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Columna
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Filosofía de lo extraño

Cuando hablamos de mecánica cuántica, los seres humanos estamos igual de perdidos que la inteligencia artificial

El físico austriaco Anton Zeilinger, premio Nobel de Física de 2022.
Javier Sampedro

Los poetas místicos, los catecúmenos de la pseudoepigrafía de Hermes Trismegisto y los amigos del misterio son unos paquetes. Los enigmas verdaderamente impenetrables moran en los fundamentos de la física teórica, y lo demás son videojuegos de matar marcianos, poco más que distracciones para sortear la tarde del domingo. Pero hoy es sábado, así que enciende todas tus neuronas y sumérgete conmigo en la filosofía de lo extraño. No me refiero a lo aparentemente extraño, sino a lo extraño de carne y hueso, esas cosas que no somos capaces de entender pese a saber que son ciertas.

Voy a preguntarle a mi robot de compañía (se llama Copilot, y es similar a ChatGPT). Hola Copilot, le digo, ¿qué es lo más extraño de la física cuántica? “¡Hola!”, responde con el envidiable buen tono de quien se acaba de duchar. “Uno de los aspectos más extraños es el principio de superposición, que establece que una partícula puede existir en múltiples estados al mismo tiempo hasta que se mide. Por ejemplo, un electrón puede estar en dos lugares diferentes simultáneamente”.

Uno de los problemas más conocidos de la actual inteligencia artificial (IA) es que sufre alucinaciones. Hay veces que está conversando con sensatez y erudición y, de repente, empieza a inventarse una historia que ni viene a cuento ni tiene la menor relación con la realidad. Ya sé que los humanos podemos hacer lo mismo, pero eso no me consuela en absoluto, porque yo quiero que mi robot sea fiable, y que solo se invente un cuento coreano cuando yo se lo pida, no cuando le dé la gana a él. Pero amigos, en este caso Copilot no está alucinando en absoluto. La física cuántica nos dice, en efecto, que una partícula puede estar en dos lugares a la vez, o en dos estados a la vez, y miles de experimentos y tres premios Nobel lo confirman más allá de toda duda razonable.

Podrías pensar que mi robot no entiende la física cuántica, y tendrías toda la razón. Copilot no entiende ni la física cuántica ni ninguna otra cosa, porque solo domina la estadística —cuán probable es que esta palabra vaya después de esta otra— y no está diseñado para inferir conceptos abstractos ni manejar relaciones lógicas. Tal vez, entonces, los humanos sí podamos entender la extrañeza cuántica, lo que demostraría nuestra superioridad sobre la máquina de forma aplastante y humillante para ese maldito montón de chatarra. ¿Es eso lo que ocurre? Oh no. Eso no es lo que ocurre en absoluto.

Para celebrar el centenario de las ecuaciones de la mecánica cuántica que hoy hacen funcionar a nuestros ordenadores, teléfonos y aparatos médicos, los editores de Nature han preguntado a 15.000 investigadores que usan rutinariamente esas matemáticas cuál es su interpretación de ellas, qué significan esas fórmulas algebraicas en el mundo físico en el que vivimos todos, donde los gatos o están vivos o están muertos. Y las 1.100 respuestas revelan que nuestra especie, el Homo sapiens, entiende el mundo cuántico igual de mal que mi robot, pese a tener unos conocimientos mucho más abstractos y profundos que él.

“No hay ningún mundo cuántico”, responde Anton Zeilinger, de la Universidad de Viena, que piensa que las ecuaciones cuánticas no describen la realidad, sino la información sobre la realidad. “Discrepo”, dice Alain Aspect, de la Universidad París-Saclay. Curiosamente, Zeilinger y Aspect compartieron el premio Nobel de Física de 2022 por sus contribuciones esenciales a la física cuántica. Otros científicos del ramo apuestan por los mundos paralelos —el gato está vivo en un universo y muerto en otro—, el colapso instantáneo de la función de onda y unas teorías llamadas superdeterminísticas y retrocausales. “Quien crea entender la física cuántica”, dijo Richard Feynman, “es que no la ha entendido en absoluto”. Eso también vale para ti, robot.

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