntado a ese club. Y los 80 países (incluida la UE) que sí están por reducir la producción de plásticos han perdido fuelle a rebufo del crecimiento de la ultraderecha en Europa y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, que son negacionistas y contrarios a cualquier forma de protección ambiental. Las cosas, en realidad, están ahora peor que hace tres años.
La razón esencial del desacuerdo es que los países petroleros y las grandes compañías del sector prevén que el uso de combustibles fósiles se va a reducir en el ámbito del transporte, por el crecimiento del coche eléctrico, y en el de la generación de energía, por la competencia creciente de las renovables. En ese futuro, pretenden dar salida al petróleo sobrante incrementando la producción de plásticos. El único tratado que están dispuestos a firmar es uno que se centre exclusivamente en el control de la contaminación por plásticos, sin reducir la producción.
Pero los demás países tienen buenas razones para rechazar un tratado endeble como ese. La principal forma de evitar que los plásticos, una vez producidos, acaben contaminando los ríos y los océanos es el reciclado, y no está funcionando. Actualmente solo se recicla el 6% del plástico, y los planes más ambiciosos para fomentarlo se conforman con aumentar esa cifra al 10% para mitad de siglo. A diferencia de lo que ocurre con otros materiales, fabricar plástico a partir de petróleo es un proceso tan fácil y barato que el reciclado nunca podrá competir con él. Un tratado para reducir la contaminación por plásticos sin recortar su producción sería poco más que una foto para la galería.
Una cuestión fundamental es la relativa a la salud pública. Un grupo de médicos y científicos publicaron en The Lancet a principios de mes un análisis donde califican los plásticos como “un peligro grave, creciente y poco conocido para la salud humana y planetaria”. Hay preocupación científica por sus productos de degradación (microplásticos y nanoplásticos) y por las sustancias químicas que liberan. Los microplásticos están por todas partes y los ingerimos al comer y al beber. Está claro que se acumulan en nuestros órganos, aunque de momento no hay evidencias incontestables de sus daños a la salud humana. Si llega a haberlas, sin duda cambiarán el escenario de las negociaciones, pero no estamos ahí aún.
Los intereses nacionales e industriales que están detrás del fracaso del tratado son cortoplacistas y van contra el sentido de la historia. Y el crecimiento de los partidos negacionistas que condicionan el debate en Europa y Estados Unidos es una pésima noticia para el medio ambiente, como ya sabía todo el mundo incluso antes de votarles. Fracasos como este hacen temer el inicio de una era oscura en la que la razón científica está perdiendo la partida frente a la ignorancia y el fanatismo. El mundo parece dispuesto a seguir comiendo plásticos.
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