Contra el autoritarismo, resistencia civil
Un editorial de ‘Science’ propone que los científicos estadounidenses adopten un papel activo contra los ataques de su propio Gobierno


Durante la primera Administración de Donald Trump, la Casa Blanca desmanteló el panel científico que asesoraba a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) sobre la contaminación atmosférica. El objetivo del presidente, obviamente, era acabar con los márgenes de contaminantes que la EPA regulaba, puesto que reducían los beneficios de muchas empresas, incluidas las constructoras a las que los Trump deben su inmensa fortuna. La reacción de los científicos del disuelto panel fue interesante. Lejos de desmoralizarse, siguieron trabajando por su cuenta y publicaron en The New England Journal of Medicine sus recomendaciones sobre el material particulado y su gran efecto en la calidad del aire. Trump no les hizo caso, naturalmente, pero el artículo sirvió después para diseñar acciones legales. El mensaje de fondo es lo más importante, porque dice que un Gobierno no puede amordazar a sus científicos.
Es indudable que Trump ha afilado las bayonetas para su segundo mandato, como hemos podido comprobar hasta la saciedad en estos ocho interminables meses. Si los científicos que asesoran a la Agencia del Medicamento (FDA) recomiendan dos nuevas vacunas de ARN mensajero (como las que nos sacaron de la pandemia de covid), el secretario de Salud, Robert Kennedy, hace justo lo contrario, y además le da un hachazo de 500 millones de dólares a la investigación sobre esos fármacos, que es una de las líneas más prometedoras no solo contra las epidemias sino incluso contra el cáncer.
Si el panel científico que asesora a los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) es favorable a las vacunas, se les despide y ya está, como a cualquier otro investigador que persista en publicar datos que no le vengan bien o simplemente no le gusten al nuevo zar de todas las Américas. La financiación de los proyectos incómodos para el poder se ha suprimido. Las webs que ofrecían información sobre salud basada en la mejor ciencia disponible han sido retiradas. La élite científica del país tiene una palabra para definir todas estas acciones —autoritarismo—, pero quejarse no conduce a gran cosa. Hace falta mucho más, y algunas voces muy solventes están proponiendo una forma de resistencia civil inspirada en aquel panel de la EPA que vimos en el primer párrafo.
La presidenta del Sindicato de Científicos Preocupados (Union of Concerned Scientists, en Washington), Gretchen Goldman, y la profesora Erica Chenoweth, de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, proponen en un editorial de la revista Science que la comunidad científica estadounidense adopte un papel activo para revertir los ataques a los fundamentos de la ciencia que está perpetrando su propio Gobierno. Cómo estarán las cosas que Chenoweth ha tenido que poner un asterisco medio escondido en una pestaña secundaria para certificar que está expresando sus propias opiniones, y no las de Harvard. El ataque furibundo de Trump contra esa gran universidad norteamericana debe de tener alguna relación con ello.
La revista Science y su editor, Holden Thorp, llevan todo el año comportándose como un ariete contra la política científica de su presidente. La otra gran revista científica, Nature, también lo está haciendo, pero tiene la ventaja de ser británica. Science es estadounidense, y hay que echarle cierto valor para enfrentarse al búfalo del 1.600 de la Avenida Pensilvania.
Goldman y Chenoweth escriben: “Construir instituciones alternativas fuera del Gobierno que reduzcan la dependencia del régimen autoritario, disminuir el poder y la relevancia de este sobre el día a día y mantener lugares de pensamiento independiente puede ser vital tanto para preservar la ciencia como para defender la democracia”. De hecho, los asesores científicos de los CDC despedidos por Kennedy están organizando una versión alternativa del centro. Personalmente, estoy convencido de que esas iniciativas civiles de resistencia científica son una luz al final del túnel.
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