Morir en la arena
Para toda una generación de cubanos, la promesa de un futuro mejor se ha traducido en un presente de miseria


1. Conocí a T. cuando coincidimos en el aula del cuarto grado de primaria. Él era uno de los 40 muchachos del barrio que serían mis compañeros de curso durante aquel año remoto. De muchos de ellos hace tiempo perdí la pista. Como suele suceder con el correr de los ríos de la vida, sé que ya algunos están muertos. También que otros viven lejos (incluso muy lejos) y de otros no tengo ni idea de dónde habrán ido a parar. Pero T., no. Él sigue ahí, resistiendo, como yo, en el viejo barrio, en la misma casa cada vez más desvencijada donde nació, apenas a tres cuadras de la mía.
Por haber estado siempre ahí, T. es mi mejor memoria auxiliar para recordar, evocar, precisar detalles de aquel pasado común que tiende a difuminarse. Pero, precisamente por seguir ahí y a ras de tierra, es también, desde su experiencia vital, mi mejor informante de un turbio presente nacional, el de hoy, este tiempo por donde transcurren los epílogos de aquella generación que, cargada de promesas sobre un futuro luminoso, coincidió hace seis largas décadas en una escuela primaria de un barrio periférico de La Habana. O de cualquier sitio del país.
Como tantos jubilados, con alrededor de 40 años laborados a cuestas, T. recibe una pensión de 2.000 pesos cubanos. La cantidad resulta tan insuficiente que el Estado ha anunciado que se duplicará en breve. En cuentas claras: con el incremento monetario que recibirá mi amigo, ahora podría comprar un paquete de 30 huevos al único precio al que se encuentran en el país, o sea, alrededor de 3.000 pesos, y le quedarían 1.000 pesos para comprar… tres cajetillas de cigarros. Y ya.
Si T. no es uno de esos cada vez más numerosos indigentes cubanos que hurgan en la basura (en un país donde la basura es solo eso) o pide limosnas en una esquina es porque, como otros afortunados, tiene alguien fuera de Cuba que le envía lo que él ha denominado “donaciones” (alguna remesa) que marcan la diferencia entre su pobreza y la más desesperante miseria.
Cada vez que lo veo, T. siempre me dice la misma frase: “Qué destino nos ha tocado”.
2. Durante una reunión de dos comisiones de trabajo de la Asamblea Nacional del Poder Popular (Parlamento), la ahora ex ministra de Finanzas y Precios sentenció que en Cuba no había mendigos, sino personas que se hacían pasar por tales. En ese evento se había citado un documento discutido por el Consejo de Ministros en el cual se identificaba la cualidad de los deambulantes, personas en determinado estado de vulnerabilidad, por lo que se podría colegir que su opinión sobre el problema no era solo de la ella, que sus comentarios, tan desconectados de la realidad, no representaban la expresión de un pensamiento individual, sino de una percepción manejada y tal vez consensuada. Y cuando sus compañeros diputados a la Asamblea asistentes a la reunión escucharon las palabras de la todavía ministra, las refrendaron con su silencio. Puedo aventurar, sin embargo, que quizás muchos de ellos pensaban de manera diferente y hasta creían que sí, que los niveles actuales de pobreza en el país han permitido la existencia de mendigos. Aunque, especulo, quizás otros diputados hayan sentido un enorme alivio al oír a la alta representante del Gobierno asegurarles que todo era un espejismo, más aún, una trampa, pues en el país no había mendigos, sino gente que se buscaba el dinero fácil limpiado parabrisas en los semáforos o hurgando en la basura para encontrar latas (y, además, sin pagar impuestos por su actividad), para lo cual, aseveró, se disfrazaban de mendigos. Y, al parecer, esos diputados se dispusieron a creerle, pues han aprendido a creer lo que desde las altas esferas del poder se les dice, a maquillar la realidad con eufemismos, incluso a sustituirla por consignas y luego repetirlas, por encima del mantra marxista de que “la práctica es el criterio de la verdad”.
Tal fue la repulsa popular desatada en las redes sociales provocada por el discurso ministerial, que dos días después la ministra “reconoció sus errores y presentó la renuncia al cargo”. El Buró Político del Partido y el Consejo de Estado acordaron su liberación “a partir de la falta de objetividad con que abordó temas que centran hoy la gestión política y gubernamental enfocada en atender fenómenos reales y nunca deseados por nuestra sociedad”. O sea, reconocieron la práctica de la mendicidad en el país.
3. En un podcast realizado por el sitio digital La Joven Cuba, la doctora en Ciencias Sociológicas Mayra Espina conversó sobre el tema de la pobreza en el país. Reconocida estudiosa del asunto de las desigualdades, Espina contextualizó el problema refiriéndose al proceso de estratificación social (la ruptura del tejido social más homogéneo) que ha sufrido el país desde el inicio de la crisis económica con que se abrió la década cubana de 1990. Con el debilitamiento de las políticas públicas (algunas de ellas han sido consideradas “gratuidades indebidas”) se inició un proceso de reestratificación que, en los años más recientes, se ha hecho mucho más visible. Se ha producido el empoderamiento de unos y el empobrecimiento de muchos. Hoy, si no clases, en Cuba existen castas.
Medir los niveles de pobreza de la sociedad, según la experta, permite entender la magnitud del problema. Pero, desde hace años, las cifras que facilitarían realizar ese ejercicio no existen o no son de dominio público. Se sabe, no obstante, que según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, Cuba ha bajado desde los lugares 50 a los 80.
Una idea de lo que ocurre se podría tener, según Mayra Espina, a través de la medición de la pobreza por ingresos, teniendo en cuenta, además, el debilitamiento de las prestaciones sociales (alimentos subvencionados, medicamentos adquiridos en las farmacias, transporte público, etcétera), lo que, aun con una habitual falta de datos oficiales, permitiría hacer algunos cálculos.
Y entonces la doctora Espina clavó su apellido: si la población cubana ha descendido en los últimos años de más de 11 millones a una cifra que puede andar por los nueve millones de habitantes (la diáspora más brutal de la historia nacional), y si según los economistas una familia de dos personas requeriría de 24.000 pesos para alimentarse decentemente, con los ingresos actuales que reciben muchos trabajadores y todos los jubilados se puede estimar que entre el 40% o el 45% de la población vive bajo niveles de pobreza por ingresos, algunos incluso en condiciones extremas, por lo que no precisarían disfrazarse de mendigos.
4. La generación a la cual pertenezco es la que cuantitativamente ocupa la franja poblacional cubana que ya está por encima de los años marcados para su jubilación. Muchos de ellos escapan de la precariedad económica gracias a las mentadas “donaciones”, a “un salve”, como se suele decir. Otros siguen trabajando en lo que pueden. Otros hurgan en la basura o mendigan.
Esta fue una generación que estudió, trabajó, se sacrificó con aquella promesa de un futuro mejor. Nadaron y nadaron y, cuando pusieron un pie en la orilla, se los tragó la arena: se volvieron dependientes o pobres. Y es que, como siempre dice mi amigo T., “mira qué destino más triste nos ha tocado”.
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