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COLUMNA
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Machácalos, Greta

Vemos cada día sin hacer nada cómo nos afecta el cambio climático, que ya pasó hace tiempo el punto de inflexión

Las nubes y el humo del incendio de Méntrida (Toledo) se entremezclaban el 17 de julio durante el atardecer en Madrid.
Carmen Pérez-Lanzac

Hace un par de semanas, salí del periódico a las 19.59 y, en cuanto puse un pie fuera, supe que me acababa de convertir en la protagonista de una película distópica. No es tan raro. A veces estoy en una comedia, otras en una de miedo. Aquel día era una distopía, no había duda. Además de la calima habitual de mediados de julio, ese calor de estar frente a un horno abierto, me golpeó un intenso olor a chamusquina. Trocitos de ceniza iban cayendo y formando pequeños remolinos en el suelo. Había también una brisilla calenturienta, como si varias personas te echaran su aliento encima tras haber fumado una cajetilla.

La protagonista que soy de mi propia vida empezó a escuchar los primeros acordes de una banda sonora con rollo inquietante. Cada persona puede elegir la música que quiera para su momento apocalipsis particular. Las ocasiones para hacerlo cada vez abundan más, y películas para elegir tenemos montones. Yo me puse la de Interstellar, que muchas veces me ayuda a darle un poco de salseo a mis cuadriculados días. El tema Dust, con lo que parece el llanto de violines, le venía que ni al pelo a la escena: salgo del confortable aire acondicionado de mi empresa y en cuanto llego a la calle palpo que algo raro está pasando. Y lo que estaba pasando ya lo saben: un incendio a 52 kilómetros al suroeste de donde me encontraba quemaba 3.200 hectáreas en Méntrida (Toledo).

La música que Hans Zimmer compuso para la película de Christopher Nolan me acompañó mientras subía la cuesta y entraba en el metro. La escena de mi película habría resultado quizá demasiado aburrida; se habría visto a una mujer de mediana edad andando cabizbaja, bastante rallada, pero mi cabeza, os lo aseguro, era un festival. Pensaba, por ejemplo, que la palabra distópico se nos ha quedado corta para definir todos los momentos que vivimos desde hace unos años. Qué distópico esto, qué distópico aquello. Propongo una renovación: que encadenamos 10 noches a 27 grados de temperatura mínima, qué distopiturbio; que hueles como si estuviera al lado un incendio de otra provincia o cae granizado en la piscina en pleno julio, qué distopiparanoia; que una dana causa una desgracia de dimensiones terribles, qué distodevastador.

En momentos así la idea, que nunca se va, golpea con fuerza: hemos pasado el punto de inflexión. Es más, sé el momento exacto del cambio: septiembre de 2019. Fue en Nueva York tras la Cumbre Climática de la ONU, aquella en la que la activista sueca Greta Thunberg se dirigió a los presentes con la voz rota, y dijo: “How dare you?” (“¿Cómo tenéis el valor?“). Pero el momento concreto en que sobrepasamos el punto de no retorno vino justo después, cuando un millonario y presidente del país más poderoso del mundo, decidió que podía mofarse de aquella niña de 16 años que hablaba con el corazón en la mano. Aquel fue el momento aciago.

Me gustaría que Greta hubiera tenido un relevo en estos seis años, alguien a quien entregar nuestra confianza, pero, hasta entonces, a ella me encomiendo. La sigo por el rabillo del ojo allá por donde va —en Londres gritando contra las petroleras; en La Haya junto a los animalistas; intentando alcanzar Gaza para dar voz a los palestinos— y mientras sigo con esta vida esquemática que nos hemos organizado, una voz dentro de mí grita: “Vamos Greta, no te rindas. ¡Machácalos!”.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.
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