Ir al contenido
_
_
_
_
La brújula europea
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa afronta cuatro guerras: las está perdiendo todas

La agresión rusa, la ofensiva comercial de Trump, las maniobras industriales chinas y la masacre israelí en Gaza componen un terrible retrato de debilidad de la UE. Urge una respuesta radical

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de EE UU, Donald Trump, el pasado domingo en Escocia.
Andrea Rizzi

La Unión Europea se enfrenta a cuatro graves conflictos. Está perdiendo en todos ellos.

El primero es militar: la agresión de Rusia contra Ucrania. El segundo es comercial: la ofensiva arancelaria de Trump. El tercero es económico-productivo: la maniobra de China para dopar con respaldo público su capacidad manufacturera, echándonos de facto de su mercado e inundando el nuestro. El cuarto es moral. Es la devastación israelí en Gaza, a la cual, como bloque, asistimos inertes. No es un asalto dirigido contra nosotros, pero, igualmente, en él perdemos algo tan grande como nuestra honorabilidad.

En el frente ucranio, no sufrimos una derrota rotunda y definitiva. Pero cabe observar que la intensidad de los bombardeos rusos está en alza, golpeando física y anímicamente cada vez más la población del país invadido. Las tropas del Kremlin ganan, poco a poco, terreno. Las sanciones no han impedido a la industria de defensa rusa reconfigurarse alcanzando niveles de producción formidables; las ayudas a Kiev no bastan para contener el empuje de la ofensiva. La sumisión ante Donald Trump —sea en materia de gasto militar en la OTAN, sea en relaciones comerciales— es la prueba de nuestra total ineptitud para sostener solos ese frente. Necesitamos a EE UU, y el temor a que nos abandone explica las genuflexiones en buena medida.

El pacto comercial es otra derrota. Evita tal vez daños mayores, mantiene algunos sectores exentos de aranceles, en el del automóvil mejora la situación preexistente, retiene la capacidad reguladora sobre los gigantes digitales. Pero no hay que confundirse: es una derrota, en la sustancia, y también en la forma, con esa pleitesía al emperador en su campo de golf.

También perdemos inequívocamente en el enfrentamiento económico con China. Como ha correctamente señalado el economista Brad W. Setser, la de Pekín también es una guerra comercial contra Europa, y la está ganando. Lleva adelante desde hace tiempo una gigantesca operación de apoyo público a sectores manufactureros cruciales —después de haber impuesto cesiones forzosas de tecnología extranjera—. Ahora, progresivamente, echa de su mercado a competidores europeos y va inundando el nuestro por la vía de ese dopaje público. Sectores clave de nuestra industria sienten la presión estrecha en la yugular.

Perdemos además de forma indignante en cuanto a la masacre israelí en Gaza. Algunos Estados, con España a la cabeza, han actuado de forma digna. Pero en conjunto permanecemos inertes ante hechos que encajan de forma cada vez más cristalina con la definición de genocidio según el derecho internacional. El veto de algunos impide que la UE haga incluso lo mínimo, es decir, suspender su acuerdo de asociación con Israel por manifiesta violación de derechos humanos. Pero seamos claros: Alemania no solo bloquea eso, es que directamente ha seguido entregando armamento a Israel. En conjunto, es una ignominiosa renuncia a sostener nuestros principios fundacionales —de lo cual toma buena nota el resto del mundo—. Un desastre moral y político.

Las culpas, conviene tenerlo claro, son de muchos. Es fácil disparar contra Ursula von der Leyen por la claudicación comercial, pero es evidente que su penoso desempeño viene de debilidades y divisiones subyacentes, de las realidades de facto y del mandato conferido por los Estados miembros. Sobre Israel, no solo Alemania bloquea: también Italia, Hungría, y otros. Sobre la embestida comercial china, Alemania también tiene culpas, con un largo historial de ceguera ante lo que se gestaba. Pero Francia es quien bloquea empecinadamente la culminación del pacto con Mercosur, elemento clave de esa necesaria diversificación comercial.

Francia también es quien insiste mucho en la cláusula del comprar europeo en Defensa (correcto) pero cuyo subtexto parece ser más bien comprar francés, con escasa propensión a la colaboración necesaria (equivocado). España, tan europeísta en muchos frentes, está en el absoluto furgón de cola en cuanto a solidaridad en defensa. Se ha descolgado del excesivo objetivo de gasto militar del 3,5% de PIB (con ulterior 1,5% en gastos asociados) quedándose en un raquítico 2,1% —¡qué casualidad!, justo lo que ya tenía previsto, ni un paso más, a no ser que alguien proteste—, y siendo, según los cálculos del Instituto Kiel, uno de los más rácanos sostenes de Kiev en cuanto a ayuda militar. Conviene insistir en recordar el dato: desde el inicio de la invasión rusa hasta finales de abril de 2025, Estonia ha suministrado ayuda militar a Ucrania por valor de 900 millones de euros; España, país incomparablemente más grande, 840 millones. España, por supuesto, hace de otras formas aportaciones significativas. Pero, en proporción a su tamaño, son realmente modestas. El listado de las responsabilidades puede seguir con aquellos que frenan la culminación del mercado financiero —de nuevo, Alemania en primera fila—, la emisión de nuevos eurobonos —el clan de los halcones—, de un presupuesto más amplio, y un largo etcétera.

La debacle no es definitiva. Pero para levantarnos debemos entender la dureza de la derrota que estamos sufriendo, en todos los frentes. Las soluciones son claras, y tienen un común denominador: más integración. Culminar el mercado común para ser más resilientes y productivos; impulsar inversiones comunes para proveer bienes públicos europeos y favorecer innovación de manera equilibrada; más coordinación en el sector de la defensa. Si no lo hacemos, las consecuencias también son claras. No es que las grandes fieras nos comerán en el futuro. El escozor que notamos son ellas mordiendo nuestras extremidades, y lo que ocurrirá es que seguirán hasta las entrañas de la débil presa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_