¿Qué queremos ser los europeos de adultos?
La propuesta de presupuestos de la Comisión Europea no es suficientemente ambiciosa. Si queremos ser ciudadanos independientes en un mundo hostil, necesitamos hacer más a escala común


La Unión Europea necesita adaptarse a un nuevo tiempo repleto de desafíos. Esto requiere una profunda transformación, y el marco presupuestario plurianual constituye un cimiento crucial en la obra. La Comisión Europea ha presentado esta semana su propuesta, dando así el pistoletazo de salida a dos años de negociaciones feroces para cerrar el acuerdo para el periodo 2028-2034. La propuesta de la Comisión contiene varios aciertos, pero es desalentadora -por falta de ambición- para quienes creen que la respuesta europea común es la mejor ante los desafíos de la época.
Cuantía
Aquí reside el principal elemento de decepción. Pese a las declaraciones bombásticas, la propuesta de la Comisión no es para nada ambiciosa. En términos brutos, representa un incremento del presupuesto desde 1,2 billones del septenio actual hasta 1,8 billones planteados para el próximo. A primera vista, no parece nada mal. Pero, poniendo la lupa, el cuadro es diferente. En términos de renta nacional bruta, el paso es de 1,11% a 1,26%, un incremento moderado. Si se suma la necesidad de empezar a devolver la deuda contraída con los eurobonos pandémicos -por un valor calculado de unos 25/30.000 millones actuales- el nivel de renta nacional bruta disponible es casi igual que en el septenio anterior. Es decir, queremos afrontar el mundo con una Rusia invasora y un EEUU en retirada de su actitud protectora con el mismo dinero común de otra época. Incluso así, los contribuyentes netos de la UE ya han manifestado su rechazo. Los antecedentes muestran que el pacto final siempre es más rácano que la propuesta inicial de la Comisión. Vamos mal.
Capítulos de gasto
Mejores noticias hay en cuanto al reparto de gasto propuesto. Es correcto el fuerte incremento de los fondos para competitividad, porque ahí reside la clave indispensable para tener el vigor que nos hará independientes. Es correcto también el incremento de los fondos para impulsar el desarrollo en el sector de la industria de la defensa, porque no queremos depender tanto de EEUU, y es sensato el recorte a la hiperbólica política agrícola común. No es un interés estratégico que justifique alrededor de un tercio del presupuesto común, como fue en el pasado. Es acertado también mantener una parte del presupuesto sin asignar para disponer de margen de maniobra en cuanto surjan crisis y también lo es la propuesta de crear un fondo a parte para Ucrania. No es acertado en cambio reducir fondos de cohesión territorial. Aunque ha habido progresos en las últimas décadas -y por tanto puede considerarse que se reduce la necesidad- la cohesión social general (de la cual la territorial es parte clave) es un elemento crucial para el devenir del proyecto europeo.
Control de los desembolsos
Muy acertado es el impulso a extender la capacidad de retener desembolso en caso de violaciones de principios básicos. Muy polémico es aquel para aplicar condicionalidad de los desembolsos del presupuesto ordinario a reformas, como ha venido ocurriendo con los fondos pandémicos extraordinarios. Son comprensibles las dudas. Entraña algunos riesgos. Pero el concepto es correcto, y avanza en la senda de una unión cada vez más estrecha en la cual la dimensión comunitaria espolea el progreso común. En tiempos de brutal polarización en las políticas nacionales, que a menudo se torna en cuasi-parálisis, un acicate externo alejado del ardor guerrero nacional es un factor positivo. El plan para centralizar más en los Gobiernos centrales la canalización de los fondos regionales tiene a priori un posible activo de coherencia estratégica, pero un fortísimo negativo de alejamiento del territorio y de introducción de variables de politiqueos. Imaginarse en un país como España qué significaría eso es un ejercicio asustador. El juicio final depende de los detalles de funcionamiento, pero de entrada suscita perplejidad.
Ingresos
Completamente acertado es el impulso para incrementar los recursos propios, en concreto con nuevos impuestos sobre compañías de gran facturación, productos tabacaleros, residuos electrónicos. También acertado es el intento de activar un mecanismo que permita emitir deuda común para obtener recursos para afrontar crisis.
Conclusión
Después de una fase de cierta infantilización, en la cual se han quedado al albur de la protección militar de EEUU, han confiado en que la fuerte dependencia exterior en ciertas tecnologías o recursos no sería abusada por proveedores magnánimos, los europeos necesitan decidir cómo quieren afrontar su etapa adulta, sin padre estadounidense. Si queremos ser ciudadanos independientes, seguros, libres y prósperos, esto requiere un inmenso esfuerzo de adaptación.
No caben ingenuidades. Es obvio que muchos países tienen graves límites fiscales -entre deuda acumulada y compromisos de gasto futuro en la Defensa por el acuerdo OTAN- y que los contribuyentes netos están hasta las narices de serlo.
Pero esto no mueve un milímetro la verdad de fondo: una parte muy importante de lo que necesitamos hacer se resuelve mejor en común. Y para conseguirlo, hacen falta fondos. Los Estados miembros tienen presupuestos que a menudo superan el 40% del PIB, o hasta el 50%. El progreso europeo reclama un paulatino reequilibrio, menos dimensión nacional, más comunitaria. Lo que propone la Comisión, aun considerando las partidas y los mecanismos colaterales -como el fondo para Ucrania o el mecanismo para emitir deuda- es un punto de partida insuficiente. La Comisión debería haber lanzado una propuesta más ambiciosa, aun a sabiendas que Alemania y otros habrían lanzado el grito al cielo. Y a partir de ahí, negociar, con las filas europeístas prietas, a sabiendas de que se perdería sangre por el camino, pero empezando fuerte.
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